El olvido de los derechos humanos – Un libro sobre la Colonia Dignidad
Herman Schwember: Delirios e Indignidad – El Estéril Mundo de Paul Schäfer, Santiago, LOM, 2009
La llamada Colonia Dignidad, hoy Villa Baviera, fundada en 1961 por el exsuboficial nazi Schäfer, denunciado en Alemania por pederastia, ocupa una superficie de 16.000 hectáreas a unos 300 kilómetros de Santiago y en ella se sometió a torturas y abusos a centenares de jóvenes, en su mayoría alemanas.
Schäfer, condenado en 2006 por abusos sexuales, quien drogaba y abusaba sistemáticamente de jóvenes y niños, fue encerrado en una prisión chilena después de ser detenido en Argentina, a donde había escapado y murió en 2010.
En el libro de Herman Schwember, Delirios e Indignidad – El Estéril Mundo de Paul Schäfer, tenemos el primer informe completo sobre la constitución interna del asentamiento alemán en Chile llamado Colonia Dignidad. Nunca nadie había tenido mejor acceso que él a los habitantes del asentamiento. Durante un año y medio, desde 2005, Schwember había sido Delegado del Gobierno Chileno ante el asentamiento. Se le había dado oficialmente el encargo de encontrar la mejor solución posible para los cerca de 200 habitantes que se habían quedado en la Colonia después de la huída del jefe de la secta, Paul Schäfer, en 1997. Estas personas habían sido, en su gran mayoría, víctimas de Schäfer. El estado alemán y el chileno querían que estas personas se quedaran en el mismo asentamiento que ahora se llama Villa Baviera y trataban de ofrecerles una perspectiva confiable para el futuro. Al ver que las autoridades chilenas pasaban por alto o sabaoteaban todas las propuestas prácticas, Schwember renunció a su cargo y escribió Delirios e Indignidad. Es un libro que rezuma amargura.
Durante el tiempo de la dictadura, Schwember había estado en prisión. Tuvo entonces compañeros de cárcel de quienes él pensaba que habrían sido llevados a la Colonia Dignidad para “desaparecer” allí. Como Delegado gubernamental, él visitó semanalmente la Colonia en la que Pinochet había mantenido una prisión clandestina. Pude acompañarle durante una de esas visitas, por lo que puedo garantizar su seriedad.
A Schwember no le cabe ninguna duda de que los culpables deben ser castigados por los delitos de asesinato y tortura. Pero, durante largas y a menudo confidenciales conversaciones, escuchó también dolorosas historias de los propios habitantes. Cada dolor humano es único. Pero, en el caso de la Colonia Dignidad se plantea con fuerza la pregunta acerca de la relación que existe entre las torturas y los asesinatos allí perpetrados en contra de los prisioneros políticos, por un lado, y el terror psicológico, el abuso sexual y las demás torturas a las que Schäfer y su comparsa directiva sometían a los miembros de la secta, por otro. Ambas cosas tienen que ver la una con la otra. Los miembros de la secta estaban predispuestos para colaborar con el servicio secreto chileno gracias al largo entrenamiento a que se habían sometido de explotarse recíprocamente. Schwember reclama justicia para todos: castigo para los hechores y compensación para las víctimas. Ya se ha castigado a algunos de los malhechores, por cierto que no a todos, ni mucho menos. Alemania es un puerto seguro para delitos que sólo en Chile pueden ser perseguidos o para los cuales no es fácil aducir las pruebas. Criminales alemanes que viven todavía en Chile gozan de inmunidad carcelaria o se aprovechan de una reglamentación ilegal de delación pactada. Todavía no se le ha dado indemnización a ninguna de las víctimas.
Schäfer aterrorizó a su secta durante cuarenta años, sin contar los dos lustros de la fundación en Alemania. Pero tanto la justicia alemana como la chilena han logrado hasta ahora sólo resultados asaz escuálidos en lo que se refiere a penas e indemnizaciones. Quien haya seguido y conocido durante años el comportamiento de la judicatura chilena en este asunto no puede menos de asentir con un suspiro al grito airado de Schwember sobre la complicidad y la incompetencia de la misma, cuando escribe: “no han hecho justicia a nadie”. Es claro que, al menos en Chile, gana la partida el juego político de echar todo aquello simplemente al olvido.
Schwembar trata de encontrarle una lógica al sin igual crimen de Schäfer. Una de las claves sería el abuso de la religión. En cambio, ni Schwember ni ningún otro autor serio pueden encontrar algún germen nacionalsocialista en la ideología de Schäfer. Lo que sucedió en la Colonia Dignidad no tuvo nada de conspirativo, ni fue tampoco el “programa personal de un venido a menos” – lo que sin duda había sido Schäfer después de la segunda guerra. Schwember descubre una “cultura de la violencia que era parte de la forma acostumbrada de relacionarse entre los miembros de la comunidad”. Los asentados eran “un montón de enfermos asustados, felices con el susto en el que vivían”. Su estrategia de sobrevivencia consistía en la hipocresía y la superficialidad. Una respuesta correcta era aquella por la que se recibían menos golpes. Quien llamara la atención, se exponía voluntariamente al peligro. Schwember da a entender así que la Colonia Dignidad funcionaba como un sistema en el que explotadores y explotados colaboraban activamente unos con otros.
Después de la huída de Schäfer en 1997 y su aprisionamiento en la Argentina en 2005, comenzó a desarrollarse una dinámica centrífuga en la secta a la que la coerción había mantenido junta hasta ese momento. Dado que las relaciones de propiedad no eran claras, comenzaron las luchas por la repartición de los bienes, luchas que duran hasta ahora (2009). Pero en el momento en que sobreviene una presión externa – acaso mediante procesos jurídicos -, entonces se apoyan todos mutuamente y se mantienen unidos en un “pacto del silencio”.
Schwember informa acerca de lo que ya había sido publicado sobre la producción de gas venenoso en la Colonia Dignidad[1], y agrega: “Es un hecho” que unos contactos y agentes (entre los que nombra a Wolff von Arnswaldt, Alfred Schaak y Albert Schreiber) trajeron utensilios y productos químicos a la Colonia Dignidad. Allí se los desaduanó, almacenó e instaló. De allí fueron llevados a una casa del jefe del servicio secreto chileno, Contreras. Schwember da ejemplos de contrabando de oro en vasos de miel. Habla de millones de dólares que habrían sido desplazados hacia el extranjero como dinero negro, pero sin poder precisar las sumas.
Schwember sabe también de lo que habla cuando escribe: “Las autoridades alemanas querían que todo el tema quedara en el pasado lo más pronto posible, que se garantizaran los derechos básicos de los ciudadanos alemanes (pero que ojalá quedaran todos en Chile) y que el tema saliera del debate político dentro de Alemania. En la práctica no tenían ningún interés real en que Schäfer y sus cómplices fueran castigados, sino más bien en que fueran olvidados” (p. 117, cf. también p. 283). De todas maneras, dice él que la Embajada Alemana en Chile se comportó de manera coherente. No se preocupó de los derechos humanos, ni en particular de las víctimas chilenas. Este juicio puede confirmarlo cualquiera que haya observado desde el lado alemán los ensayos de solución respecto a la herencia de Schäfer. A la contraparte chilena, Schwember le reprocha incapacidad, burocratismo y hasta mentiras. En el estado chileno, dice él, nadie quiere correr ningún riesgo. Por lo mismo a la diplomacia alemana no le quedó otra que resignarse. Que no pase nada, lo que no trae ningún problema tampoco en Alemania, según Schwember.
De cualquier manera que se mire el asunto, lo cierto es que hay que encontrar una solución para los habitantes de Villa Baviera. Por el lado chileno se han acumulado las dificultades, en vez de allanar el camino hacia una solución. Por ello Schwember renunció a su cargo al cabo de un año y medio de labor. Según él, habría sido un progreso para los derechos humanos que se hubiera encontrado una solución coordinada y objetiva. Se hubiera podido indemnizar a las víctimas y esclarecer crímenes. Dejémosle a Schwember la última palabra: “Creo que un manejo más inteligente, profesional, sistemático y multidimensional de las relaciones con la comunidad habría dado ya mucho más información y habría permitido expandir el ámbito de esa verdad posible, que será siempre incompleta. “ (p. 326)
[1]Friedrich Paul Heller, Pantalones de cuero, moños… y metralletas. El trasfondo de Colonia Dignidad, Ed. Chile América/Cesoc, Santiago, 2005, p. 114-118. F.P. Heller: Lederhosen, Dutt und Giftgas : die Hintergründe der Colonia Dignidad. 4., erweiterte und aktualisierte Aufl., Schmetterlingverlag Stuttgart 2011, S. 82-85
Desde que tiene memoria, a Teresa Laborde le duele la espalda. A los 20 años una osteópata le explicó que tenía la columna torcida. Ahí entendió que la causa de sus dolores tenían que ver con su nacimiento: su mamá, Adriana Calvo, parió en el asiento trasero de un Falcon verde mientras los militares la trasladaban a un centro clandestino de detención. Esa historia -que es una de las escenas centrales de la película Argentina, 1985- fue la que permitió, durante el Juicio a las Juntas, convencer a sectores de la clase media de los crímenes atroces de la dictadura.
Desde que tiene memoria, a Teresa Laborde le duele la espalda. Pero desde que empezó a hacer acrobacia aérea, la molestia se incrementó aún más. Por recomendación de un amigo circense, que también padece los mismos achaques, la joven de 20 años llega al consultorio de una osteópata. Es una tarde de 1998. La especialista le pide que se quite la ropa. Teresa queda casi desnuda sentada en la camilla, contemplando la ventana, obnubilada con unas cortinas de gasa violeta. De repente, la mujer la interrumpe.
—¿Mi vida, qué te pasó a vos en la columna? La tenés súper doblada…
Teresa se incorpora. No sabe qué responderle. La osteópata sigue.
—¿Tuviste un nacimiento traumático vos?
—¿Por qué me preguntás eso?
—Porque a simple vista se ve la columna muy doblada y eso pasa cuando durante el parto la madre tiene un miedo, un miedo muy grande…
Teresa se queda callada unos breves segundos. Toma aire. En aquel consultorio del barrio de Palermo, cuenta su historia una vez más:
Su mamá, Adriana Calvo, fue secuestrada cuando cursaba el sexto mes de embarazo, el 4 de febrero de 1977. Tres meses después, el 15 de abril, ella nació en el asiento trasero de un Falcon verde. Su madre pujaba —maniatada y vendada— mientras era trasladada a un centro clandestino de detención, el Pozo de Banfield. La osteópata escucha consternada, impactada, shockeada. Teresa no se detiene. Está acostumbrada a ver esa cara de conmoción cada vez que cuenta su historia. No se imagina que 24 años después una sociedad entera contemplará consternada, impactada, shockeada, la historia de su nacimiento en una de las escenas centrales de la película más taquillera de 2022, Argentina, 1985. El film narra el Juicio a las Juntas del que su mamá fue una testigo fundamental.
Pero ahora, todavía en 1998, Teresa no quiere hurgar en la historia del secuestro de su madre embarazada, ni en el Juicio a las Juntas; solo quiere resolver su dolor de espalda para poder seguir entrenando. Está harta de vivir en un país impune, con los genocidas que torturaron a su familia libres, pero sobre todo, está exhausta de las eternas discusiones con su mamá, que pasa día y noche como Don Quijote, peleando contra molinos de viento. Ya no tiene sentido seguir diciéndole: “mamá basta, no les vas a ganar, ya fue”.
Así que un tiempo después de la consulta con la osteópata, Teresa arma una mochilita y, con un grupo de teatro, viaja a Uruguay, después a Ecuador y a México, hasta llegar a Cuba, donde va a quedarse durante cinco años para volver recién en 2006, pocos meses después del comienzo del juicio a Miguel Etchecolatz, el primer represor llevado a juicio oral y público en Argentina luego de la anulación de las leyes de impunidad. Como en el Juicio a las Juntas, su mamá también será testigo esta vez.
Veinticuatro años después de la consulta con la osteópata, a una semana del estreno de la película de la que habla el país, y con el padecimiento en la columna que ahora sabe, nunca se irá —como tampoco una pequeña sordera que tiene en el oído izquierdo y una malformación en la boca, ambas producto de las torturas de su madre durante sus últimos meses de embarazo—, dice:
—Esa osteópata fue un poco mística, me habló del tema de los miedos, pero la realidad es que apenas nací quedé rebotando en el piso del auto: tiqui, tiqui, tiqui, tiqui. Porque, mamu… —hace una pausa breve, como una comediante de stand up— no había autopista en esa época, estaba todo poceado el camino de General Belgrano. La columna me quedó así torcida por eso.
***
En la película que dirige Santiago Mitre —que tuvo más de 800 mil espectadores desde su estreno y ya se puede ver por la plataforma Amazon Prime— Adriana Calvo, interpretada por Laura Paredes, llega a declarar a Tribunales con un saco marrón clarito de corderoy y una camisa blanca. Camina determinada, con paso firme, molesta, de la mano de una pequeña niña que, después sabremos, es Teresa. Para los fiscales Julio Strassera y Luis Moreno Ocampo —Ricardo Darín y Peter Lanzani—, el testimonio de esta mujer es clave. En la película, el testimonio en primera persona funciona no solo interpelando a los jueces, también es la historia que conmueve particularmente a la mamá de Moreno Ocampo, una señora de clase alta, feligresa de la misma Iglesia del dictador Jorge Rafael Videla. El testimonio logra que la mujer cambie su opinión sobre el juicio y, en especial, sobre la responsabilidad de los militares. En la vida real, el alegato de Adriana Calvo también fue determinante.
Según relata la periodista Luciana Bertoia en Página 12, “Adriana Calvo se convirtió en la primera sobreviviente en declarar ante la Cámara Federal porteña, que juzgaba a los nueve comandantes. Su declaración fue punzante, precisa y logró enmudecer a las defensas”.
Además, la mamá de Moreno Ocampo efectivamente cambió su postura con respecto a los militares, pero no después de escuchar el testimonio por la radio, como en la película, sino después de leer un artículo en el diario La Nación. En la vida real, Adriana también llegó con un saco marrón de corderoy y una camisa blanca, como en la película, pero además, de su cuello colgaba un collar —este outfit se encuentra perfectamente guardado, intacto, como si fuera una reliquia, custodiado por sus hijas—. A Tribunales no llegó de la mano de Teresa, sino de su marido, Miguel Laborde. Sus tres hijos, Martina (11), Santiago (9) y Teresa (8) se quedaron en su casa de Temperley.
El 28 de abril de 1985, un día antes de la declaración, como todos los domingos, se reunieron en el lugar más sagrado de la casa: la cama doble de sus padres. Para Adriana Calvo, no había placer más grande que hacer fiaca y desayunar en la cama todos juntos. El menú, el de siempre: café con leche, tostadas y naranja. Ese día Adriana les contó, como pudo, sobre el secuestro, las torturas y el nacimiento de Teresa. Para graficarlo dijo:
—Como los que nos hicieron eso son malos malísimos, mamá va a declarar en un juicio contra ellos. Porque nosotros somos buenos buenísimos.
Lo que sigue es historia conocida: Adriana Calvo declaró en el juicio y, como en la película, al igual que a Strassera, a los Laborde Calvo también los amenazaron. Llamados a toda hora, papeles por debajo de la puerta, personas que los amedrentaban. Por las dudas, Martina y Santiago, los mayores -los que pensaron en el 77 que sus padres se habían ido de viaje- pergeñaron un plan de escape por si los malos malísimos volvían a atacar. Con una hoja y fibrones dibujaron un mapa para salir de la casa y anotaron los roles de cada uno. El más importante: quién se llevaría a Teresa, la joya preciada, la bebé que los militares no habían robado, como sí hicieron con tantos otros. Una de las pocas criaturas nacidas en cautiverio que había logrado sobrevivir con su mamá. Teresa: un milagro.
***
Después de cinco años viviendo en Cuba, donde estudia Historia del Arte en la universidad, Teresa, ya de 29 años, queda embarazada. Teresa, la que nació presa —como solían decirle los detenidos con los que compartió cautiverio— será madre. Y Adriana Calvo estrenará el título de abuela. Ambas están rebosantes. Adriana va a visitarla a la Isla y le cocina, la mima, la cuida. Hacen fiestas, hay un exceso de felicidad. Cuando está por entrar en el noveno mes, le dicen que debe volver a su país. Como ni ella ni el padre son cubanos, no puede dar a luz en Cuba. Entonces regresa. Cuando pisa suelo argentino y ve a Adriana en el aeropuerto, piensa, en ese momento y por primera vez, en la joven de 30 años que a los seis meses de embarazo fue secuestrada y torturada. Estar embarazada la conecta de otra manera con la historia de su madre, revisita su propio nacimiento. También se le suman los miedos de madre primeriza. Adriana la calma, la acompaña a las consultas con el obstetra. La alegría de su mamá es como un bálsamo de sosiego.
Cuando comienzan las contracciones, el sábado 16 de septiembre de 2006, Teresa va a casa de su mamá en el barrio porteño de Boedo. Adriana está con sus compañeras de militancia: Marga Cruz —también sobreviviente de la ESMA—, Irene Hipólito y Gabriela Vargas. Dos días después, las abogadas de estas mujeres leerán los alegatos en el juicio a Etchecolatz y ellas tienen que prepararles material
Todavía no lo saben, pero el 18 de septiembre va a desaparecer Jorge Julio López, otro de los testigos que, como ellas, ya había declarado en contra de Etchecolatz. Pero ahora es doble nervios y doble emoción; por el juicio y por el inminente nacimiento. Teresa se mete en la bañadera para calmar los dolores de las contracciones y su mamá se cuela en el baño. Sentada encima de la tapa del inodoro, coloca una tabla de madera como escritorio móvil para la computadora. Y cuando a Teresa le agarra una contracción fuerte, corre la madera y le agarra la mano: ya pasa, chiquita, ya pasa.
Se hace de madrugada. Y Teresa ya no puede más porque, además de las contracciones, el dolor de espalda es agudo, peor que nunca, peor que cuando fue a ver a la osteópata diez años atrás. Entonces, el domingo 17 de septiembre a la mañana Adriana, Teresa y el padre de su hijo van a la clínica para comenzar con el trabajo de parto. Y cuando la dilatación llega al punto indicado, van a la sala y Teresa pasa a la camilla, el padre de su hijo entra detrás. Adriana la despide con un beso, pero el obstetra interrumpe:
—Esperen.
Nadie entiende a qué se refiere la advertencia. Él sigue.
—Adriana, vos te merecés otro parto.
Todos se quedan mudos. Ni Teresa ni Adriana saben que el obstetra conoce su historia.
—Entrá, vas a recibir a tu primer nieto.
De la mano de su madre y con la arenga de ¡vamos chiquita, vamos chiquita! con cada pujo, nace Iker. Sano y salvo. Apenas colocan al bebé en el pecho de su madre; Adriana, la abuela, se desmaya. Es demasiada la revancha, la felicidad no entra en ese cuerpo que se desploma.
***
Es 4 de octubre de 2022 y Teresa está en la fila para entrar al baño en el cine Lorca de la calle Corrientes. Acaba de terminar de ver por segunda vez el film Argentina, 1985. La primera fue el día del estreno, al que llegó por la alfombra roja invitada por la producción con su papá y sus dos hermanos. Adriana falleció dos años después del nacimiento de Iker -que ya tiene 16- aunque por suerte llegó a conocer a la recién nacida Nalúa, ahora de 15 y a Tomás, el hijo mayor de Martina, también de 16. Pero ellos no fueron a la avant premiere. Al momento del estreno del film, Teresa tiene muchos prejuicios porque, además, nadie la llamó a ella ni a ningún integrante de su familia durante el proceso de guión y filmación. Apenas termina la proyección, su percepción cambia.
—Pensé que iba a ser una película tibia y no lo es, al contrario, aunque no sé qué hubiera dicho mi mamá si hubiera estado viva…—aclara.
En la fila del baño del cine Lorca y mientras mira los mensajes en su celular hasta que le toque su turno, Teresa escucha a dos señoras comentar: “ay, esa señora que parió en el auto, yo no sabía eso, qué terrible”; Y oye también a dos pibas que repiten: “qué tremendo el testimonio de esa mujer, qué tremendo”. Ni las viejas, ni las jóvenes saben que compartirán el baño con la misma beba que nació en ese auto. Pero es ahí, en ese instante, en ese epicentro cloacal que, como ese mensaje místico de la osteópata, se le revela a ella misma:
—Tengo que tomar la posta. Ahora sí es mi responsabilidad.
Teresa Laborde nació en cautiverio hace 45 años cuando su madre, Adriana Calvo, atada y con los ojos vendados, la dio a luz en un patrullero que la conducía al Pozo de Banfield, cuando la secuestraron.
Dos días atrás, asistimos al lanzamiento del libro “La manito muerta”, una colección de cuentos escritos por Daniel Silberman, hijo del ingeniero civil David Silberman, detenido desaparecido por la dictadura cívico militar chilena.
No conocía a Daniel y su encuentro con él fue demasiado emotivo para mí, por su extraordinario parecido con su padre, lo cual me conmovió cuando nos estrechamos en un abrazo, a su llegada al Auditorio del Museo de la Memoria donde tuvo lugar el lanzamiento del libro.
Con David, compartimos la amistad y la militancia en el Partido Comunista. Él era algo más joven que yo y ambos colaboramos en las campañas electorales de Allende, participando activamente en la elaboración de su programa de gobierno.
Manito Muerta es un libro notable, que me impactó desde sus primeras líneas y no pude dejar de leer hasta concluirlo en un día. Son diferentes episodios, que ilustran con dramatismo la tragedia de una familia que ve destrozada su vida tras el golpe militar, como consecuencia de la detención y ulterior desaparición del padre.
David Silberman fue un verdadero héroe. Tras la histórica nacionalización del cobre, este joven ingeniero civil titulado en la Universidad de Chile, asumió como Gerente General de Chuquicamata, en ese tiempo la más grande mina a tajo abierto existente en el mundo. Su gestión fue admirable. Los gringos dueños de todas las grandes minas existentes en el país, se las había arreglado para evitar la designación de profesionales chilenos en la gestión de los yacimientos. Sin embargo, bajo la dirección de Jorge Arrate, designado por Allende Vicepresidente Ejecutivo de la recién formada CODELCO y de David Silberman a cargo de Chuquicamata, la producción de cobre tuvo en Chile un alza increíble, no obstante las enormes dificultades impuestas por los yanquis, quienes negaron la adquisición de repuestos o embargaron algunos embarques en puertos europeos.
“La producción de cobre de la gran minería aumento en 541.000 toneladas en 1970 a 517.00 en 1971, a 593.000 en 1972 y a 615.000 en 1973. Con la administración chilena y en el lapso de tres años, la producción de cobre de la gran minería aumentó en casi un 20%, mientras que bajo la administración de empresas norteamericanas la producción creció un 2% entre 1964 y 1970, a pesar de las grandes inversiones realizadas. En resumen, nunca antes Chile produjo más cobre que durante los años 1971-73”. ([1])
Los cuentos de Daniel, relatan la historia de un joven matrimonio, con tres pequeños hijos, dos varones y una mujer, que se instalan a vivir en Chuquicamata, donde los encuentra el golpe militar.
El mismo 11 de Septiembre de 1973, David persuade a su mujer, Mariana Abarzúa, de viajar en auto a Santiago junto con sus tres hijos, mientras él busca refugio por unos días, antes de entregarse ante el comandante Reveco, Jefe de Plaza de la zona, quien resultó ser un oficial consciente de los crímenes que estaban cometiendo las fuerzas armadas en todo el país.
Reveco, organiza rápidamente un Consejo de Guerra contra Silberman. Tras una hora de deliberaciones, lo condena a trece años de cárcel y lo envía inmediatamente a la Cárcel de Santiago, poniéndolo así, a salvo de la Caravana de la Muerte que arriba a Calama tiempo después, asesinando mediante bárbaros procedimientos, a 26 compañeros que permanecían detenidos en la cárcel de Calama, entre otros a Carlos Berger, esposo de la actual diputada Carmen Hertz.
Esta decisión significó el fin de la carrera militar de Reveco. Fue castigado por orden de Pinochet, torturado en el buque escuela Esmeralda, y detenido durante tres años. El ejército pago su lealtad a la Constitución y las leyes, privándolo de todos sus derechos y lanzándolo a la calle, desconociendo sus años de carrera militar. Hoy maneja un modesto negocio en Rancagua, adonde viajaron a visitarlo Mariana y Daniel hace algunos años. El encuentro fue demasiado dramático y no duró mucho, porque el pobre Reveco interrumpía el diálogo a cada instante, pidiendo disculpas por lo ocurrido con David. Uno de los cuentos, describe este emotivo episodio.
David permaneció casi un año en la Penitenciaría de Santiago. El cuento llamado Alfileres, relata la primera visita de Mariana a dicho penal, donde encontró obstáculos para su ingreso por usar pantalones. Su reacción fue inmediata, asombrando al personal por su ingenio para abrirse camino. Mariana, se ganó además el afecto de los presos comunes, que convivían con David, a quienes les proporcionó cancioneros y materiales, destinados a talleres de arte y la práctica de diversas manualidades.
David fue secuestrado por la DINA, de la cárcel donde permanecía recluido, sin que la familia recibiera explicación ninguna sobre quienes cometieron dicho delito y cuál fue su destino.
Indagaciones posteriores confirman que fue conducido al centro de detención clandestino ubicado en una casa de calle José Domingo Cañas, sometido a crueles torturas hasta morir y ser “empaquetado en un saco de arpillera” para ser arrojado desde un avión en las aguas del Océano Pacífico.
Un bello cuento, llamado Viaje a Chuqui, cuenta el retorno de Yael, hermana de Daniel, a la ciudad donde transcurrió parte de su infancia. Son interesantes los diálogos que se establecen con muchachas que recuerdan a su padre, quién es hoy una leyenda en la ciudad. Una calle lleva su nombre. Sin embargo, la memoria histórica también conserva la mentira urdida por la dictadura, en el sentido de que Daniel habría huido tras el golpe militar, portando dos maletas llenas de dólares, con el propósito de cruzar la cordillera.
El libro concluye con un cuento titulado José Domingo Cañas, soy una casa, en el cual ésta habla en primera persona, relatando su triste destino como centro clandestino de tortura y muerte, para más tarde ser adquirida por una firma comercial y demolida por un empresario vecino que la adquirió. Hoy es un centro de memoria, reconocido por el Consejo de Monumentos Nacionales, bajo la custodia de ex presos políticos.
Durante el lanzamiento del libro, se ofreció la palabra a los asistentes y uno de ellos se presentó como ex preso político recluido en dicha casa, justo cuando David pasó por allí. Leyó un párrafo de un libro que tiene en preparación, detallando -a juicio mío innecesariamente- el terrible estado en que ingresó David al recinto donde él permanecía junto a otros compañeros, y como debieron prestarle los primeros auxilios.
En fi. Estamos ante un nuevo testimonio de las barbaries cometidas por la dictadura. Particularmente necesario en estos días, posteriores al plebiscito que concluyó con el rechazo al texto constitucional y donde el fascismo mostró cuánto ha avanzado en nuestro país, haciendo uso masivo de la desinformación y los procedimientos más sucios, a fin de detener la incontenible ola de cambio originada a partir de la insurrección popular iniciada en octubre de 2019.
La Manito Muerta es una muy bella y cuidadosa edición, como son todas las publicaciones de LOM, cuya cubierta trae un retrato de David, realizado durante su estadía en la Penitenciaría de Santiago, por un compañero preso de nombre desconocido. Es verdaderamente notable. Sin duda es nuestro David, tal cual, con su eterno pucho en la mano.
[1] Gonzalo Martner: El Gobierno del Presidente Salvador Allende 1970-1973. Una Evaluación. Pg. 408. PEDNA. Programa de Estudios del Desarrollo Nacional. Ediciones Literatura Americana Reunida. 1988.
La historia de Puntito Recabarren, de sus padres, sus tíos y sus abuelas. Buscando la verdad.
Pie de foto,Luis Recabarren con su madre, Nalvia.
«¿Por qué yo sobreviví?» Esa es una de las preguntas que por décadas ha marcado la vida del chileno Luis Emilio Recabarren Mena.
Para entenderla, hay que conocer su historia.
Hace 42 años, cuando él tenía 2 años y medio, perdió en menos de 48 horas a su abuelo paterno, a un tío, a su padre, a su madre y al hermano o hermana que ella llevaba en su vientre.
Corría el año de 1976 y Chile vivía bajo el régimen militar de Augusto Pinochet.
El 29 de abril, cuatro miembros de su familia fueron detenidos durante un operativo de agentes de inteligencia.
Él era uno de ellos.
Todos desaparecieron menos él. Fue el único que sobrevivió. Y aún no sabe por qué.
Pie de foto,Tras el nacimiento de Luis, Nalvia se dedicó al hogar.
Desde entonces, ha intentado reconstruir lo que sucedió ese día y averiguar cuál fue el destino de sus padres, su tío y su abuelo, que sufrió la misma suerte apenas un día después.
Ha hablado con testigos, leído expedientes, buscado sus huellas en fotos. Pero sigue teniendo lagunas.
En un desgarrador testimonio que ofrece desde su casa en Suecia, donde vive desde 1984, Recabarren, nieto de la inagotable activista por los derechos humanos Ana González, quien murió el 26 de octubre, le abre su pasado, sus recuerdos, su dolor, a BBC Mundo.
Y asegura que luchará por saber quién mató a sus padres hasta que se muera.
El fatídico día
El 29 de abril de 1976, Nalvia Mena Alvarado, quien tenía 21 años, se fue con su único hijo, Luis, a buscar a su esposo a su oficina.
Pie de foto,El padre de Luis, como muchos chilenos, había perdido su trabajo por sus simpatías con la izquierda. Por eso, se convirtió en un emprendedor y se «ganó la vida» como diseñador gráfico.
Luis Emilio Recabarren tenía 29 años y trabajaba en un barrio céntrico de Santiago.
En el camino de regreso, la familia se encontró con uno de los hermanos del padre, Manuel Guillermo, y los cuatro partieron rumbo a la casa de los abuelos paternos, Ana González y Manuel Recabarren.
Desde su nacimiento, «Puntito», como le decían a Luis cariñosamente, vivió con sus padres y sus abuelos en esa vivienda.
«Nos capturaron bajándonos del autobús«, relata.
«Llegando al paradero 16 de Santa Rosa, había un operativo con tres automóviles estacionados. Nos estaban esperando».
«Cuando mi padre vio que agarraron a mi madre, que me tenía a mí, intentó hacer algo. Pero lo golpearon y a ella le pegaron en el estómago con un fusil. Después nos metieron en uno de los vehículos y los tres automóviles salieron a toda prisa».
El abandono
El mismo día de la detención, Luis fue separado de sus padres.
Pie de foto,Manuel Guillermo Recabarren tenía 22 años cuando fue detenido. Durante la entrevista, Luis lo llama cariñosamente «mi tío Mañungo».
En algún momento alguien lo subió a un vehículo negro y lo dejaron a una cuadra de la casa de sus abuelos paternos.
«Me dejó botado en la calle en pleno toque de queda. Una vecina me oyó llorar, se asomó y dijo: ‘¡Es el Puntito!’. Salió, me cargó y me llevó a donde mi abuela».
Al día siguiente, el 30 de abril, su abuelo paterno salió muy temprano a buscar a sus hijos y a su nuera.
Nunca regresó. También despareció.
Desesperada, su abuela Ana González fue a buscar a la madre de Nalvia, Ernestina Alvarado, para contarle lo que había pasado.
Así comenzó la búsqueda incansable de sus abuelas por sus padres, su abuelo y su tío.
El silencio
Después de ser llevado a su casa, «Puntito» no pudo hablar por un mes.
Pie de foto,Manuel Recabarren, el abuelo de Luis, tenía 50 años cuando desapareció.
Su crianza pasó a manos de su abuela materna, Ernestina. A Ana la visitaba frecuentemente y se convirtió en una figura constante y amada en su vida.
«Me quedaba dormido llorando todas las noches», cuenta.
«Echaba de menos a mis padres. Ellos me dieron mucho amor. Sentía que no era mi casa, que debía estar en otro lugar, que eso era algo temporal, por eso pensaba que no debía molestar. ‘Debo comerme toda la comida, debo portarme bien’, me decía».
Confiesa que, pese al amor de sus seres queridos, se sentía huérfano y en ocasiones intentó escaparse de casa.
Sus familiares nunca intentaron disfrazar lo que había ocurrido con sus padres.
«Todo el tiempo estuvieron con la verdad cruda, real, sin esconder nada, con el objetivo de procesarla».
«¿Qué hizo mi mamá para que me dejaran?»
Cuando aprendió a leer, trataba de entender la información que había «afuera» sobre las torturas y los abusos del gobierno.
Pie de foto,Sus padres, le contaban sus abuelas, «se querían mucho» y estuvieron felices con su nacimiento.
Empezó a preguntarse: «¿Le habrá pasado eso a mi mamá? ¿Le hicieron esas torturas? ¿Le pusieron electricidad a mi papá, a mi abuelo, a mi tío? ¿Qué les pasó en los últimos momentos?»
Y surgieron preguntas muy poderosas que hasta hoy lo intrigan:
«¿Por qué yo sobreviví?»
«¿Qué hicieron ellos para que me soltaran?«
«¿Qué hizo mi mamá para que me dejaran?»
«Y es que en esa época mataban a niños también».
Luego, a través de los testimonios de testigos «se supo que fueron llevados al campo de tortura de (Villa) Grimaldi y después los trasladaron a otros lugares. Ahí se perdió su rastro. Algunos dicen que los mataron y que los lanzaron al mar«.
La decisión de partir
Bajo el cobijo de un sector «solidario» de la Iglesia católica, sus abuelas y otras madres y familiares de desaparecidos se empezaron a reunir.
Así, le dieron vida a la emblemática Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (AFDD).
Pie de foto,Miembros de la AFDD en una de las tantas manifestaciones pacíficas que han organizado desde su creación. Ana González es la segunda de derecha a izquierda.Pie de foto,Año tras año, la AFDD empezó a recibir más y más familiares que, como Ana y Ernestina (ninguna en la foto), buscaban a sus seres queridos. «¿Dónde están?» ha sido una de las consignas de la organización. Esta manifestación se celebró el 9 de junio de 2017.
Ana y Ernestina llevaban a Luis a los encuentros y allí era feliz con otros niños que estaban pasando por tragedias similares, pero de las cuales no hablaban entre sí. Sólo querían jugar.
«Corríamos por los pasillos y los patios de la Vicaría de la Solidaridad, que quedaba en el centro de Santiago. Me sentía especial cuando me llevaban allá».
Pero la hora de abandonar Chile había llegado. Tenía 11 años.
«A finales de 1984, cuando mi familia materna quedó destruida, mis otros tíos cayeron en campos de detención y fueron torturados», dice.
Su abuela Ernestina no vio otra opción que llevárselo a él y a otras nietas a Suecia.
«¿Y si aparecen?»
Ernestina lo empezó a preparar para la partida. Le habló de Suecia, de sus bosques, de sus parques, de su socialdemocracia, de sus derechos civiles.
Pie de foto,Desde que desaparecieron, las familias de Luis no escatimaron esfuerzos por buscarlos.
Y eso, más la experiencia de montarse en un avión por primera vez, lo entusiasmó, pero le surgió otra interrogante:
«¿Y si aparecen mis padres? Yo tengo que estar aquí porque a lo mejor no me van a encontrar«, cuenta.
«Pensaba, soñaba que volverían y quería estar ahí cuando eso sucediera».
Pero se fueron.
«Te traeré un regalo’»
A Recabarren se le rompe la voz cuando nos cuenta el momento en que se tuvo que despedir de «un amigo del alma», un niño que vivía en el vecindario.
Pie de foto,Luis abandonó Chile siendo un niño, regresó pocos años después para visitar a sus seres queridos, entre ellos su abuela amada, Ana González.
«Le prometo a Sergio volver…»
A esa oración le sigue un silencio.
«Y…»
Más silencio.
«Le decía: ‘Te prometo volver a Chile y te traeré un regalo’. Lloramos mucho hasta que nos despedimos».
Odio a Chile por lo que me ha causado y, al mismo tiempo, amo a Chile»
Luis Recabarren
De camino al aeropuerto, recuerda «el dolor tremendo de dejar a parientes que trataron de compensar la desaparición (de mis padres) con mucho amor».
«Era la tristeza de abandonar mi país (…) de saber que iba a tener sólo a una abuela», indica.
Suecia
En la nación europea comenzó una nueva vida, aunque con el mismo dolor.
Pie de foto,En Suecia, Luis conocería el amor de pareja: Sara.
«Seguía quedándome dormido llorando, pero en silencio para no molestar».
«Era un luto perpetuo, pero trataba de estudiar, aprender el idioma, empecé clases de natación, hacía deportes».
Cuenta que llegó a Estocolmo, donde ya había una comunidad chilena que sabía quién era.
«Era mi pueblo, mi gente, recibí un cariño enorme. Los padres sabían la historia, pero sus hijos no».
Un hermano
«¿Cuando eras niño, alguna vez llegaste a racionalizar que pudiste haber tenido un hermanito o una hermanita y que también se lo llevaron?» le preguntamos.
Pie de foto,»Aquí estoy con mi abuela materna y mi prima hermana Tania Blanco», cuenta Luis.
«Todo el tiempo, todo el tiempo», dice.
Y con la voz entrecortada continúa: «Me di cuenta de que esa pizca de esperanza, que seguía haciendo crecer, no me estaba dejando vivir, no me estaba dejando pensar».
«Como niño pensaba con ilusión: ‘¿Será? Quizás tengo un hermano‘. En Suecia crecí con mis primas, por eso me preguntaba: ‘¿Tendré un hermano, tendré una hermana?’»
Soñaba que abrazaba a mi madre por la cintura»
Luis Recabarren
En las noches, cuando dormía, venían los sueños con sus padres.
«Soñaba que abrazaba a mi madre por la cintura».
Cuando cumplió los 29 años, la edad en que su padre desapareció, se preguntaba cómo habría sido la relación con él si nada hubiese pasado: «¿Seríamos buenos amigos?«
«Los amigos de mis padres me dicen que me parezco mucho a mi madre y que también tengo una pizca de mi padre».
La venganza que no llegó
«¿Recuerdas en qué momento te diste cuenta que no volverías a ver a tus padres?», indagamos.
Pie de foto,Luis siente que es un «deber» compartir su historia, especialmente para la nueva generación de chilenos y latinoamericanos.
«Fue un proceso largo», responde. Llegó a su fin en Suecia.
(…) ese odio te carcome y no vas a poder celebrar que eres el sobreviviente de tus padres. Y eso lo tienes que contar»
Ernestina Alvarado, abuela materna
«Cuando lloraba en las noches, empecé a aceptar la desaparición perpetua y a pensar que fueron asesinados, que los habían tirado en el mar. Que pasaron por cosas crueles».
«Luchaba contra mí mismo, me decía: ‘Me tengo que vengar, tengo que ser un guerrillero, tengo que encontrar a los culpables’».
Cuando se lo dijo a su abuela, ella se enojó mucho y le dijo:
«¡No, no, no! Eso es lo que ellos quieren, ese odio te carcome y no vas a poder celebrar que eres el sobreviviente de tus padres. Y eso lo tienes que contar, tienes que contar lo que pasó».
Poco a poco, en plena adolescencia, «entendió» que «ahora ellos estaban en paz«.
«Y que yo tenía que encontrar mi centro, mi balance, para poder tener una vida».
Pie de foto,Cientos de familias, como la de Luis, siguen buscando respuestas sobre lo que sucedió con sus seres queridos. Esta manifestación se celebró a 40 años del golpe de Estado, en Santiago de Chile.
Desde esa perspectiva de amor y de búsqueda de justicia que le inculcaron sus abuelas, decidió encarar su vida.
También la enfrentó con algo que sus padres disfrutaban: el arte, la música, el ballet. Estudió en la Royal Swedish Ballet School, se convirtió en bailarín profesional e hizo presentaciones en varios países.
La reconstrucción de los hechos
Recabarren conoce algunos detalles de lo que sucedió el 29 de abril de 1976 porque hubo varios testigos en las fases de la detención y la desaparición de sus padres y su tío.
Pie de foto,Luis nació el 27 de octubre de 1973, pocas semanas después del golpe de Estado que derrocó al gobierno de Salvador Allende., a quien se ve en esta foto saliendo del palacio presidencial de La Moneda, en pleno golpe.
«Eso es lo que uno lee en los testimonios que se recogieron y en lo que dice el informe Rettig, que recopila cada caso«, indica.
El Informe Rettig fue realizado por la Comisión de Verdad y Reconciliación, un órgano creado con la llegada de la democracia para investigar las violaciones a los derechos humanos durante el pinochetismo.
En 1991, ese informe, que sólo contabilizó desapariciones y ejecuciones, reconoció 2.279 muertes a manos de agentes del Estado.
Un recuerdo «muy fuerte»
Más allá de lo que ha leído e investigado y de lo que le han contado, Luis asegura que, pese a su corta edad, hay algo que recuerda del día en que vio a sus padres y a su tío por última vez.
Pie de foto,En esta imagen se observa a un grupo de soldados golpistas al momento de arrestar a guardias de seguridad del presidente Allende, en septiembre de 1973.
Y lo logró evocar tras recibir ayuda psicológica enfocada en personas con estrés postraumático crónico en la Cruz Roja de Suecia.
«La psicóloga me ayudó a sacar un recuerdo en el que veo a mi madre muy cerca de mí, hablándome, y detrás de ella hay un cuerpo en el suelo. En la puerta hay otro hombre, está parado. No sé si es mi papá o mi tío, está tratando de ver lo que pasa afuera. Estamos en una habitación».
Ese cuarto, él cree, fue el lugar donde los tuvieron detenidos.
«¿En ese recuerdo cómo ves a tu mamá?», le preguntamos.
«Se veía como un ángel», responde. «Es un recuerdo que tengo muy, muy fuerte».
¿Por qué sus padres?
Cuando le preguntamos a Luis por qué cree que sus padres fueron detenidos, reflexiona sobre su nombre.
Pie de foto,Luis junto a su abuela Ana González y su tía Patricia Recabarren.
«Luis Emilio Recabarren Serrano (1876-1924) fue el fundador del Partido Obrero en Chile hace unos cien años (1912). No sé si somos parientes o no. Nunca ha sido relevante para mí».
Pero más allá de esa posible asociación que los agentes pudieron haber establecido, su padre fue dirigente sindical.
«El padre y los hermanos de mi mamá fueron dirigentes sindicales. Todos eran idealistas, fueron una generación con potencial político que querían un cambio en la sociedad».
El objetivo del gobierno, dice, era romper las familias que tenían una postura política contraria. «Ellos querían matar ideas, (hacer) un genocidio político».
Sus padres militaban en el Partido Comunista. «No eran violentos, no eran terroristas. Sólo querían transformar la sociedad, luchar por la igualdad».
Haciéndose la imagen de sus padres
Luis sabe que sus papás «se enamoraron en un Congreso del Partido Comunista».
Pie de foto,Luis junto a su hija cuando era pequeña.
Así se lo contaron sus abuelas y sus tíos.
«Mi papá era bien carismático, recibía mucha atención de las muchachas. Pero al principio mi mamá no le daba ni bola porque sabía cómo era», cuenta entre risas.
Desde la adolescencia, Nalvia «se oponía a las desigualdades», le gustaba ayudar a la comunidad y «no era de las que esperaba a que alguien viniera a resolver los problemas de la comuna».
«Tengo la impresión de que mi madre era muy delicada. Cantaba en el coro del liceo francés, dibujaba, tenía cualidades artísticas».
Tanto a su padre como a su madre les gustaba mucho el ballet. Le cuentan que ella escuchaba música clásica cuando lo llevaba en el vientre.
Ambos eran delgados y muy altos «para el promedio de los chilenos». Él mismo mide 1,86 metros.
«Hasta que yo muera»
En una entrevista de Recabarren con la periodista Ivonne Toro del periódico chileno La Tercera, publicada el 29 de octubre, dice que necesita saber quién fue el que mató a su madre.
Pie de foto,Con sus hijos, Luis aprendió lo que es el amor incondicional entre padres e hijos.
«Hasta el día de hoy no tengo información concreta sobre cómo fue la operación contra mis padres ni quiénes estuvieron involucrados», le indica a BBC Mundo.
«No se ha podido saber toda la verdad plena«.
«Toda mi vida, hasta que yo muera, voy a buscar la verdad sobre lo que pasó. No voy a parar. Y si muero, mis hijos la buscarán. Esto va de generaciones. Es incansable».
Está casado con la periodista sueca Sara Recabarren y tiene tres hijos de 7, 11 y 15 años. Con ellos aprendió lo que realmente es el amor incondicional.
«Mientras yo sea fuerte, ellos serán fuertes», dice.
«Ellos van a seguir la lucha. Mi inclinación como padre es protegerlos, pero sé que podrán transformar todo este dolor en algo positivo».
«Un deber»
Recabarren dice que mientras se sienta con fuerza seguirá contando su historia. Pero no es fácil.
Pie de foto,Ana González, con su inolvidable carisma y entrega por el movimiento en busca de los desaparecidados chilenos, en una ceremonia celebrada el 9 de septiembre de 2013, en el Museo de la Memoria de Santiago de Chile, en honor a las víctimas del régimen militar.
«Mis tíos que sobrevivieron torturas tienen mucha dificultad para hablar sobre lo que les pasó, incluso con sus propios hijos».
«Ahora que mi abuela paterna no está, lo tengo que hacer. Es un deber».
«Para mí Chile es una paradoja: odio a Chile por lo que me ha causado y, al mismo tiempo, amo a Chile porque soy de allá, porque es mi pueblo y porque después de la muerte de mi abuela siento su solidaridad, su cariño».
“El juicio tiene ese aspecto reparador que calma. Que haya justicia es que una pueda vivir sin el lastre que cargamos durante tanto tiempo”, propone Zanta, que tiene 81 años y la espalda “cansada” de cargar con el peso de aquello que sufrió en septiembre de 1978 en la Esma.
Su paso por la Esma
Zanta tenía tenía 39 años y dos hijos adolescentes cuando fue secuestrada, torturada, acusada de montonera y violada en un baño del centro clandestino y tenía planeado escuchar desde la casa de su hija, Georgina Andino, el fallo del Tribunal Oral Federal número 5 de la Ciudad de Buenos Aires, que dirigió el juicio de lesa humanidad por los hechos que sufrieron ella y otras dos mujeres prisioneras del grupo de tareas 3.3.2 contra uno de sus jefes, Jorge “Tigre” Acosta, y uno de sus integrantes, Alberto “Gato” González.
Es la primera vez que los delitos que sufrió Zanta durante la última dictadura cívico militar eclesiástica son eje de un juicio oral y público. Lo contó por primera vez ante la Justicia en 2014, cuando fue convocada por el Ministerio Público Fiscal para ampliar la denuncia que había radicado en 1983 ante la Conadep. Tras su relato, su “caso” se sumó al de Silvia Labayrú y al de María Rosa Paredes, sobrevivientes de la Esma que forman parte de la megacausa desde hace décadas y cuyas situaciones fueron analizadas en debates orales previos, aunque por primera vez son tenidas en cuenta exclusivamente como víctimas de delitos de índole sexual.
El horror que se expande
En 1978, Mabel estudiaba Psicología Social, cuidaba de sus padres “ya viejitos”, criaba dos hijos adolescentes –Georgina de 12 y Marcelo de 19– y “ayudaba” en el negocio que encabezaba su marido, Jorge Andino, una juguetería en el barrio porteño de Barracas. Vivían los cuatro en Uriburu al 500, en el barrio porteño de Balvanera. No eran militantes orgánicos de ninguna agrupación, pero sabían de la cacería de las fuerzas de seguridad por todas las calles de la ciudad y del país. Y ellos fueron “solidarios y cobijantes” ante tanta persecución, definió Georgina en diálogo con este diario. “Mi hermano y yo tuvimos muchos tíos por horas que pasaban por casa y se iban”, contó.
La primera “visita” de la patota de la Esma a la casa de sus padres fue en febrero de ese año, pero no los encontraron. No fallaron la segunda. Fue en los primeros días de septiembre.
“Mi hijo me llamó a casa preguntándome dónde estaba papá, que no había aparecido por el negocio todavía. Le dije que no sabía, me volvió a llamar más tarde y me contó que unos tipos que parecían ladrones o policías, mirá vos la descripción, preguntaban por mí. Le dije que se quedara tranquilo que iba para allá. Ni se me ocurrió pensar que podían llegar a ser secuestradores. A las 14 más o menos, 14.30 entré al negocio y detrás mío entró la patota comandada por el “Ángel Rubio”, resumió Mabel a través del teléfono. La subieron en el asiento de atrás de un auto, flanqueada por dos represores; uno más al volante y, en el asiento del acompañante, Alfredo Astiz le advertía que si no “cerraba la boca”, era “boleta”.
No lo sabría hasta que fue liberada, 21 días después, pero la llevaron a la ESMA. Allí también tenían a su esposo. “Fui acusada de ser montonera y yo no tenía la más puta idea, si ni sé manejar un arma”, aseguró. Fue torturada, amenazada con la vida de sus hijos, a quienes tenían custodiados, conformó Georgina. Depositada en “capuchita”, como era conocido el altillo del casino de oficiales de la Esma. Y violada.
El abuso sexual “no fue parte del interrogatorio”, relató Zanta. “Fue un verde’”, señaló en relación a los represores encargados de custodiar a les prisioneres en el centro clandestino. Lo único que supo del “tipo”, asegura la sobreviviente, es que se apodaba “Lobo” y que integraba una guardia de “lo más gritona, venían algún que otro turno, llegaban a los gritos desaforados, parecían borrachos”.
Un día, estaba el “Lobo” a cargo de su custodia y le preguntó si quería ir al baño. “Yo le dije que sí porque siempre se quería ir al baño. Me acompañó y ahí me subió a la pileta y me violó a punto de pistola”, resumió. “La tortura fue terrible y la violación fatal porque más allá de la desposesión de la voluntad y del cuerpo de una, no terminó ahí en ese baño. ¿Y si estaba embarazada?, me preguntaba yo. El horror se expandía con el tiempo”, definió.
Reparar 40 años después
Cuando contó el episodio ante el TOF 5, el 30 de noviembre pasado, el abogado del “Gato” González la hostigó “hasta el hartazgo”, recordó Zanta: “Me preguntó si yo podía ubicar a qué altura estaba la pileta en la que me sentó el tipo, me preguntó cómo podía saber si me había apuntado con un arma si estaba encapuchada, y vuelta sobre lo mismo y vuelta otra vez. El presidente del Tribunal tuvo que ponerle un límite”.
Ésa fue una de las dos o tres audiencias que Zanta presenció del debate al que señala como “fundamental” en el proceso de “reconstrucción de una misma” y sobre el cual depositó una “expectativa importante”. “Fueron muchos años durante los cuales tuve que rehacerme”, asegura. Parte de ese trabajo tuvo que ver con poder “contar” lo que había vivido, “sufrido” en el centro clandestino: “En aquellos años contar lo del secuestro no estaba dentro de lo posible entre la generalidad de la gente. Mucho menos la violación, imaginate”, señaló.
Georgina, que “supo sin saber del todo” lo que había pasado desde el minuto uno, recién lo oyó de boca de Mabel “muchísimos años después”. “Es importante que la Justicia haya hecho lugar a lo que las y los sobrevivientes denunciaban, a los abusos y violaciones, de manera autónoma. Pero aún falta, aún resta que muchos y muchas cuenten lo que sufrieron”, confía la mujer, militante de los derechos humanos, trabajadora en el sitio de memoria Virrey Ceballos y “sostén principal” de Mabel en la búsqueda de Justicia. “La acompaño porque es mi vieja y la amo, pero también porque sé que su testimonio abre caminos a otros”, sostuvo.
Esperaron el fallo juntas, con la expectativa de que “sea la Justicia la que repare ahora”, subrayó Zanta, para quien “es lo mismo si le dan 15 años, 25 o cadena perpetua” a los acusados: “Lo que espero es que sean condenados”. Lo fueron.
*La entrevista desarrollada en esta nota se publicó por primera vez en 11 de agosto, antes del histórico fallo sobre los crímenes sexuales en la ESMA.
Elmgren junto a la jueza de Familia, Eliana Silva Romero. Créditos: chileadoption.se
Elmgren junto a la jueza de Familia, Eliana Silva Romero. Créditos: chileadoption.se
Una investigación reveló que la dictadura sacaba provecho diplomático de adopciones con ayuda de nazis en Suecia. Elmgren, sueca radicada en Chile, organizaba el envío de niños. Acá fundó la escuela de equitación La Dehesa y creó distintas sociedades. Su yerno es un reconocido empresario, cercano a la familia Angelini y director de Celulosa Arauco.
Anna María Elmgren, o Aja, tiene el convencimiento de que lo que hizo durante la dictadura de Augusto Pinochet fue lo correcto. Aja fue el enlace del Centro de Adopciones sueco (llamado Adoptionscentrum) en Chile, gestionando la salida de miles de niños chilenos al país nórdico en las décadas de los 70 y 80’s. Salidas que en múltiples casos fueron ilegales. Casos que más que adopciones, fueron secuestros.
“Los niños que llegaron a Suecia son personas de bien, con proyectos de vida, familias y futuro”, explica Elmgren en un recurso de protección interpuesto por ella en contra de una serie de reportajes de Chilevisión sobre la red de adopciones ilegales de Pinochet, emitidos el 2018 y que le valieron a su autor, el periodista Alejandro Vega, ser reconocido con el Premio Periodismo de Excelencia de la Universidad Alberto Hurtado. (Vea el primer reportaje de Vega acá).
Distintas investigaciones históricas y periodísticas –entre ellas, las emitidas por el canal de televisión– dieron cuenta que existieron adopciones sin el consentimiento de los padres biológicos, despojando a familias chilenas de sus hijos.
Alfaro y Morales hallaron evidencia de que los niños dados en adopción eran utilizados para generar una imagen positiva de la dictadura chilena en Suecia; en un plan orquestado en el país nórdico por políticos de ultraderecha cercanos al nazismo sueco.
Además, según descubrieron recientemente la historiadora chilena, Karen Alfaro, y el profesor de historia, José Luis Morales, las adopciones cumplieron fines políticos para el régimen de Pinochet. Mediante la revisión de “documentación diplomática correspondiente a la embajada chilena en Suecia”, Alfaro y Morales hallaron evidencia de que los niños dados en adopción eran utilizados para generar una imagen positiva de la dictadura chilena en Suecia; en un plan orquestado en el país nórdico por políticos de ultraderecha cercanos al nazismo sueco. (Revise acá el artículo de INTERFERENCIA al respecto).
“Jamás recibí un pago o beneficio económico por lograr adopciones”, asegura Elmgren en el recurso de protección contra Chilevisión, el cual finalmente fue desestimado. “El Centro me pagaba mensualmente una suma que varió con el tiempo, pero que jamás se constituyó como la fuente principal del ingreso familiar y menos aún el punto de partida de fortunas o patrimonios injustificados”, recalca.
Lo cierto es que dos años después de la fecha en que Anna María asegura dejó de trabajar para Adoptionscentrum, la mujer fuerte de la red adopciones constituyó e ingresó en distintas sociedades.
Su fortuna, eso sí, comenzó a construirse años antes, en un negocio conjunto con su ex marido, el oficial de Carabineros Carlos Carmona Kopp.
De Suecia a Chile, el camino hacia la élite
Anna María llegó desde Suecia en 1965 junto a su primer marido, Karl Ulf Edenholm, ejecutivo de una compañía sueca de fósforos, probablemente con la intención de invertir en la industria forestal chilena. Lo hicieron acompañados de sus hijos Patrik y Teresa Edenholm Elmgren. El matrimonio se acabaría en Sudamérica, con Edenholm volviendo a Europa y Elmgren quedándose en Chile, donde volvió a casarse.
En 1971, Aja contrajo matrimonio con el carabinero Carlos Carmona Kopp, oficial en retiro de la institución y miembro de la policía montada, siendo la equitación una pasión que compartía con Elmgren. Juntos fundaron la Escuela de Equitación La Dehesa en 1970, cuando aquel lugar poco tenía que ver con el actual barrio residencial de la élite santiaguina.
Al año siguiente de iniciar la escuela, Anna María Elmgren conocería el mundo de las adopciones. Su hermana Kristina le solicitó ayuda para adoptar a un niño chileno. “Yo sabía muy bien que mi hermana y su marido no podían tener hijos y que para ellos era un anhelo tenerlos”, explica en el recurso de protección contra Chilevisión.
Recorrió la Casa Nacional del Niño, la entidad entonces responsable del cuidado de niños en adopción, consiguiendo que Kristina Elmgren adoptara un niño chileno al poco tiempo. “En el caso de mi hermana y como en todos los otros en los que intervine, se siguieron fielmente todos los pasos que establecía la ley”, asegura. Aja, en los años siguientes, enviaría un total de tres niños chilenos a su hermana Kristina en Suecia.
Pero investigadores que estudiaron el trabajo de Elmgren y de Adoptionscentrum* en Chile explican que habría, además de razones humanitarias y políticas, motivos económicos para localizar y enviar niños al país nórdico.
Anna María asegura que fueron las condiciones precarias en que se encontraban estos niños lo que la llevó a dedicarse tiempo completo a gestionar el envío de niños a Suecia. “Aquel Chile de los 70 en nada se parece al Chile actual. El abandono de menores, dada la insuficiencia de medios, era un hecho que no conmovía a nadie; los niños recibían muy poca atención estatal; muchos de ellos vivían en pésimas condiciones de salud, con severos problemas de alimentación y con pronósticos de vida muy desalentadores”, explica.
Pero investigadores que estudiaron el trabajo de Elmgren y de Adoptionscentrum en Chile explican que habría, además de razones humanitarias y políticas, motivos económicos para localizar y enviar niños al país nórdico.
“En esa época, comprar un niño chileno salía lo mismo que un Volvo último modelo en Suecia”, explica fríamente una fuente en Suecia conocedora de la red de adopciones ilegales. En el reportaje de Alejandro Vega publicado en Chilevisión, se da cuenta que el valor de los niños variaba dependiendo de las características del niño: continente de procedencia, color de piel, de pelo, y edad del niño influían en el precio a pagar. Según lo informado en el reportaje, tenían un valor de 35 mil coronas suecas, unos 2 mil dólares en 1984.
Ficha donde se elegían las características de niños a adoptar. Fuente: CHV.
Aunque Elmgren asegura haber servido de enlace para las adopciones por razones más bien humanitarias, lo cierto es que existían razones monetarias para realizar el trabajo. En un reportaje del medio Cambio 21 cifran en 2.325 dólares el sueldo de Aja, monto muy por encima del salario medio chileno de US$ 118 en aquella época.
En tanto, la periodista Ana María Olivares, quien estudia el tema desde el año 2004 y pertenece a la agrupación especializada en entrega de apoyo a víctimas de adopciones ilegales, Hijos y Madres del Silencio, duda que Aja haya recibido un simple salario por sus servicios. Olivares describe el trabajo de Elmgren en la dictadura como “hacer lobby con los jueces y viajar por los hogares” para conseguir niños.
“Es bien difícil que haya sido un sueldo base y nada más, porque ella misma tenía montada una empresa que le pagaba a cuidadoras, asistentes sociales, médicos [responsables del cuidado de los niños a enviar a Suecia]”, explica en conversación con INTERFERENCIA. Para la investigadora, “es imposible que una persona con tanto poder y tanto trabajo no tuviese más dinero a su cargo, siendo que además le llegaban solicitudes no sólo por Adoptionscentrum, sino que también por fuera del centro”.
Elmgren, por su parte, explica que lo que la llevó junto a su familia a vivir de forma acomodada fue la escuela de equitación.
Sea cual sea el caso, la figura de Anna María es mayúscula en el sistema de adopciones irregulares en dictadura. Según documentación a la que accedió Olivares, son más de 2 mil adopciones las llevadas por Elmgren.
En 1991, con el retorno de la democracia, cesaría el trabajo de Adoptionscentrum. Aja, por su parte, se iniciaría en los negocios.
Elmgren después de las adopciones
Dos años después de dejar de trabajar con el centro de adopciones sueco, en 1993, comenzó a ingresar a sociedades, en su mayoría relacionadas al incipiente mercado computacional.
Partió con dos ese año: Efe S.A., a la que ingresó el 22 de junio del ’93, y Leasing Computacional S.A., a cuya propiedad entró con la misma Efe S.A. tres semanas después.
Entre ambas empresas, sumaban un capital de $411 millones.
De acuerdo a las escrituras de ambas sociedades, Elmgren entró a Efe S.A. con sólo 100 acciones, siendo las 9.900 restantes de propiedad de la empresa Computer Holdings Inc., domiciliada en Islas Vírgenes Británicas y representada por Jorge Friedman, actual decano de la facultad de Economía de la Universidad de Santiago. Leasing Computacional, en tanto, fue constituida por la misma Efe S.A.
Entre ambas empresas, sumaban un capital de $411 millones.
Dos años después, el 4 de abril de 1996, Elmgren constituyó una nueva sociedad junto a la empresa domiciliada en Islas Vírgenes Británicas, Computer Holdings Incorporated. Con un capital de $500 mil pesos –sólo $5 mil fueron aportados por Anna María– se constituyó Inversiones Ansel Limitada. Dos meses después aumentaron el capital a $121 millones, siendo aportados íntegramente por Computer Holdings.
Para todas las sociedades constituidas, Anna María figura con una dirección en Lo Barnechea, viviendo desde aquella fecha a la actualidad en aquella comuna, específicamente en El Huinganal, uno de los barrios más pudientes de la capital.
Teresa Edenholm, la hija de Aja –quien también presentó un recurso de protección luego de la emisión de los reportajes de CHV–, en tanto, contrajo matrimonio con el empresario Tim Purcell, fundador del fondo de inversiones Linzor Capital y un actor de peso en el mundo de los negocios.
Según su propio perfil en la página de Linzor, Purcell es o ha sido director de la compañía de seguros de vida Cruz del Sur; la empresa de retail Komax S.A.; la Universidad Santo Tomás; Cine Hoyts; y Colegios Cree, entre otros.
Es hijo de Henry Purcell, dueño de Portillo, un exclusivo centro de esquí. Estudió en Economía en la Universidad de Cornell y trabajó en el gigante financiero JP Morgan antes de volver a Chile. Acá, según consigna La Tercera, es parte del “círculo de hierro” del grupo Angelini, uno de los más ricos del país, además de ser cercano a la familia Said por parte de uno de los hermanos, Salvador.
Su cercanía con la familia Angelini es tal que, además de participar del directorio de Celulosa Arauco –de propiedad de aquel clan–, se especulaba el año 2010 que un 60% de los fondos que manejaba Linzor Capital proviene de la fortuna de esa familia, también dueños de Copec.
Respecto a los Said, Purcell fue director de Parque Arauco, de aquella familia. Desde Linzor Capital, juntos compraron la isapre Cruz Blanca.
Según su propio perfil en la página de Linzor, Purcell es o ha sido director de la compañía de seguros de vida Cruz del Sur; la empresa de retail Komax S.A.; la Universidad Santo Tomás; Cine Hoyts; y Colegios Cree, entre otros.
*El Centro de Adopciones es el intermediario más grande de Suecia para adopciones internacionales . La organización es una asociación sin fines de lucro . El Centro de Adopciones fue establecido en 1969 y desde sus inicios ha mediado más de 25,000 adopciones internacionales. El Centro de Adopciones lleva a cabo actividades para adoptados, familias adoptivas y futuros padres adoptivos, principalmente mediante la mediación de adopciones internacionales.
❏ Todos los adoptados sueco- chilenos y sus padres adoptivos deben recibir información sobre irregularidades e ilegalidades que son investigadas en la Corte de Apelaciones de Santiago, causa Rol 1044-2018.
Se trata de la seguridad jurídica de los adoptados y sus familias y de la responsabilidad del estado sueco.
❏ “La Comisión de Investigación Especial investiga los actos de organismos del Estado, en relación a hechos irregulares en adopción y registro de minorías, y control de la salud del país” (2019).
En Chile se ha investigado la participación del Estado chileno en el secuestro de menores, irregularidades e ilegalidades en relación con la adopción y cómo salimos del país de nacimiento. La información sobre esta investigación debe enviarse a todos los padres adoptivos y adoptados de Suecia en Chile.
❏ TODAS las adopciones de Chile deben ser investigadas en Suecia.
❏ El estado sueco debe ser responsable de los viajes de regreso a Chile.
❏ El estado sueco debe sufragar los costes / apoyo de la asistencia jurídica gratuita en Suecia si es necesario.
❏ Queremos que nuestra documentación sobre nosotros y nuestras adopciones sea guardada por el estado / autoridad sueca.
Hoy, las agencias de adopción «poseen» nuestros documentos, no tenemos control sobre nuestra propia documentación. ¡No es legalmente seguro! Además, nosotros, que venimos de Chile y fuimos adoptados en Suecia, somos todos adultos.
Información de la Agencia Sueca de Derecho de Familia y Apoyo a los Padres, MFoF
Cualquiera que sospeche de irregularidades en su propio proceso de adopción y quiera investigarlo puede completar un formulario de denuncia enviado a la Policía De Investigaciones De Chile (PDI). Enlace al formulario de solicitud (pdf) a continuación. También es posible entablar una acción a través de un representante particular (abogado) de acuerdo con las disposiciones del Código Procesal Judicial chileno «.
Para quienes ya hayan enviado previamente un informe a la investigación penal, ellos mismos o con la ayuda del MFoF, con información sobre su caso, se debe haber iniciado una investigación. Si no está seguro de si la información ha salido a la luz, o quiere verificar qué número de caso tiene la investigación, puede comunicarse con ellos en adopcionesirregulares_casantiago@pjud.cl «
«MFoF ya no tiene la oportunidad de ayudar con el envío de documentación».
¡Chile despertó! Llamado urgente a la Desobediencia civil (Noviembre de 2019)
Declaración pública en torno a la solicitud de libertad condicional de violadores de DDHH (Octubre de 2019)
Venda Sexy: Saludo de Historias Desobedientes-Chile (Septiembre de 2019)
Estadio Nacional: Saludo de Historias Desobedientes-Chile (Septiembre de 2019)
“En mi opinión, nada ocurrió” Negacionismo contemporáneo y libertad de expresión
Verónica ESTAY STANGE Instituto de Estudios Políticos de París
Frente a un Eichmann real, era necesario luchar con la fuerza de las armas y, de ser necesario, con las armas de la astucia. Frente a un Eichmann de papel, hay que responder con el papel. […] Al hacerlo, no nos situamos en el terreno en el que se ubica nuestro enemigo. No lo “discutimos”, sino que desmontamos los mecanismos de sus mentiras y sus falsedades, lo cual puede resultar metodológicamente útil para las nuevas generaciones. Pierre Vidal-Naquet, Los asesinos de la memoria, 1987
En 2012, seis años después de la muerte Augusto Pinochet y cerca de veinte años después del regreso de la democracia a Chile, la “Asociación 11 de Septiembre”, fundada por partidarios del dictador, decidió organizar un homenaje en su honor que contemplaba la proyección de un documental apologético. Dado que el número de víctimas bajo su mandato se eleva más de 40.000 –entre desaparecidos, ejecutados, torturados y presos políticos, sin contar a los exiliados–, muchas voces se alzaron para impugnar dicha celebración. En este contexto, el teniente en retiro Juan González concedió una entrevista al canal de noticias CNN-Chile. Al ser interrogado por la periodista, González afirma que el objetivo de la película en cuestión es poner fin a las “mentiras” y a las “manipulaciones” a las que recurren los comunistas para difamar al “gobierno militar” (eufemismo con frecuencia utilizado con referencia a la dictadura). Asimismo, evoca los beneficios de ese “gobierno” frente a la situación “catastrófica” en la que el país se encontraba antes sumergido, cuestiona la elección democrática de Salvador Allende, y justifica la violencia posterior recurriendo a la “teoría de los dos demonios”, según la cual una supuesta guerra civil habría confrontado a dos bandos en igualdad de condiciones. En el punto culminante de este intercambio, la periodista le pregunta sobre las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura. A lo cual González responde: “En mi opinión, no hubo violaciones a los derechos humanos”, argumentando que los desaparecidos y los ejecutados eran terroristas comandados por el comunismo internacional. Dicho de otro modo, “en mi opinión, nada ocurrió”.
Los Eichmann de papel
Después de ver esta entrevista en Youtube, y teniendo vínculos directos con sobrevivientes de la dictadura de Pinochet, recordé con amargura las palabras de Pierre Vidal-Naquet, quien, en el prefacio a su libro sobre el negacionismo del Holocausto, afirmaba que a la mentira “le queda todavía una larga vida” 1. Ya que, como él decía, siempre existirán “Eichmann de papel” que, prolongando en el plano simbólico la oscura tarea de los verdugos, se esforzarán por “asesinar la memoria” de tal o cual comunidad.
1Pierre Vidal-Naquet, Les Assassins de la mémoire. « Une Eichmann de papier » et autres essais sur le révisionnisme (1987), París, La Découverte, prefacio a la edición de 2005.
Consciente de las diferencias existentes entre los genocidios del siglo XX y los sistemas que en América Latina condujeron a la persecución de decenas de miles de personas, me pregunté entonces, como seguramente lo hicieron también muchos otros ciudadanos, si ante afirmaciones como la de González no sería acaso posible promulgar una ley sobre el “negacionismo” en Chile, comparable a las legislaciones europeas. Incluso llegué a escribir una carta en este sentido dirigida al juez español Baltasar Garzón; carta que, por supuesto, no obtuvo respuesta. De cualquier modo, desde principios de 2020, a pesar de la oposición de la derecha cercana a Sebastián Piñera, ha sido sometido a discusión el proyecto de ley conocido como “Ley Hermógenes”, que considera como delito específico la “negación de las violaciones de los derechos humanos”.
Volviendo sobre este debate, me propongo analizar, en primer lugar, las estrategias de los “Eichmann de papel” contemporáneos. ¿Podemos realizar una transposición temporal y temática de las consideraciones de Pierre Vidal-Naquet? Transposición temporal: en la era posverdad, y considerando la evolución de los medios de comunicación, ¿las estrategias negacionistas son las mismas que hace cuarenta años? Transposición temática: ¿puede el desmantelamiento de los discursos negacionistas en torno a los grandes genocidios generalizarse a la negación de otros crímenes colectivos, con motivaciones políticas (en este caso, en Chile)?
En segundo lugar, quisiera reflexionar sobre el trasfondo ético de la íntima indignación que produce en cada uno de nosotros la negación de acontecimientos históricos cuyas huellas llevamos dentro. ¿Por qué ante ese tipo de formulaciones los sobrevivientes –y sus descendientes– se sienten negados en su existencia misma? ¿Por qué este sentimiento es tan brutal, aun cuando el discurso toma la forma de una opinión banal: “en mi opinión, esto no ocurrió”? Y, sobre todo, ¿con qué derecho se puede prohibir la expresión de esas ideas, siendo que al mismo tiempo se defiende la libertad de pensamiento y de expresión inherente a la democracia?
Estas mismas preguntas se han planteado en Europa en el marco de los debates sobre el “revisionismo” y el negacionismo, y las respuestas distan mucho de ser unánimes. Basta con pensar en las controversias que suscitó en Francia el apoyo de Noam Chomsky (1980, 2010) al historiador negacionista Robert Faurisson, no porque estuviera de acuerdo con lo que este último decía, sino porque consideraba que, al impedirle expresarse, se estaría violando el derecho a la “libertad de expresión” de todo investigador. Argumento que Vidal-Naquet refuta de inmediato: “Ciertamente, se puede afirmar que todo el mundo tiene derecho a la mentira y a la falsedad, y que la libertad individual incluye ese derecho…. Pero el derecho que el “falsificador” reclama no se le debe conceder en nombre de la verdad” 2. Obviamente, Vidal-Naquet se refería a Faurisson en tanto “historiador” –supuesto garante de la verdad–. Si el mismo contra-argumento puede sostenerse a propósito de personas investidas de roles más o menos relacionados con “la verdad” –maestros, políticos, periodistas… –, ¿hasta qué punto sigue siendo válido frente al ciudadano común que niega públicamente grandes acontecimientos históricos, sin pretender hablar en nombre de la verdad, sino simplemente expresar su propia verdad, dando “su opinión”?
Al respecto, podemos citar el caso de Hermógenes Pérez de Arce, en Chile. En noviembre de 2019, sus palabras actualizaron el debate y aceleraron el proceso legislativo, hasta el punto de que, recurriendo a una antífrasis irónica, la ley contra el negacionismo lleva su nombre. En el marco de una entrevista televisiva, Pérez de Arce niega los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura y afirma, refiriéndose a la revuelta social iniciada en 2019, que los derechos humanos son menos importantes que la reconstrucción del país. Indignada, la periodista le pide que se retire del programa. El entrevistado condena ese acto de “censura” no en nombre de “la verdad”, sino en nombre de “su verdad”: “cómo no me voy a retirar si soy censurado, no puedo exponer mi opinión y se descalifica en términos que son insolentes e injustos. Así que por eso me retiro”3. En este mismo sentido, podemos pensar en las declaraciones de Loreto Iturriaga –hija de Raúl Iturriaga Neumann, antiguo agente de la DINA actualmente preso en Punta Peuco–. En 2017, cuando una víctima de la dictadura le recuerda en Twiter las torturas sexuales infligidas a las presas políticas, Iturriaga responde: “Deja de inventar cosas, mujer, que pasan solo por tu mente perturbada y sucia! Te mueres de ganas que un honorable te violara!!!! [sic]” 4. Ya que esta respuesta fue ampliamente mediatizada, Iturriaga es entrevistada al poco tiempo. Pide entonces disculpas por el tono empleado y, cuando el periodista evoca los centros clandestinos especializados en torturas sexuales, ella responde: “eso es falso. De testigos falsos. Déjame decirte que eso es mentira. Yo pienso que eso es mentira. Doy fe que eso es mentira”. Una vez más, “¡en mi opinión, nada ocurrió!”.
2 « Un Eichmann de papier » (Esprit, 1980), texto retomado en Les Assassins de la mémoire, ibid. 3 El Desconcierto, 29/11/2019. 4 The Clinic, 14/06/2019.
La verdad histórica: entre contingencia y necesidad
Para empezar, conviene recordar las razones por las cuales una verdad evenemencial o factual– esto es, el hecho de que un acontecimiento haya tenido lugar siguiendo una determinada lógica causal– puede ser objeto de interpretaciones diversas, mientras que verdades como las que postulan las matemáticas están fuera de toda discusión. Vidal-Naquet afirma al respecto: “un discurso histórico es una red de explicaciones que puede ceder el lugar a ‘otra explicación’ cuando se considera que esta última da cuenta de lo diverso de modo más eficaz”5. Este fenómeno, que se sitúa en el origen de la retórica, se explica por la oposición entre “verdades de hecho” y “verdades de razón”; oposición propuesta por Leibniz, desarrollada por Hannah Arendt y retomada por el filósofo Paul Rateau justamente a propósito del negacionismo6. Las verdades de razón, que dependen del razonamiento lógico y no de la observación, tienen la propiedad de ser no contradictorias y de poder ser demostradas. Esta demostración consiste en comprobar la inherencia del predicado al sujeto, hasta reconocer su identidad (A=B) –por ejemplo: “el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos”–. Por lo tanto, las verdades de razón son necesarias: su contrario es falso, puesto que imposible. Es por ello que conllevan una certeza absoluta.
En cuanto a las verdades de hecho, ellas son también no contradictorias –lo cual determina su coherencia interna: en el ámbito jurídico, el “relato de los hechos” no debe tener contradicciones–. Pero, en sentido estricto, estas verdades no son demostrables: ellas se acercan a la equivalencia o la identidad entre los términos, pero la coincidencia nunca es total. Las verdades de hecho son pues contingentes; su contrario no es lo falso, sino lo posible. Frente a una serie de acontecimientos que se desarrollaron de cierta manera, siempre está claro que podrían haberse producido de otro modo: nada obliga el “curso de las cosas” a orientarse en tal o cual dirección ya que, en términos absolutos, todos los caminos son igualmente imaginables. De ahí una suerte de relativismo que podría hacernos creer en la “subjetividad radical” de las verdades de hecho. Ya que, como Paul Ricœur7 observaba, la aprehensión de todo acontecimiento supone la mediación del punto de vista y del relato: los hechos puros están inevitablemente filtrados por los testimonios de los diversos actores.
Pero, a pesar de este componente subjetivo, debemos reconocer que existe un criterio de distinción entre la verdad factual y la mera opinión. En efecto, el predicado de verdad se sitúa fuera del ámbito de la opinión en la medida en que, como lo reconoce Arendt, el “contenido6 de la afirmación no es de naturaleza persuasiva sino coercitiva”8. En términos de Rateau, “la materia factual se resiste a todos los intentos de deformación y de falsificación a causa de ese carácter intransigente, obstinado, insistente de la verdad, que ‘exige imperativamente ser reconocida, rechazando la discusión’”9. Si la verdad de razón se apoya en las demostraciones, la verdad factual se basa en las pruebas: frente a ellas, no podemos negar los hechos. No podemos, no a causa de una “imposibilidad” absoluta (como en el caso de las verdades de razón), sino por un impedimento de orden ético: no podemos o no debemos permitirnos, a riesgo de traicionarnos a nosotros mismos en tanto sujetos del “saber verdadero”. Aunque las verdades de hecho no implican una certeza absoluta, ellas suponen lo que Rateau llama una certeza moral”: es lo que expresa el testigo de un acontecimiento cuando afirma que está seguro de que eso ocurrió, reconociendo al mismo tiempo que podría haber ocurrido de otro modo. Si la verdad de hecho es contingente, es al mismo tiempo coercitiva. En otros términos, la contingencia de la verdad de hecho está limitada por una necesidad epistémica. Necesidad, ya que, cuando un acontecimiento tiene lugar, es el único que podemos reconocer como verdadero frente al universo de posibilidades; epistémica, ya que el saber en cuestión se asume como certero. Es esta certeza la que, según Ricœur, permite distinguir la memoria de la imaginación.
5 « Thèses sur le révisionnisme », en Les assassins de la mémoire, op. cit. 6 « La vérité, le mensonge et la loi », Les Temps Modernes, vol. 645-646, n° 4, 2007. 7 La mémoire, l’histoire, l’oubli, París, Seuil, 2000. 8H. Arendt, op. cit., p. 305. 9 P. Rateau, op. cit., p. 37.
“Mi verdad”: entre libertad y responsabilidad
En virtud de su carácter certero a los ojos del sujeto del saber, la verdad de hecho posee una dimensión “coercitiva”, una fuerza que nos obliga a creer en ella. Se plantea entonces el problema de la libertad de pensamiento y de expresión, argumento comúnmente convocado por aquellos que se oponen a la sanción del negacionismo. Arendt reconoce que, “cuando se la considera desde el punto de vista político, la verdad posee un carácter despótico” 10 que la sustrae al debate y la sitúa fuera del campo político, aun cuando constituye el fundamento de la comunidad (de la polis). Mientras que la libertad de pensamiento abre la posibilidad del error, del malentendido, de la ilusión o incluso de la adhesión voluntaria a la mentira a título personal, la libertad de expresión, en nombre del bien común, termina ahí donde empieza la verdad de hecho. Una verdad que, siendo de orden epistémico, resulta de un largo trabajo de investigación y conocimiento: labor desarrollada por los historiadores con el objetivo de despejar la “materia factual”, poniéndola “fuera de debate”11.
Pero el negacionismo en tanto acto deliberado plantea el problema no sólo de la libertad, sino también de la intencionalidad, y por consiguiente de la “mala fe”. Ya que el error, por muy dañino que sea, no puede condenarse con la misma severidad que la mentira. A propósito de la “mala fe”, Jean-Paul Sartre afirma: “habiendo definido la situación del hombre como una elección libre, sin excusas ni concesiones […], todo hombre que invente un determinismo es un hombre de mala fe”. El filósofo llama “cobardes” a todos aquellos que, “recurriendo a excusas deterministas”, se ocultan a sí mismos “su libertad total”, y da el nombre de “cerdos” a los que tratan de “demostrar que su existencia era necesaria, siendo que es la contingencia misma”12. Así, la mala fe resultaría de la negación de la contingencia (contingencia de sí mismo o de las circunstancias) que es la condición de la libertad propia y la de los demás13.
Ahora bien, del mismo modo que existe una necesidad epistémica de la verdad de hecho que, limitando su contingencia, la distingue de lo posible (la ficción, el “hecho alternativo”, la mentira), la contingencia del individuo está circunscrita por una necesidad ética: se trata de la responsabilidad. Definida por Ricœur como “la persistencia de sí mismo” cuando se mantiene la palabra que se ha dado (“te doy mi palabra”), la responsabilidad introduce una suerte de principio de no contradicción en el interior del individuo: negar o justificar un hecho sabiendo que tuvo lugar o que es injustificable, implica contradecirse a sí mismo y traicionar sus propias convicciones, siendo irresponsable frente a los demás.
En suma, la verdad factual, así como el sujeto que ella presupone, resulta del equilibrio –o la tensión– entre contingencia y necesidad. Contingente, la verdad de hecho podría no ser; necesaria, ella se impone frente a la lógica, forzándola a través de las pruebas y de la “materia factual” consolidadas como un saber certero en el marco de una comunidad determinada. Como contraparte, la “contingencia existencial” del individuo, definitoria de su libertad, se opone a la necesidad ética que introduce la responsabilidad.
10 H. Arendt, op. cit., p. 308. 11 P. Rateau, op. cit., p. 56. 12 L’existentialisme est un humanisme, Paris, Nagel, 1946, pp. 80-81, 84-85. 13 Para un análisis semiótico de la mala fe, ver Jacques Fontanille, « La Mauvaise Foi », Actes Sémiotiques, 114,2011.
Estrategias discursivas del Negacionismo contemporáneo
A partir de la comparación de los discursos negacionistas en torno al genocidio armenio con los referidos al Holocausto, Richard Hovannisian14 identifica cuatro estrategias: la negación en cuanto tal, la relativización, la racionalización y la banalización. Sobre esta base, habiendo reconocido las exigencias de la verdad y los límites de la libertad, podemos ahora esbozar una tipología de los mecanismos negacionistas, explicando su lógica interna. En este marco, la principal característica del negacionismo contemporáneo –tal es mi hipótesis– es su tendencia a salir del ámbito político o académico (donde se situaba el “caso Faurisson”) para hacer de la “plaza pública” (los medios de comunicación, las redes sociales) su lugar de manifestación privilegiado, sacando provecho de los nuevos parámetros del ethos y de la “credibilidad” que la comunicación de masas ha instaurado.
Primero, la negación de la necesidad de los hechos y la negación de la contingencia del individuo (todo es contingente, y soy yo quien decide) se traduce en la mentira propiamente dicha: como el “cerdo” de Sartre, el sujeto supone que el mundo es contingente, y que por lo tanto le corresponde a él en tanto instancia absolutamente necesaria escoger la “versión” que será considerada como verdadera. Rateau afirma: “el mentiroso insiste en la contingencia hasta cubrir de irrealidad todos los hechos, que retrotrae a un estado anterior a la existencia: el de la simple posibilidad”. Y concluye: “gracias a esta reducción modal […], el individuo tiene un sentimiento de plena libertad respecto a asuntos de todo orden” 15. Aquí se sitúan las declaraciones de Iturriaga: lo que yo digo –que los centros de tortura no existieron– es verdadero, porque yo lo pienso, extrayéndolo de lo posible. Una verdad basada, como ella misma lo afirma, en un acto de fe (“doy fe que eso es mentira”).
Segundo, la negación de la contingencia de los hechos y de la contingencia del individuo (todo es necesario, y yo mismo soy necesario) conduce a la reinterpretación de la Historia, falseando su lógica causal y forzándola según la voluntad del individuo, aunque ello implique reinventar un principio de no-contradicción. Encontramos un ejemplo típico en el complotismo: un acontecimiento, incluso banal o aleatorio, se asocia con una intención y una necesidad ocultas, reveladas por la racionalidad omnipotente del negacionista. Es aquí que se ubica la “teoría de los dos demonios”, así como la hipótesis según la cual la violencia dictatorial en Chile habría sido una respuesta legítima a la amenaza del comunismo internacional. Como sabemos, esta última hipótesis está basada en el rumor propagado por los golpistas a propósito del llamado Plan Zeta –cuya inexistencia fue más tarde demostrada–, que la izquierda habría concebido para instaurar una dictadura marxista a través de un auto-golpe de Estado que el golpe de Pinochet habría evitado: “revisión” de la historia que invierte los roles entre héroes y tiranos. La misma estrategia de reinterpretación fue utilizada por el gobierno de Piñera en el marco de la revuelta iniciada en octubre de 2019: frente a un “enemigo interno” comandado por el “vandalismo” y la “delincuencia organizada”, era preciso emitir una “declaración de guerra” y ejercer una represión que estuvieran a la altura de tal amenaza.
14 « L’Hydre à quatre têtes du négationnisme », in CDCA, Actualité du génocide des Arméniens, Edipol, 1999. 15 P. Rateau, op. cit., p. 47.
Tercero, la negación de la contingencia de las circunstancias y de la necesidad ética del individuo (el mundo tal como es se impone a mí, y por no tanto no tengo elección) caracteriza la justificación. Mientras que el mecanismo anterior (la reinterpretación) implica una lógica justificativa de las decisiones tomadas, en este caso se trata más bien de de justificar las decisiones no tomadas. Como el “cobarde” de Sartre, el sujeto afirma que fueron las circunstancias las que obligaron los verdugos a actuar: “no tenían opción”. La responsabilidad desaparece entonces del horizonte ético. En este sentido, una gran cantidad de inculpados por crímenes de lesa humanidad recurren al “deber de obediencia”: en 2008, el general Gonzalo Santelices reconoció su participación en la Caravana de la Muerte, afirmando que, en esa época, “era impensable no cumplir la orden de un superior”16. En Argentina, este argumento tenía un valor jurídico, inscribiéndose en la “ley de obediencia debida” (1987-1998).
Cuarto, la negación del carácter necesario de los hechos, así como del individuo (todo es contingente, y yo mismo soy contingente) toma la forma de la banalización o de la eufemización: en medio de la contingencia generalizada, no sólo todos los acontecimientos y todas las versiones son equivalentes (el sujeto siendo pues incapaz de elegir), sino que su valor ético y veridictorio (su carácter de “verdadero” o “falso”) es indecidible. Al respecto, podemos evocar los eufemismos, que abundan en los regímenes totalitarios, pero también podemos pensar en la libertad de expresión defendida a ultranza y por sí misma: fuera de toda prueba u obligación de responsabilidad, todos los puntos de vista se vuelven legítimos. En el marco del Covid-19, un fenómeno de este tipo se manifestó en Chile. Mientras que las agrupaciones de derechos humanos exigían, por razones humanitarias y sanitarias, la liberación o el otorgamiento de la libertad condicional a los jóvenes mantenidos en prisión preventiva tras la revuelta social, los pocos responsables de crímenes de lesa humanidad actualmente encarcelados reclamaban la obtención de beneficios semejantes, recurriendo a los mismos argumentos. Considerando que las condiciones de detención de unos y otros son incomparables –los criminales de la dictadura se encuentran en prisiones de lujo– y que la gravedad de los crímenes que les han sido imputados no tienen común medida, esta estrategia correspondería al negacionismo por banalización. El procedimiento de fondo consiste en la disolución de las diferencias tanto entre los hechos como entre los individuos: ya que todos los ciudadanos son iguales ante la ley, nada (ni sus condiciones de vida ni la naturaleza de sus faltas) podría distinguirlos, y todas sus exigencias son equivalentes.
Para concluir, recordaré que, en virtud de su carácter no ya anti-democrático sino más bien ante-democrático, la verdad de hecho se sitúa por definición fuera de todo debate. “La verdad se transforma en opinión desde el momento en que sirve de material para la discusión pública”17. Así, los relacionistas se esfuerzan constantemente por provocar la controversia, por demostrar su legitimidad, y por llevarla al escenario mediático o a las redes sociales. Es por ello que, como decía Vidal-Naquet, no se discute con los Eichmann de papel, a riesgo de reforzar su estrategia.
16 El País, 8 février 2008. 17 P. Rateau, op. cit., p. 42.
La voluntad de someter a discusión lo que es propiamente indiscutible se manifiesta en la frase pronunciada por González (y reproducida, con formulaciones distintas, por Iturriaga y Pérez de Arce): “en mi opinión, no hubo violaciones a los derechos humanos”. En tanto soporte de la mentira (primer eje de nuestra tipología), ese “en mi opinión” no es un mecanismo nuevo. Sin embargo, potencializado por la masificación de los intercambios, me parece condensar el peligro principal del negacioniso contemporáneo.
Ello me conduce a sugerir como última hipótesis que la “democratización” de la información que los nuevos medios de comunicación han hecho posible apela a la libertad individual en detrimento de toda necesidad. La verdad de hecho se confunde con la opinión de manera no normada, anónima, y sobre la base de una validación a la vez subjetiva y cuantitativa: los likes construyen la verdad. En este marco, más que de verdad en cuanto tal o de mentira, podemos hablar de tensión y confusión entre regímenes de verdad diferentes. Si bien existe una verdad de la opinión (relacionada con la sinceridad), así como una verdad de los afectos y de las pasiones (que tiene que ver con la autenticidad), estos regímenes de verdad no se sitúan en el mismo plano de pertinencia que la verdad factual.
Por lo tanto, someter a discusión la realidad de los crímenes de lesa humanidad cometidos en Chile durante la dictadura debería parecernos tan absurdo como someter una verdad matemática al debate público, reduciendo la verdad de razón a la “verdad de creencia” característica de la opinión. Si, desde el punto de vista ético, negar una verdad de razón puede considerarse como un insulto a la inteligencia en la medida en que esta negación ataca a un pensamiento basado en una lógica implacable, negar una verdad de hecho es un insulto a la humanidad en la medida en que esta negación se dirige a los testigos y a los sobrevivientes de acontecimientos históricos comprobados. Mientras que, en el plano colectivo, el Negacionismo daña a la comunidad construida en torno a estos acontecimientos fundadores, en el plano individual cuestiona la sobrevivencia misma de las personas implicadas. De ahí la violencia a la vez simbólica y casi somática (ya que se dirige a los rastros corporales de la sobrevivencia) de lo que a veces se presenta como una afirmación perfectamente inocente: “en mi opinión…”.
En definitiva, dentro de cada comunidad, el respeto del ámbito propio a la verdad factual, que es la verdad de la historia y de la memoria colectiva, es una garantía de justeza (equilibrio entre contingencia y necesidad) tanto como de justicia.
¡Chile despertó! Llamado urgente a la Desobediencia civil
Chile despertó: lo sabemos ahora y lo constatamos día a día en las calles, en el trabajo, en las redes sociales. Por primera vez desde hace tantos años, el pueblo chileno alza la voz para reivindicar los derechos más básicos de los que la dictadura y la post dictadura vestida de democracia lo fue poco a poco despojando. Chile se levanta, sí, pero con dificultad: lejos de atenuarse, la represión se mantiene, se intensifica, afina sus estrategias.
Así, a fines de octubre el Ministerio de la Defensa realizó un llamado de carácter obligatorio a los reservistas de las fuerzas armadas para sumarse al servicio activo, y luego a los jóvenes de dieciocho años para realizar el Servicio Militar. Todo ello con la finalidad de reforzar la labor sangrienta llevada a cabo por los militares y carabineros de Chile.
Frente a este llamado cuyo motor fundamental es la violencia, el Colectivo Historias Desobedientes-Chile responde ahora con un LLAMADO URGENTE A LA DESOBEDIENCIA CIVIL, en plena coherencia con nuestro llamado previo a la Desobediencia castrense y filial.
Nos dirigimos a los jóvenes de Chile, tanto reservistas como no reservistas en edad de realizar el Servicio Militar: muchos de ustedes, si no la mayoría, han sufrido en carne propia la injusticia, la precariedad, las carencias en la salud y la educación que acarrea el mismo sistema que hoy los llama a su servicio. Pero ustedes saben, deben saber, que los que están hoy manifestando en las calles son personas como ustedes; son quizás sus propios familiares. Es su pueblo el que se levanta… y ustedes también son pueblo.
En estas circunstancias, ya que la represión ejercida actualmente se opone a demandas plenamente justificadas, y ya que, de la brutalidad ciega a la tortura, sus medios son contrarios a los derechos humanos, los invitamos a desobedecer. Mucho se ha hablado de la objeción de conciencia en nuestro país, poniéndola al servicio de las causas más diversas. En tanto hijas, hijos y familiares de criminales que, durante la dictadura, fueron incapaces de desobedecer, hoy queremos recordar que en este caso la objeción de conciencia aparece como la forma más legítima y más digna de Desobediencia civil.
Chile despertó, sí, pero ¿cuántos muertos, cuántos heridos, cuántos torturados implicará este despertar? La respuesta depende también de ustedes.
Por la Desobediencia castrense, filial y civil,
Historias Desobedientes-Chile
19 de noviembre de 2019.
Declaración públicaen torno a la solicitud de libertad condicional de violadores de DDHH
Una vez más, como ha ocurrido desde hace muchos años, varios reos de Punta Peuco están solicitando a través de Gendarmería que se les conceda el beneficio de “libertad condicional”. Aunque a estas alturas la noticia no es novedosa, y aunque se han presentado reiteradamente argumentos jurídicos y éticos incuestionables en cuanto a la ilegitimidad de dicha demanda, esta ocasión es para nosotros la primera en la que, como Colectivo, podemos expresarnos al respecto, adoptando una posición firme y sin ambigüedades. Esperamos que por lo menos esta declaración constituya un aporte simbólico al trabajo de memoria, verdad y justicia, que, poco a poco y desde lo profundo, se ha venido desarrollando en nuestro país.
Al igual que nuestra existencia misma en tanto actor político, la posición en la que nos encontramos en este asunto no deja de ser paradójica: los “reos” de los que se trata son –o podrían, y deberían, ser– nuestros propios padres o familiares. Asumiendo ese vínculo, y asumiendo sobre todo el íntimo desgarro que define nuestra condición, nos sumamos abiertamente al rechazo que las agrupaciones de Derechos Humanos han manifestado respecto a este tipo de solicitudes, y más aún respecto a su ejecución.
No nos mueven el odio ni la rabia, sino el amor por el ser humano y el reconocimiento del carácter inalienable de sus derechos. Es por eso que, haciendo acto de “ponderación” –si no desde la ley, por lo menos desde la más mínima conciencia ética–, debemos reconocer que el perjuicio a las víctimas, a sus familiares, y a la sociedad en su conjunto, tiene una absoluta prevalencia cuando se trata de violaciones a los derechos humanos.
Si bien el derecho internacional contempla la posibilidad de reducción de la pena “bajo ciertas condiciones”, no es necesario reflexionar mucho para concluir que, en la mayoría de los casos, esas condiciones no han sido cumplidas: confesión de los actos cometidos, colaboración efectiva con la justicia para el esclarecimiento de los casos… sin hablar del arrepentimiento. Requisitos todos indispensables para la prevención de los crímenes de lesa humanidad que los Estados están obligados a asumir.
Ciertamente, lo que el “sentido común” percibe no siempre corresponde a lo que las instancias judiciales establecen. Pero ¿podemos acaso confiar en los análisis de un sistema judicial que tiene pendiente el fallo de numerosas causas en proceso, y que ha dejado en libertad –y con altos cargos, privados y públicos– a los más grandes responsables de la represión ejercida durante la dictadura? ¿Por qué no ocuparse del juicio de los criminales que viven en la impunidad, antes de conceder beneficios carcelarios a los pocos que están presos?
Por todo ello, reiteramos nuestros principios fundamentales: NO A LA IMPUNIDAD (entendida también como “la inefectividad de las sanciones”), NO AL NEGACIONISMO (en el cual están comprendidos los argumentos a los que los criminales siguen recurriendo para justificar sus actos), y NO A LA RECONCILIACIÓN (en tanto voluntad de ocultar la parte más dolorosa de nuestra historia bajo un manto de prescripción y olvido).
La madrugada del 30 de enero de 1990, una noticia inusitada despertó a los chilenos: 49 prisioneros políticos habían escapado durante la noche de la Cárcel Pública de Santiago, cuando faltaban sólo seis semanas para que Augusto Pinochet entregara la cinta presidencial a su sucesor, el democristiano Patricio Aylwin.
En este libro, Fuga en Santiago. Escape desde la cárcel pública, son los propios protagonistas de aquella hazaña quienes relatan a los autores los detalles de su fuga, construyendo un texto al más puro estilo de las novelas de acción.
La obra, escrita en dos tiempos, devela en detalle los preparativos del escape, así como la investigación posterior del juez Juan Amaya; todo en el complejo contexto político del momento, marcado por la persistencia de un poder judicial desprestigiado, por los errores cometidos por la administración penitenciaria y por el arrojo y determinación de los evadidos.
En la mitología política, el sacrificio y la entrega de miles de chilenos que combatieron a la dictadura ha quedado eclipsada por las negociaciones a puertas cerradas que se sucedieron para llegar al plebiscito de 1988. Para la historia oficial ha quedado en el olvido esta versión las luchas populares y –la mayoría de las veces– de sus anónimos combatientes.
Cavar contra el tiempo y contra el olvido, cuando la existencia de los presos y presas políticos dejaba de ser reconocida en la sociedad chilena post dictadura. Cavar y cavar para salir del boquete seis semanas antes del inicio de la democracia en “la medida de lo posible”, un 30 de enero de 1990, como un acto de guerra de esos 49 hombres que se habían enfrentado a Pinochet y un primero de rebeldía en contra de la Concertación.https://www.elmostrador.cl/cultura/2015/12/09/el-escape-de-la-ex-carcel-publica-a-las-espaldas-de-pinochet/
Ayer, en el homenaje a los 119 compañeros desaparecidos, Lucía Sepúlveda planteó lo siguiente: instalar en el presente de las luchas feministas a las 19 mujeres caídas en esta operación. Ellas fueron militantes sociales que son raíz de las muchas luchas históricas de las mujeres, continuando una lucha ininterrumpida de distintos sectores de mujeres que hoy confluyen en el movimiento feminista que ha remecido el país. No podemos suscribir esta lucha a los sectores universitarios sin ligarlo a la permanente lucha de otros sectores de mujeres- trabajadoras domésticas, temporeras, funcionarias, campesinas, originarias, diversidad sexual, pobladoras, defensoras de los derechos humanos, sindicalistas, artistas, mujeres exiliadas, militantes… .
La memoria nuestra está en un gueto formado por los familiares, sobrevivientes, compañeros. Nuestro deber es des encapsularla y traspasarla al conjunto de la sociedad, que fue afectada transversalmente por las violaciones a los derechos humanos. Las secuelas de la dictadura y la post dictadura afectan hasta el presente a los diversos sectores que componen el tejido social. El sistema implantado a partir del Golpe de Estado y mantenido en la transición es estructuralmente violador de los derechos sociales, culturales y económicos del conjunto de la sociedad. No es posible invisibilizar este hecho si defendemos los derechos humanos. Nuestros compañeros fueron luchadores sociales y dieron su vida por construir una sociedad más justa. En la Operación Colombo, asesinaron a 19 mujeres jóvenes que militaban en distintos sectores apoyando, construyendo, creando espacios de participación y lucha y 100 compañeros que abrazaron igualmente la causa de los pobres del campo y la ciudad. La sociedad del presente debe conocer sus luchas e integrarlas a las luchas del presente. —
Esta lucha es transversal y tenemos la capacidad de darla en todos los espacios, utilizando todas las armas que hoy tenemos. .
«Exterminados como ratones», tituló el 24 de julio de 1975 el diario La Segunda. Aquí la historia de las 19 mujeres detrás de ese montaje, las 19 desaparecidas de la Operación Colombo.
Por Lucía Sepúlveda Ruiz/ 24.07.2018
Agentes del Estado ejercieron violencia sexual política extrema sobre diecinueve prisioneras políticas detenidas en la Operación Colombo. Resistieron hasta su ignoto final estas mujeres de los años 70, libres, solidarias, que vivían el amor y la militancia política a fondo.
Colombo fue -lo sabemos ahora- un mensaje colonizador en clave de género, un espejo del terror, dirigido también a las mujeres de esos tiempos. Porque estas mujeres eran autónomas, comprometidas con su tiempo, insurrectas, valerosas, alegres y se sentían dueñas de su destino.
La más joven de ellas, María Isabel, tenía 19 años y las dos mayores, 34 a la fecha de su detención. Trece de ellas tenían menos de 25 años y el resto, no llegaba a los 30. Sus nombres, junto a los de otros 100 varones detenidos, figuraron en listas publicadas por La Segunda y por medios de Brasil y Argentina, afirmando que 119 chilenos y chilenas habían sido exterminados “como ratones” por sus propios compañeros de lucha (titular del vespertino La Segunda del 24 de julio de 1975).
La mayoría de las detenidas en este episodio represivo era de Santiago, pero algunas venían de Isla de Maipo, Chillán o Temuco, y eran estudiantes universitarias, obreras, o funcionarias públicas. Militaban en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) dieciocho de ellas, y una pertenecía a las Juventudes Comunistas. Había una compañera embarazada, y cuatroeran madres de niños muy pequeños.
Desaparecieron entre 1974 y 1975, en la Operación Colombo, un montaje mediático con que la DINA buscó paralizar a quienes luchaban contra la dictadura, teniendo como blanco preferente al MIR. Antes de arrojarlas al mar, a un volcán o a una fosa sin nombre, los agentes represivos ejercieron en todas ellas violencia sexual y tortura en las más atroces formas imaginables, incluyendo el uso de inyecciones de pentotal para quebrantarlas, de animales amaestrados para vejarlas, y violándolas frente a sus parejas y seres queridos. Las sobrevivientes, sus hermanas, han testimoniado en tribunales en detalle, la violencia sexual que presenciaron y vivieron. Ni a las desaparecidas ni a sus compañeras –organizadas como “Mujeres Sobrevivientes Siempre Resistentes” – lograron someter los criminales. Las prisioneras, privadas de todo contacto con el exterior, se apoyaban, cuidaban sus heridas, lloraban, cantaban, tejían pulseras con astillas, se contaban historias, recetas y poemas; intercambiaban ropas, ideaban códigos secretos para protegerse cuando las separaban, y seguían resistiendo.
Once fallos
En el caso de Jacqueline Binfa, el fallo a firme exculpó en 2009 a todos los agentes de la DINA, estableciendo la prescripción total del delito de secuestro. Este año 2018, la Corte Suprema sólo dictó dos fallos definitivos en el caso de las compañeras, con lo que se elevó a once la cifra de fallos emitidos por esa corte por las 19 desapariciones ya citadas de la lista de los 119, ocurridas hace 43 años.
Las tardías penas de los últimos años varían entre los 6 y los diez años para los perpetradores, casi siempre los miembros que quedan vivos de la plana mayor de la DINA encabezada por el ex generalManuel Contreras, en línea directa con Pinochet, y secundada por la brigada Halcón, cuya presa de caza eran los miembros del MIR. Al mando de Halcón estaba el ex brigadier de Ejército Miguel Krassnoff Marchenko, uno de los que ahora espera cumplir sus múltiples condenas en la comodidad de su hogar. También han sido condenados el ex brigadier Pedro Espinoza (segundo al mando de la DINA y jefe en Villa Grimaldi); el ex general Raúl Iturriaga (subjefe de la DINA y responsable del departamentoexterior que armó la Operación Colombo en Argentina, Brasil y otros países), el ex oficial de carabineros Ciro Torré (jefe del recinto Ollagüe de José Domingo Cañas); Francisco Ferrer (Comandante de la Brigada de Inteligencia Metropolitana y miembro de la Brigada Caupolicán); Orlando Manzo, ex oficial de gendarmería (jefe de Cuatro Alamos). También hubo condenas para el ex general de Ejército César Manríquez (jefe de la Brigada de Inteligencia Metropolitana y luego de Villa Grimaldi), para Nelson Paz (suboficial de ejército y agente DINA), Manuel Carevic, ex coronel de Ejército (miembro de la DINA), Risieri del Prado Altez, ex detective, (DINA) y Hugo Hernández, ex detective de la Venda Sexy, entre otros.
En algunos casos como el de María Angélica Andreoli, sólo fue condenada la cúpula de la DINA y los agentes ejecutores de las torturas y violaciones resultaron absueltos.
Sietede los 19 casos de las mujeres detenidas en la Operación Colombo aún están en la Corte de Apelaciones o son de primera instancia. Y hay un caso, el de Violeta López en que ni siquiera hay procesados. En los once casos que la sentencia ha castigado en distinto grado a los criminales, lo ha hecho por secuestro. Sin embargo, la violencia sexual como forma específica de tortura, ha sido ignorada en los fallos. El Colectivo 119 de Familiares y Compañeros de los desaparecidos y desaparecidas en ese episodio represivo, junto a los abogados y otros colectivos de derechos humanos, ha luchado incesantemente por la justicia y la memoria. Por otra parte, una querella interpuesta en 2014 por mujeres sobrevivientes, se enfoca en el delito específico de violencia sexual política cometida en su contra, así como los efectos en las víctimas.
Ninguno de los condenados ha entregado información que permitiera encontrar los restos de las detenidas. Todos los perpetradores conservan su grado militar, su pensión y granjerías como miembro de las Fuerzas Armadas, muy superior a las ínfimas jubilaciones que perciben los ciudadanos chilenos. El ejército pagó los gastos de su defensa legal, que por décadas logró prolongar los juicios y en varios casos ha significado la impunidad biológica, por muerte de los inculpados.
En total, respecto de la lista de los 119 desaparecidos, la Corte Suprema ha dictado 56 sentencias a firme, de las cuales 45fallos (cinco dictados en 2017/2018) corresponden a los varones desaparecidos en la Operación Colombo. Es decir, en menos de la mitad de los varones desaparecidos ha habido justicia. Uno de esos fallos (en 2016), en el proceso por el secuestro de Rodolfo Marchant, absolvió por muerte a Augusto Pinochet –que solo llegó a estar procesado por ese y otros casos- y también al ex mayor Marcelo Moren Brito (jefe de Grimaldi en un período) y a Manuel Contreras, el criminal director de la CNI, los tres únicos reos en la causa.
Para la ola feminista
Aquí presentamos finalmente, en orden alfabético, un breve fragmento de esas 19 vidas de mujeres chilenas –una de ellas de origen mapuche- que los torturadores segaron y quisieron borrar. Sus biografías están algo más desarrolladas en “119 de nosotros” (Lucía Sepúlveda, LOM, 2005), sin embargo es relevante traerlas ahora de vuelta al corazón y a la memoria, para entregarlas con amor a las nuevas generaciones de jóvenes luchadoras sociales y feministas.
1. María Inés Alvarado Borgel Tenía 21 años cuando la detuvieron, el 17 de julio de 1974. Era secretaria y había estudiado en el Liceo Manuel de Salas. Militaba en el MIR. Antes del golpe, formaba parte de equipos que trabajaban con las pobladoras de la Nueva La Habana, una toma de terrenos, para tocar temas como violencia familiar, y hacer educación política. En dictadura, cumplió una de las tareas de mayor riesgo, invisibilidad y responsabilidad: ser enlace de su pareja, Martín Elgueta. Él era dirigente medio del MIR y se contactaba con Hernán Aguiló, otro dirigente. Martín fue detenido 2 días antes. María Inés fue torturada para que revelara el paradero de Aguiló. Los agentes la llevaron a casa de sus padres y montaron allí una ratonera esperando que llegaran otros resistentes. Su madre vio las huellas de la tortura y las marcas de las quemaduras y torturas sexuales en su hija. Sin la fortaleza y coraje de compañeras como María Inés, la resistencia no habría sido posible.
2. María Angélica Andreoli Bravo Fue detenida en su casa de calle Bilbao, el 6 de agosto de 1974. Tenía 27 años y era del MIR. Antes del golpe estudiaba en la Universidad de Talca. Iba a ser nutricionista. Pero tras el golpe militar interrumpió sus estudios y entró a trabajar de secretaria en Sigdo Coppers. Trabajaba en el equipo de apoyo a la Comisión Política del MIR, y a Miguel Enríquez, su secretario general. Fue entregada por una delatora, Marcia Merino. Los agentes la llevaron al centro clandestino de detención ubicado en Londres 38, donde otras prisioneras escucharon su voz por varios días, resistiendo.
3. Jacqueline Binfa Contreras Militante del MIR fue detenida el 27 de agosto de 1974, cuando tenía 28 años. En la calle la entregó Marcia Merino, la Flaca Alejandra. Había cursado la secundaria en el Colegio San Gabriel, donde era una adolescente rebelde, muy crítica de su medio social. Como era de ideas de avanzada, discutía con su mamá, que era viuda y trabajaba en el Hospital Militar. Estudió Trabajo Social en la Universidad de Chile. Sus compañeros de la U la recuerdan como una estudiante comprometida y totalmente entregada a sus actividades en el frente poblacional, en San Bernardo. Fue torturada en los centros clandestinos de detención de Villa Grimaldi, José Domingo Cañas y Cuatro Álamos. Pero no hay un solo detenido por su secuestro, violencia sexual y desaparición. La Corte Suprema determinó en 2009 que todos los delitos estaban prescritos.
4. Carmen Bueno Cifuentes Actriz de cine, tenía 24 años cuando la detuvieron el 29 de noviembre de 1974. Había estudiado en el Liceo 1 de Santiago, y vivió en el barrio República. Era la tercera de cinco hermanos. Su hermana la describe como una mujer que fue libre en el amor, y en sus relaciones, sin convencionalismos, tabúes sexuales ni dobleces. Una amiga cuenta que era “cabezona, medio existencialista y leía libros sobre la mujer”. Carmen había actuado en “La Tierra Prometida”, del director Miguel Littin. Ella y su pareja, el camarógrafo Jorge Müller fueron obligados a subir a una camioneta y llevados a Villa Grimaldi. Ambos militaban en el MIR y participaban del Frente de Trabajadores Revolucionarios de Cine. Se enamoraron locamente mientras se filmaba la película “A la Sombra del Sol”, de Silvio Caiozzi, donde Carmen fue la productora. La pareja fue torturada en Villa Grimaldi y en Cuatro Álamos. Se apoyaban gritándose su amor mientras permanecían detenidos.
5. María Teresa Bustillos Cereceda Militante del MIR, tenía 24 años cuando la detuvieron el 9 de diciembre de 1974. Faltaban sólo unos días para la fecha en que debía rendir su último examen para recibirse en Trabajo Social en la Universidad de Chile. Durante el gobierno de Salvador Allende, participó del Tren de la Salud, organizando la atención de los pacientes de lugares apartados del país que requerían atención médica. Hasta hoy la recuerdan otros participantes de esa experiencia, porque “ su cabellera cobriza le confería un aura de luz” y por la impecable organización allí desplegada por ella. Era dirigenta, pero también enlace de Hernán González, quien detenido previamente, entregó el local donde ella revelaba fotos, copiaba microfilmes y estudiaba mapas de la ciudad para fijar los puntos de contacto que les permitirían comunicarse con miembros de la organización. Fue llevada a Villa Grimaldi, torturada y vejada para luego desaparecer definitivamente.
6. Sonia Bustos Reyes Militante del MIR y cajera en el Servicio de Investigaciones (la actual PDI), tenía 30 años cuando fue detenida en su casa del barrio Brasil, el 5 de septiembre de 1974. Su padre, que falleció tempranamente, estuvo preso en Pisagua en tiempos de González Videla. Estudió en el Instituto Superior de Comercio. La familia recuerda que en sus trabajos anteriores en un hotel y una inmobiliaria, no aceptaba ningún abuso de los patrones, y siempre luchó por dignificar la vida del pueblo. Su hermana Rosa, detenida junto a ella al igual que su novio Carlos, sobrevivió, y cuenta que Sonia era coqueta desde chica, y le gustaba arreglarse y diseñar su propia ropa. También escribía poemas y pintaba. Por su trabajo, ella recibía información sobre gente que la DINA buscaba, y lo hacía llegar a la Resistencia para que se protegieran. Sonia trabajaba políticamente junto a un detective, Teobaldo Tello y a una funcionaria, Mónica Llanca. Todos están desaparecidos.
7. Cecilia Castro Salvadores Tenía 24 años, una hijita de dos, Valentina, y un marido, Juan Carlos Rodríguez, cuando a ambos los detuvieron en su departamento el 17 de noviembre de 1974. Ella estaba en cuarto año de Derecho de la U, había sido seleccionada chilena en voleibol y campeona nacional en el liceo 1, donde estudió. En su familia había un historial de mujeres luchadoras. Su abuela paterna fue una de la primeras sufragistas y la primera mujer que firmó las filas del partido Radical. Cecilia militaba en el MIR donde hizo activismo participando en las tomas de fundo en Linares con el Movimiento Campesino Revolucionario, y haciendo alfabetización a las mujeres campesinas del lugar. Su grupo, tras ser desalojada la toma, fue a parar a la cárcel de Parral y liberado gracias a gestiones del Presidente Allende. Cecilia se casó muy poco después de ese episodio con Juan Carlos, también mirista, en febrero de1972. La pareja fue torturada en José Domingo Cañas y luego Cecilia fue llevada a VillaGrimaldi. Una sobreviviente relata acerca de su dignidad en ese lugar.
8. Muriel Dockendorff Navarrete Tenía 23 años cuando la detuvieron, el 6 de agosto del 74. Era mirista, y al igual que su marido, había sido dirigente estudiantil en la escuela de Economía de la U de Concepción, aunque venía de Temuco. En los años previos había participado en trabajos voluntarios en comunidades mapuche, alfabetizando y conversando sobre el derecho a organizarse y recuperar la tierra usurpada. Sus amigas de la época de universidad la recuerdan como una militante rigurosa, pero también saben de sus poemas y su cercanía al arte. A Muriel le gustaba bordar y daba toques muy personales a la casa en que vivía en Laguna Redonda, en Concepción. En prisión, cantaba canciones de amor y quería saber de Juan su marido, preso como ella. La entregó Marcia Merino. Como María Angélica Andreoli, pertenecía al equipo de apoyo a la Comisión Política del MIR y a su secretario general, Miguel Enríquez. Gloria Laso, sobreviviente, cuenta que Muriel soñaba con reencontrarse con Juan cuando la pesadilla acabara, e irse a vivir al sur, donde “viviría en una casita de madera en medio de un bosque de mañíos y araucarias, y le pondría a sus niños nombres de héroes y de quienes habían caído luchando en pos de sus sueños”.
9. Jacqueline Drouilly Yurich Tenía 24 años y un embarazo de 4 meses, cuando fue detenida en Santiago el 30 de octubre de 1974. Pocas horas después, en otro lugar cayó detenido su marido, Marcelo Salinas. Miguel Enríquez ya había caído en combate el 5 de octubre, y ahora la DINA seguía buscando a su sucesor en la dirección del MIR, Andrés Pascal Allende. La pareja de militantes del MIR se había casado en agosto y luego de la fiesta con la familia y amigos, Jacqueline bromeaba mostrando las sábanas color púrpura, “de obispo”, conguardas blancas que había cosido cuando comenzó a vivir con Marcelo.
Ellos formaban parte de los equipos que realizaban tareas al interior de la estructura de Informaciones, directamente ligada a la dirección del MIR. Jacqueline era la mayor de cuatro hermanas y vivió su niñez y adolescencia en Temuco. Estudió Trabajo Social, en la U de Chile. Pero como también tenía inclinaciones artísticas estudió dos años de Teatro en Santiago, cuando se trasladaron allí. Después del golpe, sus padres le ofrecieron apoyarla para irse a Europa. Pero ella y Marcelo rehusaron, argumentando que los pobladores y los trabajadores no podían irse, y “vamos a aguantar” como ellos. Sabían los riesgos, pero también sabían que su partido y el pueblo los necesitaban. En prisión, en Cuatro Alamos, Jacqueline se las arreglaba para comunicarse con Marcelo usando un espejo, y alegraba a sus compañeras contando historias y chistes.
10. María Teresa Eltit Contreras Tenía 22 años y estudiaba secretariado. Militaba en el MIR. Fue detenida el 12 de diciembre de 1974, pocos días después de la detención y muerte en tortura de José Bordaz, jefe militar del MIR, con quien trabajaba como su enlace. Su militancia venía desde los tiempos en que era estudiante secundaria y pertenecía a la FESES, Federación de Estudiantes Secundarios. En prisión se reencontró con una compañera de esa época, sobreviviente, que la describe como “impulsiva, enamorada y muy comprometida” con los objetivos de su partido. Otra amiga la recuerda haciendo trabajo político en los campamentos “Patria o Muerte “y “Venceremos” de la comuna de La Granja, surgidos de tomas de terreno. María Teresa fue torturada en la parrilla muchas veces, sin embargo otras presas recuerdan que era quien recibía y consolaba a quienes pasaban luego por ese mismo trance. Ante las otras compañeras manifestaba también su dolor por el desamparo en que había quedado su madre que era viuda y trabajadora del área de la salud.
11. María Elena González Inostroza Tenía 22 años cuando fue detenida en Santiago, el 15 d agosto de 1974. Era mirista y hasta el golpe había sido Directora de la escuela N° 18 del fundo El Calabozo, de Chillán. Hija de campesinos, había sido la mejor alumna de su carrera, titulada con distinción como profesora de educación básica en la U de Chile de Chillán. La persecución en esa región fue intensa. La casa de sus padres fue allanada 17 veces. Ella y su hermano Galo se trasladaron a Santiago y fueron detenidos en su departamento junto a otros tres compañeros y el hijo de 5 meses de una de ellas. Del extraordinario temple de María Elena en los campos de concentración testimonia una sobreviviente: “Sabía de cocina chilena y de empanadas. Todo lo medía en platos hondos. Me dijo impertérrita que la estuvieron torturando 36 horas en la parrilla”. Era capaz de reírse de todo, con un humor negro a prueba de las circunstancias.
12. María Isabel Joui Petersen Marisa, de 19 años, estudiaba economía en la Universidad de Chile. Fue detenida el 20 de diciembre de 1974. Era la única mujer de un hogar tradicional, en que sus dos hermanos y su padre eran uniformados. Ella llegó al compromiso político desde la vertiente cristiana, ya que fue miembro de la Juventud de Estudiantes Católicos JEC, donde entendió el cristianismo como lo explicaba la teología de la liberación: compromiso con la lucha por liberar a los oprimidos y construir un mundo mejor. Fue presidenta del Centro de Alumnos del Liceo 3, cuya directiva participaba en las reuniones de la FESES.Así fue como Marisa llegó al FER y más tarde comenzó a formar parte de la Brigada Secundaria del MIR. Lecturas políticas del Ché y Bakunin, lucha callejera, tomas, huelgas, protestas frente a la embajada de Estados Unidos en el Parque Forestal así como la venta del periódico mirista El Rebelde a la entrada de las fábricas y antes de entrar a clase, eran parte de su vida. En esos tiempos surgió la inquebrantable amistad con María Teresa Eltit y con María Alicia (sobreviviente) quien recuerda que a Marisa le gustaba escuchar a Cat Stevens, a Creedence ClearWaterRevival y a Quilapayun. Con sus amigas celebró Marisa en la Alameda la noche del triunfo del Presidente Allende. Y en los trabajos voluntarios se enamoró de Renato Sepúlveda, estudiante de medicina, también del MIR. Se casaron en diciembre del 73, cuando poco quedaba del mundo en que habían vivido. La dictadura había cerrado su escuela, pero ambos siguieron en la resistencia. El trío de amigas después compartió prisión y tortura. Con hilos de una frazada y astillas tejieron pulseras que prometieron llevar siempre consigo.
13. Mónica Llanca Iturra Tenía 23 años, un hijo de 2 años, Rodrigo, y un marido cuando la detuvieron el 6 de septiembre de 1974. Era funcionaria del Gabinete Central de investigaciones, y pertenecía a una red clandestina que proporcionó células de identidad a la resistencia. Trabajó junto a Antonio Tello y Sonia Bustos. A lo largo de 6 meses, logró traspasar cartolas de cédulas en blanco para la elaboración de nuevas células de identidad destinadas a los perseguidos dirigentes miristas que no podían pasar los controles callejeros. Mónica estudió en el Liceo 15 de calle Santo Domingo y vivía en el barrio Carrascal, donde conoció a Manuel. Se casaron en 1971 y compartieron el entusiasmo de los años de la Unidad Popular y los cambios que el país vivía. Mónica iba las concentraciones y las marchas, leía con Manuel la revista Punto Final y El Rebelde, y en una carta a una amiga, le preguntaba si encontraba que Allende era en verdad el Salvador de Chile. Manuel trabajaba en Cemento Polpaico, que había sido intervenida, y estudiaba de noche en la USACH, entonces Universidad Técnica del Estado. Eran una familia feliz y llena de esperanza, habían montado una casilla de madera en el patio de la casa de la hermana de Mónica. Manuel quedó cesante tras el golpe y vivieron días difíciles, sustentando ella sola el hogar. Una compañera de trabajo la describe como “alegre, vivaz, confiada y confiable. En el casino siempre nos hablaba con mucho amor de Manuel y de su hijito Rodrigo.”
14. Violeta López Díaz Militante del MIR, viuda, desapareció, tenía 40 años, un hijo de 16, Ricardo, y una hija de 14, Rebeca. Militante y artista, madre y mujer bella, obrera y secretaria, rompía los cánones tradicionales. Antes del golpe, había fundado el grupo de teatro Acquarius. Participó en la Asociación de Teatro de los Ferrocarriles, y también fue secretaria de la Sociedad de Autores Teatrales de Chile. El 11 de septiembre trabajaba como obrera en Cecinas Loewer y fue detenida junto a otros once trabajadores y hostigada por varios días. En una oportunidad los uniformados le hicieron tragar bencina, amenazándola con prenderle fuego y hacer daño a sus hijos. Valiente, decidida, ella siguió adelante con su familia, su militancia y su vida pero tras su detención en su domicilio de San Miguel, el 29 de agosto de 1974, sus hijos la perdieron para siempre. La denuncia para el recurso de amparo la puso el niño en la Vicaría. Cuando la buscó en recintos policiales, los uniformados le respondían que se volviera a casa porque su madre lo había dejado botado. Siguió haciéndolo, desesperado y dejó los estudios. Se fue preso una y otra vez porque durante las noches de toque de queda salía a las calles a exigir el paradero de Violeta y luego insultaba a los uniformados. Una demanda fue presentada en 2005 por CODEPU, y la última en 2015 como parte de una demanda colectiva de Londres 38. Finalmente la ministra Marianela Cifuentes tomó la causa, que aun no tiene procesados.
15.- María Cristina López Stewart 21 años, militante del MIR, estudiante de historia en el Pedagógico de la U de Chile fue detenida el 22 de septiembre de 1974, en el marco de los operativos que la DINA realizaba para ubicar a Miguel Enríquez. La joven estudiante, de cabellos color miel y pequeña de estatura, dirigía una parte de la estructura de informaciones, trabajando con Alejandro de la Barra, quien fue ejecutado por la DINA en diciembre de ese mismo año. Desde los ocho años, María Cristina, la menor de tres hermanas, llevó un diario de vida. A los 16 escribió allí : “Yo no tengo miedo a la muerte. Tengo miedo a dejar de vivir.” Estudió en el Liceo 7, donde pudo conocer niñas de sectores sociales diferentes a su familia, que vivía en La Reina e hizo allí amistades entrañables. Leía, estudiaba, escuchaba a Los Beatles, su grupo musical favorito, y jugaba con su perrita Jenny. Su rebeldía y su búsqueda de igualdad de derechos la llevaron a negarse a asistir a la graduación al fin de sus estudios secundarios, porque había otras estudiantes que no lo harían por no poder costear el traje para la ocasión. Comenzó su militancia universitaria en el frente estudiantil, participando incluso domingos y festivos en el trabajo político y poblacional, lo que hacía decir a su mamá: “Parece ser que mi hija Mari siente que cada minuto de su existencia es más importante entregado a los demás que a sí misma y así va dejando su desbordante alegría y esperanza en hogares más humildes “. Luego Mari pasó a trabajar políticamente en la búsqueda, recolección y sistematización de información relacionada con los movimientos golpistas de determinados sectores.
16. Eugenia Martínez Hernández Obrera, del MIR, colocolina, 25 años, fue detenida el 24 de octubre de 1974 en la industria Laban, donde trabajaba. Su madre explica que ella entró al MIR porque deseaba vivir en una sociedad libre y justa. Su compromiso social se despertó cuando trabajaba en una fábrica de papeles. Eugenia terminó su enseñanza media asistiendo al Liceo Nocturno N=3 llegando muy tarde a su casa de La Legua Emergencia. La fábrica de Laban fue tomada por sus trabajadores el 29 de junio del 73, día del “Tancazo” , una suerte de ensayo del golpe. Quena logró la intervención de la industria denunciando el boicot patronal a la producción y desde entonces se unieron al Cordón industrial Macul. Pero la experiencia sólo alcanzó a durar 2 meses. Tras el golpe, la industria volvió a manos de los patrones.
17. Marta Neira Muñoz Comunista, 29 años, un hijo – Francisco- fue detenida el 9 de diciembre de 1974, a horas de que su pareja, César Arturo Negrete (MIR) de quien era enlace, también cayera preso. Tita, alegre y generosa, de grandes ojos azules, la tercera de cinco hermanos, creció en la localidad de Isla de Maipo. En la plaza todos le hacían rueda cuando bailaba rock and roll con su hermano Miguel Angel. Ella era el orgullo de las Juventudes Comunistas de la localidad, donde solía repartir El Siglo. Era bajita y le gustaba usar tacones muy altos. Su padre había conocido la persecución en tiempos que González Videla ilegalizó al Partido Comunista. Cuando la familia se trasladó a Santiago, estuvo un tiempo en el Liceo 5 de Portugal pero terminó sus estudios en un liceo nocturno. Su rostro hermoso, de tez tostada y sonrisa perfecta fue una vez portada de la revista juvenil Ramona que editaba Quimantu, donde trabajó hasta el 11 de septiembre.
18. Patricia Peña Solari Estudiante de licenciatura en Biología, tenía 23 años cuando fue detenida el 10 de diciembre de 1974. Su hermano Fernando había caído el día anterior. Su madre, concertista en piano, hermana de la actriz Malucha Solari, había fallecido poco antes. Militaba en el MIR y se encargaba de reproducir el periódico del MIR, El Rebelde, en un complejo proceso que comenzaba con descifrar los textos que venían en microfilm. Había estudiado en el Liceo 1. Bella, de pelo largo liso y negro, ojos almendrados y piel morena, Patricia tocaba el piano y la guitarra y amaba la música. Pertenecía al coro del Liceo y luego al coro de Cámara de Guido Minoletti. En las largas noches de tiempos de dictadura y resistencia, Patricia y su pareja trabajaban en los textos de El Rebelde para hacer unos 200 ejemplares, tras lo cual, con las manos aun entintadas, se acariciaban…después Patricia tocaba el piano interpretando a Mozart y Chopin, en una sucesión que Claudio, su pareja, sobreviviente rememora: “Allí estabas nuevamente dulce como siempre: el amor, la reunión, El Rebelde y el regreso al pentagrama.”
19. Bárbara Uribe Tamblay Detenida el 10 de julio de 1974, tenía 20 años. Egresó del liceo un año antes de casarse con Edwin en diciembre del 73. Fue amor a primera vista, se conocieron en el local de la Federación de Estudiantes Nocturnos, como activos miembros del FER y ella tomó la iniciativa. Iván trabajaba en la estructura de Informaciones, y es probable que Bárbara tambiénlo hiciera. Estudió en los liceos 7 de Niñas y 9 de Macul y allí luchó por todas las causas justas. Eran cuatro hermanas,Su hermana Viviana cuenta que tenía fama de rebelde y la echaban de todos lados. También se preocupaba de sus amigas y una de ellas recuerda que le enseñó a pintarse las pestañas. Emotiva, sensible, le gustaba la música y el canto y le aburrían las lecturas pesadas. Muy bella, le aconsejaron ser modelo pero ella optó por hacer un curso de secretariado. Ingresó al MIR tras participar en los trabajos voluntarios en apoyo al movimiento campesino y obrero en Talca: “Cuando conoció la pobreza directamente,no dejó de verla más”, explica su hermana. Trabajó políticamente en los campamentos de Lo Hermida y Nueva Habana y conocía de cerca al agente Romo que en esa época era dirigente poblacional, y luego fue quien la detuvo y vejó. Ella había continuado ligada a los pobladores y se esforzó por ayudar a los perseguidos. Bárbara y Edwin permanecen desaparecidos y unidos para siempre.
La Justicia chilena comenzó a abrir una de las páginas más oscuras de la dictadura de Augusto Pinochet (foto): la adopción irregular de miles de niños que fueron enviados al extranjero. Hoy, sus madres los buscan ayudadas por las redes sociales. El 9 de julio de 1977, durante los años más cruentos de la dictadura (1973-1990), Margarita Escobar llegó a tener a su hija al hospital Paula Jaraquemada de Santiago. Alcanzó a ver a su bebé unos instantes antes de que se la llevaran.
Cuatro décadas después relata que durante horas nadie le dio información sobre su hija y que cada tanto la inyectaban para mantenerla dormida. “Cada vez que despertaba volvía a preguntar por ella, hasta que una matrona me dijo: tu guagua (bebé) nació muerta”. Pidió verla para darle un beso pero no la dejaron. Después de eso “nadie me dio ningún papel, me mandaron para la casa. No sé cómo llegué; estaba totalmente dopada”, recuerda.
En el mismo hospital, en febrero de 1985, María Orellana dio a luz a un niño que llamó Cristián. “Alcancé a escuchar que era un varón; después me aplicaron una inyección y no supe más”, cuenta. Durante días pidió ver a su hijo pero nadie le dio respuesta hasta que le informaron que había muerto. Tampoco la dejaron verlo. “Quédate con el recuerdo de tu guagüita, va a ser muy cruel que la veas”, recuerda que le dijeron en el hospital.
Al igual que Margarita, a María tampoco le dieron ningún papel ni le entregaron el cuerpo. “No hay nada, es como si yo no hubiera pasado por ese hospital”, recuerda hoy, empeñada como otras miles de madres en encontrar a su hijo.
El juez especial de causas de derechos humanos Mario Carroza realiza desde enero una extensa investigación sobre sustracción de menores centrada en los años de la dictadura, aunque, ante nuevas denuncias, la amplió hasta 2000. Si bien se ha descartado el secuestro de niños como método represivo, como sucedió en Argentina, se cree que las condiciones de esa época facilitaron el actuar de grupos dedicados a “captar” niños para enviarlos al extranjero con fines económicos, explica el abogado del Instituto Nacional de Derechos Humanos Pablo Rivera, que ha presentado denuncias a nombre de las madres.
Un rol protagónico lo jugaron asistentes sociales, religiosos, médicos o funcionarios de municipios u hospitales, que detectaban a madres vulnerables y luego sustraían a los niños o lograban bajo engaños que fueran dados en adopción. “En general los casos tienen relación con madres de escasos recursos que dieron a luz a sus hijos o hijas y luego fueron engañadas por funcionarios de los hospitales respecto a que estaban muertos o enfermos o murieron con posterioridad y nunca más supieron de sus hijos”, explica el abogado del Instituto Nacional de Derechos Humanos Pablo Rivera, que ha presentado denuncias a nombre de las madres.
La vigencia hasta 1988 de una ley que permitía borrar los orígenes de las familias biológicas contribuyó a fomentar la práctica en un país sumido en esos años en el silencio y el temor, explica la historiadora de la Universidad Austral Karen Alfaro. Para Alfaro, la práctica se “inscribe también dentro de una lucha ideológica de la dictadura de Pinochet, un tipo de violencia social sobre los sectores más pobres”.
No hay registros de la cantidad de niños enviados al extranjero. Según datos oficiales, entre 1973 y 1987 se registraron 26.611 adopciones en Chile pero no se sabe cuántos fueron llevados al exterior.
El juez Carroza ha logrado determinar que al menos 2.021 fueron adoptados en Suecia entre 1971 y 1992. Otros miles llegaron a Alemania, Francia, Italia, España, Holanda, Suiza, Estados Unidos, Uruguay y Perú. El valor pagado por cada niño equivalía a entre 3000 y 5000 dólares de hoy.
Sin papeles que respalden su historia, muchas madres guardaron su dolor por años. Pero a medida que los primeros casos fueron haciéndose públicos y se formaron grupos de búsqueda en redes sociales muchas se dieron cuenta de que miles compartían su experiencia. Uno de estos grupos es “Hijos y madres del silencio”, que reúne en Facebook a unas 3.000 personas: hijos que buscan su origen biológico y madres que quieren reencontrase con hijos arrebatados. “Lo que nosotros necesitamos es que se abran los archivos, las fichas de los hospitales, que se haga esto público para que la gente que está fuera de Chile se dé cuenta de que pudo ser una adopción ilegal”, clama Marisol Rodríguez, vocera de la agrupación. En tres años, el grupo ha logrado casi 90 reencuentros.
Las pruebas de ADN son hoy su mayor ayuda. Con dificultad, por los costos, muchas madres se están realizando los test rápidos para poder ingresar a bancos genéticos internacionales. “Lo que quiero es saber qué paso con mi hija y si mi hija me anda buscando”, dice Josefina Sandoval, tras someterse a una prueba. “La andamos buscando y con esto la vamos a encontrar”, agrega sobre la hija que dio a luz pero fue dada por muerta el 24 de junio de 1980.
Rocío Brizuela Chehade, de 27 años, escribió una carta titulada «Los niños del silencio». Es que ella es uno de los menores que fueron entregados en adopción de manera irregular en los años ’70 y ’80 en complicidad con las familias, ginecólogos y religiosos, como fue el caso de Gerardo Joannon.
Hay en Chile un grupo de personas con una historia común y desconocida para la mayoría de nuestra sociedad. Somos aquellos niños y niñas protagonistas (algunos dicen víctimas) de lo que la prensa llama “adopciones irregulares” ocurridas en los años 70 y 80 en nuestro país. Hoy tenemos 30 ó 40 años, algunos hemos sido conscientes de nuestra historia, algunos hemos decidido enfrentarla, otros olvidarla, otros simplemente no escucharla, y muchos otros probablemente aún no han tenido la opción siquiera de conocerla. Todos nosotros somos los niños del silencio.
El silencio ha sido la columna vertebral de nuestras vidas. El silencio de nuestros padres biológicos al saber que habíamos sido concebidos, de su entorno cercano para ocultar la desgracia de un embarazo no deseado ante la sociedad, el silencio de las familias adoptivas por miedo a perdernos y también el propio silencio al temer enfrentar nuestra verdad. Todos estos silencios fueron creados y mantenidos por muchos años – en mi caso 27 – por personas que de alguna forma u otra han estado presente en nuestras vidas. Y en la mayoría de los casos sigo pensando que se trató de silencios bien intencionados, basados en el amor.
La gran mayoría de los niños del silencio tuvimos que lidiar –muchas veces inconscientemente – con situaciones infinitamente complicadas en términos emocionales. Lidiamos con el estrés que provoca en los bebés el ser fruto de un embarazo no deseado, con el desapego que significa no haber sido amamantados por nuestras madres, con haber sido niños “inexplicablemente enfermizos” e incluso desnutridos por ser alimentados artificialmente en una época donde los sustitutos de la leche materna no eran los ideales. Lidiamos con los miedos constantes de nuestros padres adoptivos de que la verdad aflorara sin control, con la imposibilidad de sentirnos seguros y protegidos sin saber por qué, con la duda que genera la falta de identidad, con la dificultad de poder formar nuestras propias familias, y mucho más.
Pero también los niños del silencio fuimos y somos tremendamente amados. Acogidos por familias que nos cuidaron con esmero, que nos quisieron incondicionalmente viniésemos desde donde viniésemos. Criados por padres, tíos, padrinos y abuelos que cometieron – como todos – muchos errores, pero que dieron lo mejor de sí para hacer de nosotros mejores personas. Esas, las familias que siempre conocimos, fueron las que enjugaron nuestras lágrimas, nos recogieron cuando caímos, curaron nuestras heridas, se desvelaron con nuestras fiebres, gozaron de nuestros logros y lloraron nuestros pesares. En mi caso no puedo estar más que agradecida y sentirme afortunada por ello. Muchas veces, también fuimos amados por nuestras madres y padres biológicos que, aunque aturdidos por las circunstancias, renunciaron a nosotros para que pudiésemos tener un futuro mejor. En muchas otras historias, las madres y padres biológicos no tuvieron opción.
Los niños del silencio somos extremadamente resilientes, y de alguna forma u otra podemos contener en nuestros cuerpos de adultos dos historias de infancia, las contadas y las silenciadas. Cuando nos enteramos de nuestras verdaderas historias hemos tenido que releer nuestras vidas, volver a mirar los álbumes de fotos, nos hemos preguntado quién eligió nuestros nombres, si debemos seguir celebrando nuestro cumpleaños en la misma fecha e incluso si tenemos que seguir celebrándolos. Nos preguntamos dónde nacimos, a quién nos parecemos, si tenemos hermanos, si estamos menos solos y si hay algo que nos pueda hacer sentir más seguros. Algunos hemos tenido la posibilidad de hablar del tema con al menos uno de nuestros padres biológicos y/o adoptivos. O no alcanzamos a hacerlo.
Como niña del silencio he podido vivir con todo esto y he podido volver a usar mi nombre con la seguridad construida por vínculos de amor. Con ayuda de muchas personas he aceptado las decisiones tomadas por otros sobre mi vida, abriendo el corazón y la mente para entender el contexto en el que ocurrieron los acontecimientos. He tratado de llevar este proceso desde que conocí mi historia – hace ya casi 10 años – con la mayor franqueza posible conmigo misma, para avanzar y no quedarme empantanada en situaciones que no puedo, y que probablemente tampoco quiero, cambiar. Lo más duro ha sido imaginar los años de sacrificio, silencio y dolor de mis dos mamás y mis dos papás, y el aceptar que la verdad que conozco siempre será incompleta. Nunca el rompecabezas estará terminado.
Hoy he dado un paso más, el de reaccionar públicamente ante una frase escrita en un reportaje respecto de las adopciones irregulares en Chile que rezaba: “para que esa estrategia tuviera éxito, requería de un elemento clave: un compromiso de riguroso silencio de todos los que estaban al tanto de la verdad”.
Los últimos días han sido dolorosos. Enfrentarse a nuevos casos que abultan el conteo de probablemente cientos de niños y niñas del silencio es siempre desolador, pero esta vez el agravante es gigantesco… muchos niños fueron dados por muertos para que la adopción fuera “exitosa”. Y eso ya no es tolerable para mí. Desde mi perspectiva, creo que se puede llegar a tolerar que te cambien el apellido, la familia, los hermanos, incluso el nombre, pero que te maten en vida supera un límite demasiado extremo. Aunque no es mi caso, el dolor cala hondo en los huesos, porque sé lo que he vivido y aún así no puedo siquiera vislumbrar lo que sienten las personas que, en su propia búsqueda por la verdad, tal vez se encontraron con un certificado de defunción de ellos mismos.
Hoy la polémica está instalada en la iglesia católica y sus representantes, quienes lamentablemente fomentaron la creación de una sociedad castigadora, donde muchas personas tienen más miedo a “no pertenecer” que a vivir el resto de sus vidas con mentiras gigantescas sobre sus conciencias. Mañana, lamentablemente, esta problemática será tema en alguna otra de las tantas institucionalidades que seguramente fueron parte de esta red negra de abuso y degradación: hospitales, colegios, el propio Estado, las dictaduras… la lista podría ser interminable.
Escribí estas líneas porque quiero que Chile sepa que hay muchas personas viviendo, superando, renaciendo, reconstruyendo, reparando sus vidas en torno a todos los silencios que nos han tocado vivir. Escribí, para romper el silencio y decir con voz fuerte y clara que los niños y niñas del silencio no somos una historia del pasado, sino que existimos hoy, aunque nuestros documentos legales y la historia conocida de nuestras vidas estén lejos de reflejar lo que realmente somos.
Porque el resto de mi vida estoy dispuesta a muchas cosas, pero no a permanecer indiferente ante la existencia de niños dados por muertos para contribuir a la red de adopción ilegal en Chile. Porque esos niños y todos los niños del silencio deben saber que existen con sus verdaderas historias, que no están solos y que al menos hay una más que está dispuesta a hablar por y con ellos si lo necesitan. Y porque no quiero que nuestro país se engañe, esto no es solo la punta del iceberg de una historia pasada: esto va a seguir pasando hasta que dejemos de callarlo, hasta que el silencio se utilice por primera vez para escuchar a los que hay que escuchar.
El viernes 18 de abril, Matías Troncoso recibió una invitación para sumarse a un grupo de facebook que armó una joven conocida suya. Lo que parecía un simple ejercicio cotidiano, terminó provocando un fuerte remezón en su vida. En ese grupo estaba el link al recién publicado reportaje de CIPER que hablaba de niños dados por muertos y entregados en adopción por el padre Gerardo Joannon (ver reportaje). Así relata Matías lo que le sucedió:
-Cuando terminé de leer me temblaban las piernas. Ahí parecía estar la pieza que me faltaba para el puzzle que llevo años tratando de reconstruir, gota a gota. Por primera vez alguien me confirmaba que lo que yo buscaba era posible de encontrar. Antes, yo contaba esta historia a mis amigos y pasaba por loco, pero yo siempre supe que había algo más detrás de mi adopción, que mi historia no estaba completa. Sentí una alegría tremenda, porque me di cuenta que ya no estaba solo en esto, que había otros en mi situación, y que entonces, se abría una posibilidad para descubrir finalmente la identidad de mi mamá biológica. Había esperanzas de que asomara toda la verdad.
Matías llamó inmediatamente a su mamá para preguntarle si conocía al padre Gerardo Joannon, sin mencionar el reportaje. Ella le respondió con toda naturalidad: “Sí, claro, ese cura es muy amigo de tu tía”. El dato encajaba en el rompecabezas que durante años había ido armando:
-Mi madre se refería a su hermana, casada con un abogado quien fue el que supuestamente hizo todos los trámites con el doctor Gustavo Monckeberg para regularizar mis papeles. Esa información tan importante sólo me la entregaron cuando mi tío murió hace exactamente seis años. Todo calzaba: Joannon era el nombre que me faltaba.
Llegaba a sus manos una nueva pista, quizás decisiva, en una búsqueda que ha cruzado física y emocionalmente sus 33 años de vida. Un esfuerzo solitario que no ha hecho más que tropezar con obstáculos, silencios, puertas cerradas e información conseguida a cuentagotas, “como sacando pequeñas capas de una cebolla sin poder llegar al centro”, grafica.
Hoy Matías tiene una gran certeza: “Comprobé que mi adopción fue ilegal y que si las personas que tienen información la entregaran, quizás yo podría saber quiénes son mis padres biológicos”.
Matías Troncoso siempre supo que fue adoptado al nacer. “En ese aspecto me siento bendecido, porque siempre me dijeron la verdad y fue un tema tratado con naturalidad, todo el mundo sabía, nunca fue un tema encubierto. Tengo el recuerdo de imágenes muy bellas, todo rodeado de un inmenso amor”.
Hasta los nueve o diez años fue para él fue una verdad absoluta, sin bordes ni dudas. Pero llegó el momento de hacer preguntas más directas. Y ese día lo recuerda con nitidez.
-¿Qué les preguntaste exactamente a tus papás? Estábamos los tres y les pregunté directamente de quién soy hijo. Yo quiero saber quiénes son mis padres biológicos, por qué no me dan esa información, les dije. Ellos me respondieron que no sabían, que nunca supieron. Hasta el día de hoy es lo que me responden, con algunas variaciones. Insistí en distintas oportunidades y siempre me respondieron lo mismo. Yo siempre les he dicho que para mí ellos son mis papás y me siento parte de mi familia, pero tengo derecho a saber la verdad sobre mi historia y mis orígenes.
A medida que Matías fue creciendo, sus preguntas se fueron haciendo más inquisitivas: “Bueno, aceptando que ustedes no saben quienes son mis padres, quiero saber en qué condiciones ocurrió que yo llegara a esta familia, cómo fue que me adoptaron, quiero detalles. La respuesta de ellos fue: ‘te elegimos a ti’. Nada más”.
-¿Qué te contaron del momento previo a la llegada a tu casa, del proceso mismo de tu adopción? Todos los antecedentes desde el día que llegué a mi casa están. Me dijeron que me fueron a buscar una noche y que llegué de madrugada, pero nadie me sabe decir si venía directo de la clínica o de otro lugar. Tengo fotos de ese día, mi mamá me tiene en brazos, era un recién nacido y mi papá me contó que ellos mismos me cortaron el cordón umbilical, así es que no debieron pasar más de quince días del parto. Los antecedentes que no existen es todo lo que pasó antes.
-¿Por qué comenzaste a sospechar que había información que no calzaba en tu historia de adopción? Es que a medida que fui creciendo, las versiones iban cambiando, no había una sola respuesta frente a mis preguntas, muchas veces eran opuestas las versiones que me daban por separado mi papá y mi mamá. Entonces estaba claro que algo no me estaban diciendo. Cuando estás solo en esta búsqueda, no le puedes creer a nadie. Esto ha sido difícil, porque cada miga de pan que vas recibiendo te sirve para ir componiendo tu propia historia. Pero estos datos están llenos de contradicciones.
-¿Y qué te imaginabas sobre esa información que presentías te estaban ocultando? Nada específico, la verdad. Por una razón que no me explico, yo tuve consciencia desde muy chico de que no podía formarme ninguna expectativa ni esperanza sobre el tema de mis padres biológicos. Tenía asumido que esta era mi realidad y que yo vivía feliz con mis padres. Sentía que era inútil tratar de imaginar esa realidad paralela, aunque en el fondo quisiera saberlo.
“TÚ TIENES QUE HABLAR CON EL DOCTOR MONCKEBERG”
Las fechas exactas se vuelven algo difusas para Matías en su reconstrucción cronológica de estos años de búsqueda. Sin embargo, recuerda con nitidez dos conversaciones fundamentales con sus papás durante su adolescencia:
-Recuerdo que a los quince años tuvimos una conversación más en profundidad, donde yo los presioné mucho. Les dije: necesito que me digan exactamente cómo fueron las condiciones, porque yo estoy emocionalmente preparado para saber. Yo estoy totalmente seguro que ustedes son mis padres y no tengan miedo porque nada va a pasar, pero por favor, les pido que me digan la verdad. Allí, por primera vez, me aparece el nombre de Monckeberg. Mi mamá me dijo: “tú tienes que hablar con el doctor Gustavo Monckeberg”, y me dio su número de teléfono.
-¿Te explicó por qué ese médico era importante en tu historia? Me dijo que él se había hecho cargo de mi adopción. Y que ese doctor además, atendió en el parto a mi madre biológica. Hasta ahí yo pensaba que estaba bien que un doctor ayudara a una mamá que quiere dar en adopción a su hijo. Me parecía entendible. Lo que me hizo ruido es que ese médico había atendido otros partos en mi familia y era una persona conocida en mi núcleo familiar.
-Y decidiste entonces contactar al doctor Monckeberg… Sí, no recuerdo si fue en ese momento o unos días después. Lo llamé por teléfono, le dije quien era y que necesitaba que me dijera quién era mi madre biológica. Monckeberg no se puso nervioso ni nada parecido. Me dijo: ¿en qué año fue esto? En 1981, le respondí. ¿Y ahora en qué año estamos?, le escuché decir. Fue una sensación extraña, como de alguien que no está totalmente cuerdo. El doctor Monckeberg no me dijo nada. Mis papás estaban al lado mío en ese momento y me dijeron que no tenían más información para ayudarme.
Matías no se dio por vencido. Meses después, logró ubicar la dirección de una oficina privada del doctor Gustavo Monckeberg, en el sector de Apoquindo. El médico se había jubilado de la medicina diez años antes:
-No era una consulta, era un departamento y había una secretaria. Me presenté ante ella y pedí hablar con el doctor. Ella me preguntó mucho de dónde venía y para qué quería verlo. Le expliqué que era adoptado, que atendió a mi mamá biológica y que necesitaba ver el registro de partos del médico. La mujer me dijo que tenía que pedírselo a él, pero que no estaba disponible y además, que él ya no se acordaba de nada. Es tremendo toparse con un portazo así, cuando sabes que esa persona sí tiene la información y podría ayudarte. Me fui con la espina clavada. Él no me iba a ayudar y ya no me quedaba más que hacer con la información que tenía hasta ese momento. Nadie me iba a entregar esos registros. De eso estaba seguro.
Ante esa muralla que se le instaló al frente, Matías decidió volver a la carga con sus papás. Entonces, un nuevo antecedente salió a la luz:
–Mi papá me contó que un tiempo antes de mi nacimiento, fue con mi tío abogado a una casa en Vitacura. Ese tío estaba casado con la hermana de mi mamá, la misma tía que hoy sé era muy amiga del padre Gerardo Joannon. Ante mi insistencia por conocer el nombre de mi mamá biológica, mi papá entonces me confesó que le hicieron firmar un documento en el que se comprometió a renunciar a cualquier acción para saber quién era mi madre biológica. Me insistió en que esas fueron las condiciones bajo las cuales pudieron adoptarme. Y me dijo que en función de ese compromiso, los papeles se habían destruido y que no había forma de rastrear esa pista legalmente porque yo soy hijo biológico de mis padres.
En la ardua reconstrucción de su adopción. Matías tiene hoy algunas cosas claras. Y una de ellas es el contradictorio rol del doctor Gustavo Monckeberg en el proceso. En algún momento su papá le contó que se entrevistaron con Monckeberg un par de años antes de la adopción, para ver la factibilidad de acceder a un hijo. En otra ocasión le relató que fue justo antes de que se los entregaran en adopción. Hoy, no tiene cómo verificar esa información porque el doctor Gustavo Monckeberg murió en 2008.
-¿El doctor Monckeberg sería a tu juicio el protagonista central en este sistema de adopciones? A mí me queda claro que Monckeberg es la figura central de toda esta operación. Mis papás me dijeron que él era la cara visible de todo esto. Aun así yo no me tragaba toda la versión, porque a ratos dudaba de todo.
“MI MAMÁ BIOLÓGICA ME ESTUVO BUSCANDO”
Tras la confesión que le hicieran sus padres sobre el rol del doctor Gustavo Monckeberg en su adopción, Matías recibió un nuevo antecedente, esta vez de boca de su madre. Una información que recién hoy es capaz de aquilatar en toda su dimensión y que explicaría por qué la fecha de nacimiento que figura en su cédula de identidad (5 de marzo de 1981) no coincide con la fecha de inscripción en el Registro Civil: 1986.
-Debo haber tenido como 16 años, cuando un día a mi mamá se le escapó una frase. Fue como un desliz… Me contó que durante los primeros cinco años de mi vida, mi mamá biológica me estuvo buscando. Y que por esa razón, mi carné figura con una inscripción cinco años más tarde de mi nacimiento. Me quedé helado. ¿Qué podía hacer yo con esa nueva información? Cada antecedente nuevo me desconcertaba aún más. Ella hoy desmiente que me lo haya dicho, pero yo no tengo de dónde haber inventado una historia así. Mi papá también hoy dice que eso no es cierto.
-¿Qué significó para ti, en ese momento, saber que tu mamá biológica te había estado buscando durante cinco años? … (guarda silencio un rato) No te puedo mentir, no me surgió ese llamado fuerte, como venido del interior, como para salir corriendo a buscarla. La verdad, es que mirado con ojos de hoy, creo que lo que me pasó fue que no asimilé realmente el valor de la información que estaba recibiendo.
Matías había reparado antes ya en ese detalle. Que su cédula de identidad registra una diferencia de cinco años entre su nacimiento y la inscripción en el Registro Civil. Pero había otro antecedente que le hacía ruido. Su número de RUT era muy diferente al de sus compañeros de generación. Si su número de registro es 17 millones, sus amigos tenían 13 ó 14 millones. “Hasta cierta edad yo me había convencido de que esa diferencia se debía a que yo era un niño adoptado. La verdad es que nunca me cuestioné que hubiera algo más detrás”.
-¿Le preguntaste a tu papá la razón para esa inscripción tan tardía? Me dijo que mi tío, el abogado que participó en el proceso de adopción, le había explicado que en estos casos debían pasar cinco años antes de inscribirme, para ver si yo era compatible con mi familia adoptiva. La verdad es que a mí me pareció en ese momento una explicación bastante razonable y creíble. Pero con lo que yo he logrado averiguar en todos estos años de búsqueda con personas que han adoptado, ese periodo no es superior a un año y medio. ¡No se tarda cinco años!
Lo que Matías se demoró en entender es que en esos cinco años que mediaron entre su nacimiento y su inscripción había varios secretos involucrados. Uno de ellos podría ser el que efectivamente sus padres demoraron su inscripción para no dar rastros de su paradero a su madre biológica que lo buscaba. Pero había otro secreto que avalaba el silencio de sus padres. Años después, Matías se encontraría de frente con una verdad aplastante e indesmentible.
“LA INFORMACIÓN ESTABA EN LA PIEZA CONTIGUA”
Matías Troncoso cuenta que, en su solitario peregrinar tras la búsqueda de sus orígenes, el siguiente dato concreto lo encontró en una inscripción de nacimiento donde aparece que nació en la Clínica Santa María. Cuando Matías obtuvo esa nueva información sí siguió el impulso que le surgió: decidió ir a la misma clínica a preguntar. Tenía 18 años, lo sabe bien porque recién estrenaba su licencia de conducir:
-Me presenté en el mesón de informaciones de la clínica y fui directo al grano. Hola sé que soy adoptado, sé que nací acá y me gustaría saber si existe un registro o algo que me permita saber quiénes son mis padres biológicos. La niña que atendía quedó muy sorprendida. Al punto que llamó al jefe de servicio al cliente para que me atendiera. El funcionario hizo un par de llamadas y me respondió que a este registro sólo se podía acceder con una orden judicial. La respuesta me abrumó: una vez más tenía la sensación de que la información estaba en la pieza contigua y yo no podía acceder a ella.
-¿Se te cruzó por la cabeza ir donde un juez para que ayudara en esta búsqueda? Yo tenía 18 años y entonces no me imaginaba que un juez pudiera dedicarse a buscar este tipo de información. Además, no estaba dispuesto a abrir un juicio que podía demorar 35 años en resolverse. Decidí que no quería desgastar mi energía para un proceso en el que no tenía ya ninguna esperanza. De todos modos, les comenté a mis padres lo ocurrido. Pero no pasó de ahí…
“ESTOY PREPARADO PARA ACEPTAR QUE ELLA NO QUIERA CONOCERME”
Cuando Matías salió del colegio y sus padres lo mandaron a estudiar a Europa por dos años, su inagotable búsqueda quedó en una especie de congelador. A su regreso, se fue a vivir solo. A los 21 años, tuvo su primer hijo con su pareja de entonces y dos años después sería padre por segunda vez. Fueron años de crianza y dedicación exclusiva a sus hijos.
En esos intensos años, Matías Troncoso no sólo se dedicó a ser padre, también construyó una exitosa carrera profesional. Aún así, confiesa que hubo momentos en que la figura de su madre biológica irrumpía en su vida sin control. Hasta que se cruzó en su camino con una persona que, por su trabajo, tenía conocimiento de cómo se indaga en los orígenes genealógicos. Y fue esa persona quien lo condujo nuevamente a la Clínica Santa María, esta vez con una recomendación precisa: debía solicitar la información sobre todas las defunciones de recién nacidos registradas en torno a la fecha de nacimiento que figura en su carnet de identidad: 5 de marzo de 1981. Esta vez, a través de un abogado, hizo la solicitud oficial. La respuesta de la clínica fue un contundente no.
-Los antecedentes recogidos por CIPER, dan cuenta de adopciones que se hicieron engañando a la madre y dando por muerto al hijo. Pese a la negativa de la clínica, ¿pudiste averiguar si pudo ser ese tu caso? No, porque eso es imposible sin poder ver los registros de defunción. Y en eso, la clínica ha sido totalmente hermética. Hace pocos días me entregaron otra información. Supe que mi tío, el abogado que además es mi padrino, fue a buscarme cuando me entregaron. No fueron mis papás. Sé que llegué a la casa de madrugada, pero nadie me sabe decir si venía directo de la clínica o de otro lugar.
-Matías, ¿para ti sería diferente saber que tu adopción fue consentida por tu madre biológica o que ella fue engañada y su hijo dado por muerto? ¡Uf!, ¡qué difícil! (guarda silencio)… No sé cuál sería mi reacción si supiera que ella fue obligada o engañada… Rabia, tristeza…, no me imagino cómo sería ese momento y menos cómo sería ese reencuentro. No tengo la respuesta. Me tocaría enfrentar un proceso muy delicado, no sólo con ella sino con mis propios padres. Si fue un acto voluntario o si me entregó por las razones que sean, creo que estoy preparado para aceptar la verdad, sea cual sea. También respetaría el que ella no quisiera conocerme. Sería capaz de aceptarlo. Está en su derecho y así es la vida. En todo caso, cualquiera sea la verdad, para mí sería igualmente importante encontrarla. Me permitiría cerrar el círculo. Tendría la tranquilidad de que hice todo cuanto estuvo a mi alcance para encontrarla y saber la verdad de lo que pasó. No soporto seguir con verdades a medias.
Durante los últimos seis años, Matías Troncoso ha ido obteniendo nuevos detalles que le han permitido dar un nuevo impulso a su búsqueda. Por ejemplo, su mamá le dio el nombre de dos enfermeras matronas que trabajaban junto al doctor Gustavo Monckeberg en esos años. A una de ellas la buscó intensamente hasta lograr ubicarla. Y fue a su encuentro, pero no tuvo suerte. No logró conversar con ella.
La esposa del abogado que participó en su proceso de adopción, su tía materna, le aseguró que antes de morir su marido le había entregado una carta a su papá con todos los antecedentes que rodearon su adopción. Su papá le asegura que jamás la recibió. Hasta hoy Matías no ha logrado que ninguno de sus familiares se decida a entregarle esa carta.
Hace seis años Matías Troncoso logró al fin abrir una puerta que lo condujo a una verdad dolorosa y que no estaba sujeta a ningún desmentido. Fue el último eslabón en una cadena de secretos de familia que le han provocado mucho daño. A través de una persona que conoció su historia y entendió su angustia, pudo acceder al fin a los archivos del Registro Civil. Precisamente a aquellas carpetas altamente reservadas que contienen el historial de quienes han sido adoptados.
-¿Y cuál fue la información sobre tu adopción que allí obtuviste?
Fue un golpe muy duro, tremendo. Porque yo no existo en esa base de datos. No hay historia anterior ni registro alguno sobre algún proceso de adopción que me afecte. Ante la ley, soy hijo biológico de mis padres y punto. No hay historia previa. En ese momento, supe que mi adopción había sido ilegal.
Ahí estaba el gran secreto que ocultaban sus padres sobre su adopción. Al haberlo inscrito como hijo biológico, de manera ilegal, toda la historia de su nacimiento real quedaba sepultada. Sin rastro.
“LE HE MANDADO MUCHOS RECADOS AL PADRE JOANNON”
Todo cambió nuevamente el viernes 18 de abril. El reportaje de CIPER le proporcionó el eslabón clave que le faltaba. Matías Troncoso sabe hoy que existe una posibilidad de que su historia esté vinculada a los otros casos que dio a conocer CIPER sobre adopciones irregulares. Allí donde el propio sacerdote de los Sagrados Corazones, Gerardo Joannon, reconoce que él fue quien ayudó a algunas familias a entregar en adopción a hijos de madres adolescentes. Y que lo hizo en colaboración con el doctor Gustavo Monckeberg y otros nueve médicos.
-¿Le asignas alguna responsabilidad al padre Joannon en este secreto guardado por años en tu familia? En mi caso no tengo la certeza que haya sido el cura Joannon el enlace con mi adopción. Lo que me hace mucho sentido es la estrecha relación y amistad que ese sacerdote tenía y tiene con mi familia materna y con el abogado que se hizo cargo de todo el papeleo para validar mi inscripción. A mí nunca me apareció su nombre en mi búsqueda.
-¿Qué esperas ahora del sacerdote Gerardo Joannon? Que él entregara de una vez toda la información que tiene. Si está relacionado con mi caso, que me diga la verdad y también lo haga sobre todas las otras personas que como yo han pasado años buscando a sus madres biológicas. A mí no me interesa si sigue siendo cura, si lo sancionan o no. Sólo me tranquilizaría que entregue la información ya y que a todos nosotros nos dejen tranquilos de una vez. Le he mandado mensajes con muchas personas que lo conocen. Hasta ahora no se ha manifestado. Y es urgente que entregue una respuesta.
Quiero ser bien claro. A mí no me interesa juzgar ni condenar a ninguno de los involucrados. A ninguno. Tampoco me interesa levantar polvo, abrir causas judiciales o gastar energías en algo que no conduce a nada. Lo que sí me produce rechazo es la mentira para defender una forma de pensar, para protegerse del qué dirán. Y sostenerla durante tantos años. También quiero ser claro: ¡a mis padres nunca los voy a juzgar! Ellos me han dado todo su amor y yo he sido muy feliz a su lado.
Más de un mes antes de haber leído el reportaje de CIPER, Matías despertó una noche de madrugada con un sueño que todavía recuerda muy nítido: “Estaba con una persona que me decía que había encontrado a mi mamá biológica. Estaba a punto de decirme su nombre cuando desperté. Fue una sensación muy potente. Espero que esta entrevista sirva para que, si alguien sabe algo más sobre mi historia, pueda decirlo. Es lo único que me motiva a exponer públicamente mi historia.