Mes: septiembre 2014
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Tal día como hoy se recuerda la traición y la infamia de unos, y la lealtad y el heroísmo de otros. Lejos de nosotros la idea de sepultar a los héroes bajo túmulos de flores para que no se vean y sean definitivamente olvidados.
Arturo Alejandro Muñoz recuerda la historia, la verdadera. Esa que han ocultado sistemáticamente durante décadas, para hacernos tragar la píldora del «jaguar» sudamericano.
En la imagen, tres figuras históricas leales.Julio Cortazar, Hortensia Bussi de Allende y Gabriel García Márquez Las mentiras de la ‘historia oficial’En estas líneas no está la totalidad, sólo se expone un número mínimo, necesario para sembrar la duda cartesiana y comenzar la discusión reflexiva que nos lleve hacia la luz de la verdadescribeArturoAlejandroMuñoz¿Por qué en Chile son escasas las personas que se atreven a decir lo que piensan y sienten respecto de situaciones históricas y/o políticas que de manera distorsionada e interesada han sido parte de una educación formal llena de yerros? Convengamos que son demasiados los compatriotas cuyo interés principal reside en cuidar puntillosamente su lenguaje, al grado de desvirtuar incluso sus propios sentimientos.
No pertenezco a ese enorme grupo que privilegia la calma y tranquilidad por sobre la honradez en el actuar y en el opinar. Asumo las consecuencias de tal actitud, sabedor de que algunas de mis opiniones provocan estertores estomacales en los amigos de lo ‘políticamente correcto’.
Comentaré asuntos en los que, estoy seguro, usted coincide de algún modo con mis opiniones, pero (reconózcalo) nunca se ha atrevió a explicitarlo. No se preocupe, son MIS comentarios, usted solamente asienta o disienta con un leve movimiento de cabeza. Así quedará libre de responsabilidad penal ante cualquier estropicio cometido por el suscrito al respecto.
Diego Portales, ícono de militares
Aquí se confirma la exactitud y veracidad de la opinión popular que señala cuán ignorantes son “los milicos patas hediondas” (gracejo muy usado en las décadas de los años 1940 y 1950 al referirse a los uniformados).Pinochet, ladronzuelo y traidor, fue quien más recurrió a la figura de Portales para engañar a la gente haciéndole creer que el durísimo tri-ministro era particularmente admirador de la soldadesca. ¡Falso!
Diego Portales, aún siendo un decidido ‘pelucón’ (derechista), tenía pésima opinión de los militares; baste saber que se opuso tenazmente al regreso de O’Higgins a Chile desde su destierro peruano. Además, quiso fusilar al general Ramón Freire (al que acusó de ‘traidor y mentecato’)… y por último, sabedor de cuán inútiles y sediciosos eran los uniformados, creó, organizó y dirigió las “Guardias Cívicas”, a las que vistió y armó con prolijo cuidado para oponerlas al poder bélico y político del ejército regular (de ese mismo ejército que en Quillota lo apresó y, al día siguiente, en las alturas del Barón, en Valparaíso, lo asesinó).
Ejército de Chile, ‘vencedor, jamás vencido’
Otra falacia del tamaño de una catedral. El año 1891, en plena guerra civil desatada por los capitalistas que manejaron a su amaño al Congreso y a la Armada, en las batallas de Placilla y de Concón la marinería derrotó al ejército que apoyaba al presidente José Manuel Balmaceda.Es cierto, muy cierto, que ese ejército fue leal a la Constitución y a las leyes apoyando al presidente Balmaceda, pero también es cierto que fue derrotado, que rindió sus armas y estandartes al enemigo… aún más, muchos oficiales, traicionando sus juramentos, aceptaron cambiar de bando e integrar las filas de la triunfadora Armada. ¿Ejército ‘jamás vencido’?
Los héroes del 11 de septiembre
Esos héroes no fueron militares. Augusto Pinochet, Gustavo Leigh, César Mendoza y José Toribio Merino apostaban por el exterminio total de toda huella de izquierdismo, y con mayor razón si este había mostrado rasgos de heroicidad en los enfrentamientos con las tropas regulares del ejército, la fuerza aérea, la armada o carabineros.La heroica defensa de La Moneda el martes 11 de septiembre de 1973, fue uno de los hechos que los cuatro generales golpistas deseaban evitar que fuesen conocidos por la opinión pública.
Veintiún civiles, mal armados, mal entrenados la mayoría de ellos (o sin entrenamiento militar ninguno, en el caso de los asesores del Presidente), aislados y carentes de apoyo logístico, no sólo mantuvieron a raya a tres regimientos completos (Tacna, Buin y Blindado) durante cuatro horas, sino, además, provocaron bajas severas en las filas uniformadas disparando desde los balcones de La Moneda, ayudados exclusivamente por algunos francotiradores leales al gobierno, apostados en los edificios aledaños a la Casa de Toesca.
La Guardia no abandona al Presidente (al menos, una parte de ella –detectives– ya que la otra parte –carabineros– se retiró del lugar a media mañana), y el GAP tampoco… esos fueron los héroes de La Moneda que defendieron con sus vidas la institucionalidad democrática, la Constitución Política y la Presidencia de la República (olvidados y menospreciados por la Concertación y la Nueva Mayoría…).
Quizá, debido a la vergüenza, el coronel Joaquín Ramírez quería ‘fusilarlos en el acto’, allí, en calle Morandé, cuando los defensores de La Moneda –por irrestricta órdenes del Presidente de la República– habían depuesto las armas.
Los 21 prisioneros fueron fusilados en Peldehue (Fuerte Arteaga) el 13 de septiembre de 1973. Sus restos en sacos –según el testimonio del suboficial Eliseo Cornejo, testigo de los luctuosos sucesos– habrían sido lanzados al mar desde un helicóptero Puma.
Militares, y ultraderechistas muertos a manos de combatientes, no fueron ‘asesinados’
Hasta el día de hoy, algunos sectores políticos continúan llorando y exigiendo a viva voz ‘justicia’ para sancionar legalmente a aquellos combatientes de izquierda que segaron las vidas de algunos altos oficiales de las fuerzas armadas, de varios miembros de la DINA/CNI y de un relevante responsable directo del golpe de estado y la posterior masacre de civiles (Jaime Guzmán).Esos sectores políticos (principalmente UDI y otros nacionalistas) parecen olvidar que la junta militar golpista informó urbe et orbi, el martes once de septiembre de 1973 –reiterándolo hasta la saciedad los días y meses posteriores– que el país estaba “en guerra”, vale decir, esa junta militar declaró la guerra a las fuerzas políticas que no manifestaban apoyo al golpe y a la sedición.
Un sector de esas fuerzas (MIR y FPMR) respondió a tal declaración abatiendo a tiros a individuos como Carol Urzúa y como a todos los uniformados caídos en un combate declarado unilateralmente por ellos mismos.
¿Por qué chillan hoy día entonces los megaterios de la UDI y otros similares? Si declararon la guerra, ¿qué esperaban? ¿Qué el ‘enemigo’ se quedase quieto, no hiciera nada y se dejase degollar?
Chile le debe su desarrollo a la empresa privada
¡Falacia absoluta!
Período 1939 – 1973: el violento terremoto que en el mes de enero de 1939 destruyó las ciudades de Chillán y Concepción cobrando más de treinta mil víctimas, apenas iniciado el gobierno de Pedro Aguirre Cerda, otorgó al mandatario radical la posibilidad de crear la CORFO (Corporación de Fomento de la Producción), institución fiscal que durante más de cuatro décadas investigó, propuso, invirtió (dinero del estado chileno) e inició exitosamente actividades fabriles y productivas en áreas donde la empresa privada había asegurado que ‘no existía posibilidad alguna de gerenciar ni administrar nada’.Sin embargo, la CORFO lo hizo exitosamente. Ahí estuvieron, en su momento, empresas de total éxito como CAP (Huachipato), ENAMI, SERCOTEC. INACAP, IFOP, SENCE, IANSA, ENDESA, la UTE, Centrales Hidroeléctricas, Chile Films, ENAP, MADECO, ENTEL, TVN, y una multitud de empresas (más de 300) de rubros varios, como textiles, metalmecánica, agrícola, maderera, pesquera, automotriz (Fiat, Citroën y Peugeot), vestuario, etcétera. Decenas (quizá centenares) han sido las pioneras empresas creadas por CORFO, las cuales, una vez demostradas sus capacidades ‘económicas’, fueron EXIGIDAS por los capitales privados como elementos aptos para la privatización.
Período 1964-1973: durante dos siglos los terratenientes criollos mantuvieron sus propiedades en el más absoluto nivel de “no producción”, puesto que el 60 % o el 70% de esos extensos kilómetros cuadrados o hectáreas de fundos y haciendas estaban improductivos, dejados a la mano de Dios, constituyendo simples e inútiles paisajes.
El presidente Jorge Alessandri Rodríguez (1958-1964) inició, aunque tibiamente, el proceso de reforma agraria que sería incrementado y terminado por los mandatarios Frei Montalva (1964-1970) y Allende Gossens (1970-1973) a través de instituciones como CORA, INDAP e INIA.
Una vez que esos gobernantes triunfaran demostrando que Chile sí podía ser una potencia en producciones frutícolas y madereras (todas ellas, hasta ese momento, administradas por el Estado), los inversionistas privados, histéricamente, exigieron al gobierno de turno (era entonces el momento de la espantosa dictadura militar) la “venta” (privatización o regalo, en realidad) de todas las empresas fiscales, incluyendo las agrícolas, lo que se efectuó vergonzosamente durante el último año del gobierno dictatorial pinochetista (principalmente en el segundo semestre de 1989), a precios risibles, en condiciones insignificantes en su cuantía monetaria. Fue, sin duda, el mayor robo conocido en la Historia de Chile.
Período actual: y para qué hablar de los ‘regalos’ efectuados por el duopolio Alianza-Contratación a mega empresarios particulares, como ocurrió con los glaciares del Norte (Barrick Gold), las salmoneras y bosques en el sur, las reservas de agua en la zona austral, el borde costero, el mar chileno, los nuevos minerales cupríferos, y un etcétera tan largo como día lunes, pero siempre con la prospección, apoyo e inversión y primera administración del Estado.
Por cierto, este caso podría extenderse mil líneas más relatando ejemplos indesmentibles respecto de cómo los ‘privados’ han aprovechado el esfuerzo de gobiernos y sociedad civil chilena para agenciarse exitosas empresas descubiertas, iniciadas y estructuradas por el Estado, a bajo precio merced a las dádivas de los yanaconas que pululan en el Legislativo y en el Ejecutivo, a quienes la prensa servil y las tiendas partidistas apoyan.
En resumen, los inversionistas privados no han arriesgado un mísero centavo en proyectos, fábricas y empresas que el Estado no hubiese ya iniciado comprobando su rentabilidad.
La izquierda es innecesaria e inútil, sólo la derecha es fecunda
Aquí, en este caso, la cuestión es prácticamente al contrario. Si jamás hubiese existido una izquierda política y social, hoy el mundo estaría asfixiado por la miseria, hambruna y el racismo profundo. ¿Leyes laborales? ¿Sistemas de previsión social? ¿Justicia medianamente imparcial? ¿Sufragio universal? ¿Preocupación por los derechos humanos, por el medio ambiente, por la niñez? ¿Liberación femenina?Nada de eso interesó a los dueños del capital durante la época victoriana cuando comenzó la revolución industrial… y tampoco preocuparía hoy a los ultra capitalistas si no existiese una izquierda que cautele los mínimos derechos de la mayoría de los seres humanos.
En Chile la mayoría de los mega empresarios, así como casi la totalidad de los poderosos latifundistas terratenientes, han logrado sus fortunas robando, expoliando, evadiendo impuestos, corrompiendo a las autoridades locales y nacionales, e incluso asesinando (por mano propia o por medio de sicarios como jueces venales, militares y policías). La mayoría de esos enriquecidos empresarios y latifundistas provienen de familias clasistas, sediciosas, ladronas. Y es fácil comprobarlo recurriendo a la Historia.
Por ello, la izquierda ha sido, es y seguirá siendo, más que necesaria, vital. Ojalá, además, pueda también ser gobierno… pero me refiero a la verdadera, a la izquierda-izquierda, no a esa mescolanza avinagrada de retazos politicastros reconvertidos al capitalismo que volvieron del exilio –luego de largas estadías en países industrializados– dispuestos a transformarse en ‘hijos pródigos o mayordomos’ de sus antiguos adversarios, traicionando a sus electores y a su propia historia.
Podría continuar con muchos otros tópicos y ejemplos, pero creo que los mencionados en las líneas anteriores son suficientes para comenzar la discusión, la reflexión crítica y el cambio (al menos, de actitud). Ahí se los dejo…. pero si a usted le parece insuficiente, avíseme, ya que no tengo empacho ni problema para entregarle más y más información respecto de una montonera de casos, personajes y hechos que conforman el falaz estado de cosas que el establishment actual, interesadamente, le vende a la ciudadanía.
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UNA FLOR PARA NUESTROS HÉROES A 40 AÑOS DEL GOLPE DE ESTADO EN CHILE
«Una flor para nuestros héroes»
A 40 años del golpe de estado en Chile
Este sábado 14 de septiembre, a 40 años del golpe de estado pinocheti-yanqui contra el pueblo chileno y su presidente Salvador Allende, les rendimos el merecido y sentido homenaje a nuestr@s heroínas y héroes en la ciudad de Estocolmo. El lugar escogido no pudo ser más simbólico, el Monumento La Mano, erigido a los 500 suecos internacionalistas que lucharon en los años 30 defendiendo en tierras ibéricas la libertad y los sueños del pueblo español, vasco, catalán y gallego contra la bota fascista de Franco y sus aliados. Un tercio de estos internacionalistas, intelectuales, obreros y campesinos, dejaron su sangre en los campos donde se enfrentó el socialismo contra la brutalidad.
Sin mayor estridencia que los fuertes latidos de nuestros corazones y el clamor profundo de nuestras consignas a dos lenguas, retomamos el compromiso histórico y sempiterno, que nos auto convoca cada hora, día y año, con aquellos que la cultura de la muerte y el odio nos arrebató tempranamente en Chile. La síntesis de nuestro respeto, admiración y recuerdo estuvo en las fotos, palabras, canto, poesía, carteles, banderas y flores que porfiadamente volvieron a reflejar, al igual que en jornadas pasadas justo en los estertores veraniegos nórdicos, la fuerza telúrica y humana de los sobrevivientes y sus hijos, nietos y amigos.
Pudimos comprobar, en varios pasajes de la jornada, que el realismo mágico, tan literario y meridianamente latinoamericano, es más que una figura creada por literatos locos y enormes como sus obras, ya que nosotros simples ciudadanos del mundo, animales sociales y políticos, alejados a golpe de exilio de nuestras raíces y de nuestros primeros tiempos y amores, fuimos, por un breve y fugaz momento las manos quebradas y martirizadas de Víctor Jara, fuimos la voz metálica de Allende desde La Moneda en llamas, fuimos el grito de dolor del torturado, nos fundimos en la sangre que brotaba de la humanidad, más humana que nunca, del ejecutado y del desaparecido…pero, también fuimos puño en alto, fuimos la bronca con los dos dedos en V, fuimos el grito y la organización, la protesta y la exigencia de Verdad y Justicia, Fuimos lo que nunca hemos dejado de ser… fuimos allendistas.
Y por serlo comprobamos que somos buenos para recordar, así como también concluimos que no tenemos alma ni condición de blanqueadores de la historia, de nuestra historia…osadamente, para algunos, y políticamente incorrecto para otros, recordamos también a los otros mártires, aquellos de «la alegría ya viene», aquellos que incomodan acuerdos y pactos entre gallos y medianoche. No sólo estuvo en el discurso, en la foto o en el lienzo el rostro de los que cayeron en tiempos de brutalidad verde y parda, de bestialidad con uniforme militar, de represor con rostro e identidad oculta…también estuvo el activista mapuche, el obrero forestal o el niño poblador recientemente atravesado por la bala mandatada por los nuevos y a la vez antiguos represores de cuello y corbata, con olor a continuismo y agenda neoliberal….
Al fin de cuentas la realidad, la que no tiene remedio por muy dura que sea, nos demuestró una y otra vez que nuestros mártires, tan violentamente ausentados, nuestras víctimas de antaño y las de ahora lo son de la misma clase político-social que a fuerza de hipocresía y de golpe farandulero pretende arrebatarnos, en un ejercicio trasnochado y desesperado, lo único que la dictadura no pudo quitarnos, la memoria…nuestra memoria, la que cada vez se parece más y más a la utopía, a esa que nos mueve, que nos obliga al movimiento para alcanzarla y que nos tiene prohibido olvidar.
Seguiremos recordando y exigiendo Verdad y Justicia a voz en cuello, ya que el no hacerlo sería en la práctica volver a martirizar y desaparecer a los nuestros.
Ni olvido ni perdón, ni para los de ayer ni para los de hoy!
Ilich Galdámez, hijo de detenido-desaparecido
15 de septiembre 2013 -
EL PAIS › DOS MEDICOS Y UNA OBSTETRA SERAN JUZGADOS POR SU RELACION CON LA APROPIACION DE NIÑOS EN LA DICTADURA
Los doctores de los campos clandestinos
Los médicos Norberto Bianco y Raúl Martín y la obstetra Luisa Arroche serán juzgados por la apropiación de niños durante la dictadura. Se desempeñaban en la maternidad clandestina que funcionaba en Campo de Mayo.
Por Ailín Bullentini
Por primera vez serán juzgados profesionales de la salud que participaron en partos clandestinos de concentración donde dieron a luz hijos de prisioneras que permanecen desaparecidas. Los médicos están acusados por su participación en la apropiación de los bebés de las prisioneras. Como antecedente a este juicio, en uno de los fallos judiciales por delitos de lesa humanidad más trascendentes, el Tribunal Oral Federal Nº 6 había determinado que el robo de bebés paridos por mujeres secuestradas en centros clandestinos de detención fue una práctica sistemática y generalizada del terrorismo de Estado desatado durante la última dictadura cívico-militar. Por esos crímenes, los integrantes de la cúpula militar que gobernó al país aquellos años fue severamente condenada. Dos años después, y bajo la misma mecánica, el mismo tribunal comenzará a juzgar este miércoles a integrantes del personal médico militar vinculados con la apropiación de bebés nacidos en la maternidad clandestina que funcionó en Campo de Mayo y cuyas responsabilidades no fueron analizadas en aquel mítico juicio. Cada uno en el caso que corresponda, los acusados, los médicos Norberto Bianco y Raúl Martín, y la obstetra Luisa Arroche y los represores que tuvieron a su cargo la zona, Santiago Riveros y Reynaldo Bignone, deberán responder por el robo de nueve bebés –cinco de los cuales lograron recuperar su verdadera identidad–, según el requerimiento de elevación a juicio de Abuelas de Plaza de Mayo. Las historias de los nietos recuperados Francisco Madariaga Quintela y Catalina de Sanctis Ovando serán algunas de las tratadas a lo largo del debate.
Pasaron dos años de aquel primer y emblemático acto de justicia y casi una década desde que Abuelas de Plaza de Mayo le pidió al Poder Judicial que, sin perder de vista a “los Videla, los Massera, los Riveros y Bignone”, investigara a las segundas y terceras líneas de las Fuerzas Armadas que participaron en el proceso de robo y entrega de bebés que varias mujeres parieron en el Hospital Militar de Campo de Mayo durante su cautiverio clandestino. El funcionamiento de esa “maternidad clandestina”, como la parte de la sociedad que se preocupó por que la Justicia analizara los horrores de aquellos años, rebautizó a esa institución sanitaria que aún respira recostada sobre la avenida Pablo Ricchieri de la guarnición militar de Campo de Mayo, fue ventilado en el juicio por el plan sistemático, con lo cual, muchos testimonios desplegados entonces serán incorporados en este debate vía reproducción audiovisual. Algunas otras versiones de los hechos ofrecidas durante la intrucción también serán sumadas sin necesidad de ser reiteradas frente a los jueces María del Carmen Roqueta, Julio Luis Panelo y Jorge Humberto Gettas. En los pasillos de Comodoro Py apuestan a que la sentencia llegue antes de fin de año.
El juicio a los médicos
Riveros y Bignone fueron condenados a en el juicio por el Plan Sistemático. A Bignone, no obstante, se lo juzgó como miembro de la última junta de comandantes que dirigió la última dictadura cívico-militar. Recibió 15 años de cárcel, condena que fue incrementada a 25 por la Cámara de Casación. Riveros, condenado a 20 años, fue responsabilizado como jerarca del Comando de Institutos Militares que tenían, bajo su órbita, a Campo de Mayo. Sin embargo, el marco de acusaciones que decantó en ese debate oral no tuvo siquiera desde su etapa de instrucción en cuenta a los médicos militares que integraron el organigrama delictivo. Los médicos que dirigían el Hospital Militar de Campo de Mayo y especialmente quienes tenían a su cargo el área obtétrica de esa institución “habían quedado afuera del ojo de la Justicia”, determinó Alan Iud, que representará junto a Pablo Lachener a la querella de Abuelas de Plaza de Mayo en el debate oral que arrancará el miércoles.
Como la causa por el Plan Sistemático ya estaba elevada a juicio oral, Abuelas decidió impulsar la investigación en el mismo expediente que investigaba los crímenes de lesa humanidad cometidos en Campo de Mayo, que recorría, entonces, instancias preliminares. Año 2006. Justicia del distrito de San Martín. Varios años después, la Cámara local decidió que esa investigación debía entenderse como una continuidad de la causa mayor y, como aquélla, tramitarse en la Justicia federal. Ocho años después de aquel primer paso, la causa llegó a su juicio oral, que en un primer momento tuvo como fecha de inicio en julio, pero fue pospuesto por las recusaciones que las defensas de los imputados presentaron contra la presidenta del tribunal y su coequipier, Panelo, y que no prosperaron.
Los casos
En el Pabellón de Epidemiología del Hospital Militar de Campo de Mayo existieron, entre fines de 1976 y fines de 1978, dos habitaciones “especiales”: ventanas enrejadas, cerrojos en las puertas, sin luz. Por esas habitaciones pasaron, por lo menos, 17 jóvenes embarazadas cautivas de la cacería del terrorismo de Estado que desató su furia en el país entre 1976 y 1983. Hasta allí eran trasladadas, en autos particulares, tabicadas, esposadas, desde diferentes centros clandestinos de detención que funcionaron en la órbita de Campo de Mayo, cuando se acercaba su fecha de parto. Los alumbramientos sucedían, la mayoría de las veces inducidos y por cesárea, en el quirófano del hospital. Luego, las mujeres eran despojadas de sus bebés, a los que le perdían el rastro, y depositadas nuevamente en las habitaciones privadas de Epidemiología hasta su alta. El destino siguiente era de nuevo el centro clandestino. Y, desde allí, la desaparición. La muerte.
Detalles más, detalles menos, así fueron los últimos días de Marta Alvarez, Susana Stritzler, Mónica Masri, Valeria Beláustegui Herrera, María Eva Duarte, Myriam Ovando, Silvia Quintela Dallasta, Norma Tato y Liliana Isabel Acuña, cuyas historias serán el eje del debate oral que comenzará esta semana y quienes permanecen desaparecidas. Existen otros ocho casos similares cuyas causas aún no fueron elevadas a juicio oral, paso burocrático que la querella de Abuelas espera que suceda en el transcurso de estos meses. Dependerá del TOF 6 que puedan ser, luego de esa elevación, incorporados al debate.
Detalles más, detalles menos, fueron los primeros días de, por lo menos, Francisco Madariaga Quintela, Catalina de Sanctis Ovando, Belén Altamiranda Taranto, Pablo Casariego Tato y Valeria Acuña Gutiérrez: hijos de algunas de aquellas víctimas y recuperados, a lo largo de los años siguientes y con la fuerza de la búsqueda incansable de Abuelas de Plaza de Mayo. La mayoría de las historias de estos nietos recuperados fueron ventiladas en el juicio por el Plan Sistemático, como el caso de Madariaga, Casariego Tato o Altamiranda Taranto, o en debates orales individuales contra apropiadores o entregadores, como lo tuvo de Sanctis Ovando.
Los acusados
En sus primeros años, el expediente que indagó lo sucedido en la maternidad clandestina que funcionó en el Hospital Militar de Campo de Mayo contaba con una decena de imputados. Más de la mitad no ocupará el banquillo de los acusados: algunos fallecieron, otros fueron salvados por “cuestiones de salud”.
Por ser las autoridades máximas de la zona de defensa IV del Ejército nacional, que incluye en su jurisdicción la repartición militar de Campo de Mayo, Riveros y Bignone volverán a ocupar el banquillo de los acusados en este juicio. Son los únicos dos imputados a los que el funcionamiento vertical de la jerarquía militar no los deja despegarse de los delitos a exponer en el debate oral que comenzará el miércoles. En esa misma línea de responsabilidades la querella de Abuelas ubicaba a Antonio Bussi, quien falleció en noviembre de 2011.
De los médicos militares retirados que aportarían su responsabilidad en este debate, só´lo dos finalmente llegaron a juicio. Raúl Martín y Norberto Bianco. Martín fue jefe del servicio de Clínica del Hospital Militar en el que parieron más de una quincena de mujeres, en su mayoría jóvenes, secuestradas clandestinamente por el terrorismo de Estado y en donde les arrebataron a sus hijos. Según la acusación de la querella, Martín era un “retransmisor” de información relativa a la presencia de esas mujeres en el hospital, a sus partos y al destino de sus bebés. Bianco fue jefe del Servicio de Traumatología de la institución. La querella y la Fiscalía, a cargo de Martín Niklison, coinciden en señalarlo como un “personaje clave” en la asociación que los unificó junto a otros profesionales militares cuyo objetivo fue despojar de sus niños a detenidas ilegales cuyo destino era la desaparición. Yolanda Arroche de Sala García fue obstetra de la institución y está acusada de haber firmado el certificado de nacimiento falso de uno de los bebés apropiados y quien ya recuperó su identidad, Francisco Madariaga Quintela. El milico médico Julio Caserotto, quien tenía a su cargo el servicio de Obstetricia del hospital, falleció. Jorge Habib Haddad fue subdirector del centro de salud de la fuerza, mientras que Ramón Capecce era jefe de Cirugía. Ambos fueron declarados “incapaces de defenderse” por deficiencias en su estado psíquico. Los tres se salvaron de la Justicia.
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No Olvidamos] Exiliados: Camino a otro país. Los “sin patria” obligados a dejar Chile
Exilio no es una palabra, ni es un drama, ni menos una estadística.
El exilio es simplemente un vértigo, un mareo, un abismo, es un tajo en el alma y también en el cuerpo cuando, un día, una noche, te hacen saber que aquel paisaje tras la ventana, aquel trabajo, aquel amigo, aquella silla y aquel hueco en aquel colchón, aquel sabor, aquel olor y aquel aire que habías perdido, lo has perdido y lo has perdido para siempre, de raíz y sin vuelta.
Fue durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1989), cuando salió del país el mayor número de exiliados políticos de la historia de Chile.
En un contexto violatorio de los derechos de las personas, miles se asilaron o huyeron para preservar sus vidas y libertad. Otras fueron expulsadas. Un apreciable número conmutó las penas de presidio a las que fueron condenadas, por el extrañamiento, prohibiéndoseles regresar al país al término de la condena. Se sumaron también personas exoneradas de distintas actividades y otras que por temor, o no soportar el clima de represión imperante dejaron el país haciendo uso de sus pasaportes o cédulas de identidad.
Más tarde muchos de ellos aparecieron en listas de prohibición de ingreso al país. Otros se encontraron con que al renovar este documento en un Consulado, se les extendía con la limitación de que no era válido para ingresar a Chile: llevaba estampado una letra “L”.
Algunos de los asilados permanecieron meses en las embajadas que los acogieron, en espera de su salvoconducto. También se asilaron o partieron al exilio muchos de sus familiares, acogiéndose al Plan de Reunificación Familiar del Alto Comisionado de las Naciones Unidas, ACNUR.
El 1 de septiembre de 1988, la dictadura determinó poner fin al exilio mediante Decreto N°203 del Ministerio del Interior que expresa: “…Déjense sin efecto todos los decretos y decretos supremos exentos que, dictados en virtud de las atribuciones conferidas por el Artículo 41 N° 4 de la Constitución Política de la República disponen la prohibición de ingreso al territorio nacional de las personas que en ellos se mencionan...”.
Se cerró así un período de quince años de la vida de Chile, pero no de la de muchos que debieron enfrentar el desafío de retornar a un país del que nunca debieron salir, o afincarse definitivamente en lugares que los acogieron con solidaridad.
En el transcurso de ese tiempo muchos forjaron nuevos espacios para su desarrollo: aprendieron distintos idiomas, conocieron, asimilaron y aportaron a otras culturas, adquirieron o revalidaron títulos, trabajaron en lo propio o aprendieron nuevos oficios o disciplinas.
Sin embargo, otros sucumbieron ante el dolor de verse expulsados de lo que les pertenecía: depresión, angustias, enfermedades y suicidios recorrieron esos años el mundo del exilio.
A partir de entonces en Chile, la reflexión sobre el exilio ha estado centrada sobre todo en la experiencia del retorno, en el sentimiento de desarraigo profundo de la identidad individual y colectiva que ha hecho del exilio una experiencia traumática. De ello hablan por sí mismos los numerosos testimonios que nos ha heredado la historia.
Muchos… nunca más volvieron, y siguen siendo: “Los sin patria“. Esta reflexión busca, de una u otra forma, conjurar “el otro nombre de la muerte”, como Shakespeare denominaba al exilio.
Si somos capaces de sentirlo, siquiera un instante, tal vez pueda evitarse volver a caer en él nunca más.
“Vuelvo a casa, vuelvo compañera.
Vuelvo mar, montaña, vuelvo puerto.
Vuelvo sur, saludo mi desierto.
Vuelvo a renacer, amado pueblo.Vuelvo, amor vuelvo. A saciar mi sed de ti…
Vuelvo, vida vuelvo, a vivir en mi país.”Illapu.
NOTA: Mientras escribí esta columna, los escuché a ustedes compañeros:
Roberto Márquez y todo su clan de Illapu.
¡VENCEREMOS! -
Texto para seminario Infancia y Dictadura en Psicología UDP
Este fue el texto que escribí para el seminario Infancia y Dictadura organizado por la escuela de Psicología de Universidad Diego Portales.
“Se murió Pinochet”, me dijo y las palabras ya no alcanzaron para seguir hablando. El día estaba despejado y yo estaba en una mesa del Torremolinos, mirando calle Lastarria desde ese trozo de pasado en forma de fuente de soda: Formalita colorada, Paloma San Basilio de fondo, tapiz de tevinil lavable y Oscar, el maestro churrasquero, que ha ido envejeciendo como el aceite recalentado de una freidora de aluminio. “Se murió Pinochet”, dijo mi amiga del otro lado del teléfono y mi mirada avanzó hasta la puerta de entrada, la atravesó y se quedó en la calle iluminada por la resolana de diciembre pegando sobre los adoquines. La voz de mi amiga surtió el efecto de las invocaciones de las películas de brujos o de genios embotellados. Un saludo a los espíritus encerrados en la propia memoria.
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Presentación de Javiera Parada para Volver a los 17
Conocí a Oscar Contardo el veranodel año 2005, en uno mis viajes a Chile, desde Barcelona, donde viví desde elaño 1992. Oscar estaba preparando su libro “La era ochentera” y trabajaba con la responsable de que mi residencia fuera la ciudad condal y no París, Andrea Palet. Me entrevistó entonces sobre mi participación en teleseries, durante los 80, y de cómo había influido elasesinato de mi padre en mi joven vida laboral.
Seis meses después, regresé a Chile, esta vez no ya de paso, si no con el deseo de ver si podía vivir en mi país, cuestión que me fue imposible durante todos los años anteriores. Cada vez que vine durante los años 90, me fui enojada, dolorida, sintiendo que en Chile realmente no había cambiado nada, que toda la pelea que habíamos dado contra la dictadura, había sido en vano. Sentía que el país seguía gris y homogéneo.
Pero algo, o mucho, había cambiado en el país el año 2005 y entonces, decidí volver y residir aquí.
Comenzó así, una amistad y admiración mutua, fraguada a fuego lento, con Oscar. Cronista excepcional, mordaz, capaz de diseccionar nuestra idiosincrasia como pocos, ha escrito sobre nuestro arribismo endémico; sobre la feroz discriminación a la que los chilenos nos hemos acostumbrado, a practicar y a recibir; como también de la provincia, invisibilizada tantas veces como sea posible en nuestros medios, políticas y relatos.
Así que cuando leí que estaba haciendo un libro sobre nuestra generación, pensé: “Qué ganas de haber escrito en ese libro”. De patuda que es una, no más.
Pero como la vida es generosa, hace un mes, recibí un DM de Oscar (mensajedirecto de twitter, para los no avezados en la red social), en el que me invitaba a presentar “Volver a los 17, Recuerdos de una generación en dictadura”. Imagínense mi alegría y orgullo. Más aún, cuando vi el listado de participantes en el libro, muchos de ellos, escritores a los que admiro, algunos de ellos conocidos y otros, directamente, amigos.
“Volver a los 17, Recuerdos de una generación en dictadura” llega a nuestras manos justo en el aniversario de los 40 años del Golpe de Estado, hecho que marcaría de una manera u otra, la vida de todos nosotros.
Un aniversario con una densidad, que creo, en Chile no habíamos vivido. Innumerables han sido los programas de TV, de radio, los artículos, que han recordado esa fecha fatídica, pero también todo el horror desplegado por los organismos de Estado, en contra de un sector de la población. Pero más allá del recuerdo doloroso de las perdidas personales y del sufrimiento, que por supuesto son enormes, mi sensación es de que en Chile, por primera vez, nos hemos puesto a hablar de las causas que llevaron al Golpe y a la práctica sistemática del terrorismo de Estado: la implantación de un sistema económico ultra liberal y un sistema político que no permite la expresión cabal de las mayorías y que es irreformable, a través de una constitución llena de candados, que resguardan su esencia.
Y en medio de todas estas reflexiones, testimonios, recuerdos, aparece este libro coral, a modo de un álbum de fotos de una generación que, después de terminar con la dictadura, ha guardado un inquietante silencio.
Porque nos fuimos a nuestras casas, a recuperar una juventud vivida en dictadura y marcada por el horror en sus múltiples variables, como constatamos en este libro. Mientras yo vivía en España, porque era incapaz de vivir en Chile, por el dolor que me provocaba, tengo la sensación de que muchos compañeros de generación y amigos de esa época, también de algún modo iniciaron un viaje privado, del que, como por arte de magia, parece que estuviéramos todos volviendo.
Hay en este libro una invitación a volver hablar, pero, por sobre todo, a volver a escucharnos. Es como si hubiera vuelto el tiempo del diálogo, no de un diálogo claudicante, sino de uno que intenta entender qué le pasó al otro, durante todos estos años. Dónde estuvimos, cómo nos transformamos en lo que somos. Porque, como dice Neruda, “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”.
“Volver a los 17, Recuerdos de una generación en dictadura” es un collage de memorias, de micro historias, que son las que al final conforman la Historia, esa escrita con mayúscula.
Mientras leía el libro, muchos momentos de mi propia vida, interrumpieron la lectura. Lloré circulando por sus imágenes y recuerdos. Lo leí con el corazón apretado, fue un ejercicio de memoria, de la real, de nuestras vidas, no la de las consignas.
El primer impacto lo tuve al leer que Oscar tuvo que buscar en el diccionario Sopena, qué significaba la palabra “degollados”, después del crimen de mi padre. No sólo Oscar, son muchos los autores en el libro, los que cuentan cómo ese día marcó para siempre sus vidas. Fue impactante encontrarme con el relato del hecho que cambió mi vida para siempre, por otras voces, voces amigas, cercanas, conocidas.
Andrea Insunza, a quien conozco desde la infancia porque nuestras familias son amigas, llenó mi cabeza de paellas de la señora Lilly, de tortas de la señora Raquel y me paralizó con una frase en la que vi reflejados a mis hermanos “de algún modo, nosotros los niños, competíamos con la dictadura por la atención de nuestros padres”.
El libro me hizo recordar a mi abuela María Maluenda, cuando se escapaba conmigo a jugar flippers, escondida de mi abuelo Roberto. Me hizo recordar días enteros en la Vicaría de la Solidaridad, jugando snake, mientras mi padre, el Jose, archivaba en enormes computadores y en discos floppy, las innumerables violaciones a los derechos humanos, que día a día llegaban a ese organismo.
Estas imágenes no están en el libro, pero si están los olores, los ruidos, los colores que acompañan esos días.
En el relato de Alvaro Bisama -que también se llama Salvador, en honor al Presidente Allende, y a quien intenté convencer, con escaso éxito, de participar en una campaña política – me encontré con los silencios de esos años, con la música prohibida; con el Lebu, barco de la Sudamericana de Vapores, propiedad en ese entonces de Ricardo Claro, que fue utilizado como centro de tortura y detención y donde su padre estuvo detenido.
Pero también con la constatación de que “el terror era algo doméstico: el temor a perder el trabajo, a quedarse en la calle”. El horror de la pereza y el aburrimiento. El horror del no tiempo. El miedo a ser delatado por tus vecinos o compañeros de trabajo.
Recordé el atentado a Pinochet y cómo todos esperamos durante esas horas, esperanzados, que el tirano hubiera muerto.
Leyendo este libro, se reafirmó en mí la sensación de que los 17 años de la dictadura, no fueron lo mismo para todos los chilenos, que el dolor y el miedo no fueron compartidos, como pretenden hacernos creer algunos comentaristas e “historiadores” por estos días. Porque, como dice Bisama, “la memoria no es frágil”.
A Alejandra Costamagna la conozco de nuestros tiempos de pingüinas, donde ser adolescente y luchar contra la dictadura era una sola cosa. Era y es linda la Ale, la recuerdo de jumper.
La Ale alcanzó a vivir los años dela Unidad Popular y su madre le ha contado varias veces que ella sí conoció a Allende, aunque la Ale no se acuerde.
Y su relato me recordó el miedo a la palabra, impuesto en esos días: “Había que ser cautelosos con las palabras, que ahí había peligro”. Me acordé cuando yo le pregunté, muy chica, con 6 o 7 años,a mi mamá, si “nosotros éramos de izquierda”. “Si, me dijo la Estela, pero no le puedes contar a nadie”.
¿Cómo lograron explicarnos nuestros padres que había partes de nuestra vida, que estaban prohibidas?
Es sobrecogedor el relato del día del Golpe que hace Alejandra, lo que hicieron sus padres después de oír el último discurso de Allende.
Recordé el toque de queda, el susto que me daba porque con mis papás siempre llegábamos al filo y, a veces, incluso, después nos íbamos a tirar miguelitos.
Descubrí que la Ale, igual que yo,fue una fanática de los problemas de matemáticas, hasta que descubrió su pasiónpor las letras.
Apareció en mi cabeza el Francisco Miranda, que era el colegio hermano del Latinoamericano, donde llegaban los hijos de los exiliados y los hijos de la burguesía de izquierda. Juan Cristobal Peña pasó rápidamente por el Francisco y Rafael Gumucio por el Latino. Aunque toda mi adolescencia quise que me cambiaran a un liceo, reconozco que estos colegios fueron un refugio en esos años terribles.
Leí emocionada sobre ese tiempo otro, donde los secundarios nos tomábamos liceos, exigiendo el derecho a tener centros de alumnos democráticos, la rebaja del pasaje escolar y la gratuidad dela PAA. Recordé como veía escapar del Latino a mis compañeros para ir a la toma y yo pensaba, “no puedo entrar a la toma, porque si me pasa algo, mi mamá se muere”. Así que yo me quedaba afuera de los liceos, para apuntar los nombres de los detenidos y pasárselos a los abogados y a las familias.
“Seguridad para estudiar, libertad para vivir” y “No a la municipalización”, eran las consigas de la época.
La Ale cuenta de las Fiestas de Matucana 19, donde comencé a ir jovencísima, cuando empecé a desilusionarme de la política y comencé a enamorarme de la noche, los new wave y la música fuerte.
Y de “Primavera con una esquina rota”, la obra que mi abuelo estaba representando cuando le anunciaron el degollamiento de su hijo. La obra que no paro de hacer, en homenaje a su hijo.
Nona Fernandez también nos cuenta sobre ese movimiento pingüino; de las reuniones de la Feses, en calle Serrano, a las que asistí tantas veces; de las piletas de la Alameda, donde comenzaban nuestras marchas.
Hace poco, tenía que asistir a mi primera reunión en el Comando de Giorgio Jackson, tomé el metro y descendí en República, subí las escaleras y salí a la pileta de Cumming. E igual que estos relatos recomponen esa historia, la visión de la pileta y de mis compañeros secundarios, se unión en mi cabeza a este momento que vive Chile, donde nuevos movimientos sociales y políticos afloran y se toman la cancha, sin pedir permiso, exigen participación. Igual que nosotros en esos tiempos, exigíamos democracia.
Nona también cuenta de la impresión que hizo en ella la comprensión de la palabra “degollados”, la que quedó resonando en su cabeza. Nos les contaré aquí el desenlace de esta historia, pero si les cuento que me fue muy difícil terminarla. Esta historia que habla de víctimas y victimarios y de las víctimas invisibles, los niños.
“Pero las huellas del recuerdo han quedado en nosotros como las marcas de un combate naval, destinado al fracaso, y es tan difícil sacárselas de encima”.
El relato de Rafael Gumucio es sobrecogedor. La historia del secuestro de su madre, su resistencia a olvidar, la sensación tan niño de lo que significaba la delación, la traición, la tortura y el exilio.
“La forma fugitiva del sueño del que desperté para siempre a los tres años para no volver a dormir nunca más totalmente en calma, nunca del todo completamente en paz”.
Y sobre el 73, Rafael nos dice “Los que no lo vivimos, los que lo vivimos como yo, de oídas, no podemos olvidar. Los adultos se portaron como niños y los hombres como perros, y eso no se olvida. Ese recuerdo anterior, ese pasado que no pasó del todo nunca es más fuerte que cualquier voluntad, que cualquier idea, que cualquier deseo”.
Pablo Illanes nos lleva del todo a los 80 de las teleseries y a ese Chile donde aún existían empresas publicas potentes, antes que la dictadura desbalijara al Estado. Nos lleva al cine Normandie, donde descubrí a Herzog y a Klaus Kinski,a David Lynch y a Win Wenders. Ese espacio de libertad que comenzaba cuando se apagaba la luz y comenzaba la proyección. A los cines del centro, donde lo llevaba su papá después de pasar por el Café Colonia. Al Cinerama Santa Lucia.
La casi guerra con Argentina, de la que Oscar también nos habla. La guerra como una fantasía, en medio de la dictadura.
La familia dividida, la abuela paterna comunista, la materna pinochetista. Esa fractura en el seno de tantas familias durante tantos años.
Pablo nos cuenta del Festival de Viña, de Miguel Bose (mi ídolo de infancia), de la llegada de la tele a color, del Betamax, del VHS, de “La chica de rojo”, película que en ese tiempo, todos veíamos, vaya uno a saber por qué.
“Siempre había alguien que conocía a alguien que había sufrido algo similar, una experiencia traumática de abuso, tortura o desaparición donde no existía la policía ni la chilenidad ni la noción de sentirse seguro. Era el terror oculto de todo ciudadano, no sólo el del compromiso político que podía ser peligroso,sino el del hombre equivocado, el “parecido a” o el que tuvo la mala suerte de estar en el lugar incorrecto a la hora indebida”.
La historia de Andrea Insunza, como les contaba al comienzo, es una historia cercana, conocida y vivida por mi familia. Me costó leerla, interrumpida por la emoción. Don Lucho Corvalán; Jaime y Mario Insunza, personajes de mi infancia con los que yo jugaba; las primeras detenciones después del Golpe; el exilio.
La Andrea se hace una pregunta que yo me hice muchas veces “A los seis meses, mis viejos ya habían decidido tener hijos. Durante mucho tiempo me pregunté porqué. Por qué en la mitad de ese desastre, mis padres habían decidido tener hijos”.
“A esas alturas, y sin que nadie me lo enseñara, ya había aprendido que los problemas de los grandes eran más importantes que los de los chicos. Y que la mejor forma de colaborar con mi familia, era resolver los míos sola.”
La detención de Jaime Insunza, el año 84, siendo secretario general del MDP y su deportación a Brasil. El allanamiento de la casa de Mario. Recuerdo claramente todos esos hechos. Ellos dos eran muy amigos de mi padre y siempre sabíamos cuando a alguien cercano le pasaba algo.
“La razón: eran comunistas. Y en Chile ser militante del Partido Comunista estaba prohibido. Mi familia estaba prohibida” dice Andrea. La mía, también.
Hay más relatos y hay muchos momentos de alegría en el libro. Pero a mi, en estos días, este libro me ha hecho reflexionar de cómo nos hicieron aprender a vivir con el miedo, a llevarlo con nosotros. No solo el miedo a la muerte, si no como se cuenta en este libro, el miedo a la cesantía, a la delación, a estar en el lugar equivocado.
“Volvera los 17, Recuerdos de una generación en dictadura” es un enorme y necesario aporte a nuestra memoria, en estos 40 años del Golpe de Estado. Son los relatos de lo que ocurrió intramuros, de lo que callamos, de cómo aprendimos a jugar en medio del desconcierto. Son las historias personales, que brotan y nacen, para “dar voz a otras voces”, como dice Bisama.
Como si obligados a salir de un trance, hoy recuperáramos nuestras historias íntimas, donde el horror se despliega en distintas aristas, pero donde también y principalmente, se despliega la vida. Para decirnos que aquí no hubo ni habrá empate. Y que por mucho mall y cifra macro económica exitosa, a los que crecimos en dictadura, cuando recordamos nuestra infancia, siempre nos recorre algún tipo de escalofrío.
Muchas gracias.
10 de septiembre 2013
Javiera Parada en la presentación de Volver a los 17 el 10 de septiembre de 2013.
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El de los 40 años ha sido, por lejos, el más impactante de los aniversarios redondos del golpe de estado chileno. Como nunca antes una nueva efeméride del quiebre de la democracia ha remecido a buena parte de los chilenos. Como nunca se han hecho exhortos de perdón y justicia. Las redes sociales dieron cuenta, como nunca, de su utilidad, puesto que a través de ellas se visibilizaron millares de pequeñas intensas historias del golpe y la dictadura, cosa imposible hace algunos años. Todo lo anterior reafirma que lo más importante en la vida no es sonreírle al mundo con optimismo y fe, sino buscar la justicia. Los medios de comunicación, por su parte, tuvieron un rendimiento dispar. Mientras Chilevisión descolló con producciones como “Chile, las imágenes prohibidas” y “Ecos del desierto”, Canal 13 se limitó a hacer un aséptico y timorato “corre video”, recalentando un charquicán de imágenes que ya se vieron un millón de veces en muchas otras partes y en muchos otros momentos.
Y están los libros. Era esperable que el mercado editorial aprovechara este aniversario del putsch, y lo hizo con la no ficción como estandarte principal. Entre los vol, las protestas estudiantiles de fines de los ochenta y contingencia, con el relieve propio de cada pluma que úmenes aparecidos para conmemorar las cuatro décadas del desastre de 1973, está Volver a los 17. Recuerdos de una generación en dictadura(Planeta, 2013), una compilación de textos de escritores y periodistas chilenos que crecieron durante el régimen pinochetista. A cargo del conjunto está el periodista y escritor curicano Óscar Contardo (1974).
Hace algunas semanas me tocó presentar a Contardo a propósito de una nueva edición de su superventas Siútico. El escenario era el foyer del Teatro Municipal de Viña del Mar, posiblemente una de las ciudades que cuenta con una de las mayores tasas de ancianos pinochetistas en Chile. Algo así como Providencia con acceso al Océano Pacífico. Aprovechando la ocasión, Contardo informó a la concurrencia de qué iba este libro. Su propósito es fijar los recuerdos de los miembros de una generación nacida en dictadura, o que hayan tenido muy poca edad al momento en que Allende fue derrocado. Ante esto un señor viñamarino pidió la palabra y le censuró con amargura al antologador el no contar “la otra mirada”, “la historia completa”, “lo que pasó antes del 11 de septiembre” y “las causas de por qué pasó lo que pasó”. Contardo esquivó con desenvoltura y serenidad el rocket, subrayando que el asunto del libro es el recuerdo y no la historiografía.
Esto lo confirma uno de los escritores que componen el conjunto, Álvaro Bisama, cuando apunta en su intervención en el libro que escribe del pasado acumulando retazos.
Las ventajas de un libro compuesto casi en su totalidad por sandías caladas no requieren de mucha explicación. Sí vale señalar que al ser éste un libro de memorias, en el que los autores deben bucear en sus recuerdos sobre el período más nefasto de la historia reciente de Chile,están obligados a ser honestos, sin dejar un centímetro a las cuchufletas y a la pirotecnia narrativa. De esta forma, Volver a los 17 se muestra como una combinación balanceada de intimidad y contingencia, con el relieve propio de cada una de las 15 plumas calificadas que conforman el libro, memorias que muestran marcas comunes como el terremoto de 1985, el caso degollados (otro golpe devastador) o las protestas estudiantiles de fines de los ochenta.
Como conjunto, Volver a los 17 es una sinfonía, posee distintos tonos, distintos colores. La llaneza infantil ante lo terrible deContardo, Alejandra Costamagna o Nona Fernández contrasta con la ópera ligera de Patricio Fernández Chadwick, quien habla de un tío Andrés que era revolucionario hasta el golpe además de aportar una anécdota de su pasado como nieto de patrón de fundo. Luego se pasa a Rafael Gumucio, desmedido y sentencioso, dando paso a un reverso absoluto, al de Pablo Illanes, quien hace un repaso más liviano,cinéfilo y televisivo de la época. Luego, la periodista Andrea Insunza marca otro giro en el libro, pues se pasa del relato de alguien arrojado al período a un testimonio de alguien que sufrió en más de un flanco el pisotón de la bota militar. Nieta del ex secretario general del PC Luis Corvalán, entre otros parientes comunistas, su relato la pone, tal vez, más cerca del horror que las otras plumas del libro. Es el aria más trágica de esta obra, sin dudas.
Libro eminentemente político, Volver a los 17 es también un libro de padres e hijos. De paternidades incomprendidas, de candores perdidos, de rebeldías y lecciones. De distancias y rebeldías adolescentes que el tiempo supo desvanecer. Lo expone con claridad Andrea Insunza: “De algún modo, nosotros, los niños, competíamos con la dictadura por la atención de nuestros padres. Y en la medida en que crecíamos empezábamos a notar nuestras derrotas”.