Uno de los montajes más emblemáticos de la dictadura militar. La Operación Albania o Matanza de Corpus Christi dejó entre el 15 y 16 de junio de 1987 doce frentistas muertos en manos de agentes de la CNI. Los hombres de bigote simularon fuertes enfrentamientos para encubrir la muerte de estas personas, entre ellas la de José Joaquín Valenzuela Levi, uno de los líderes del FPMR y cabecilla del atentado a Pinochet.
La noche de los Cristos Rotos. Matanza de Corpus Christi
“La tarde huele a pólvora esparcida. Los pasos van degollando la noche”.
El 15 y 16 de Junio de 1987, son asesinados 12 miembros del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (Fpmr). Son baleados a mansalva en las calles, ametrallados en los patios. Raptados, apresados, torturados y maniatados para finalmente perecer ejecutados con las manos amarradas, desarmados, solos y acorralados.
Nos hemos reunido en las cuatro esquinas de esta sencilla hoja para desenterrar algunos pétalos que son huesos hechos polvo de recuerdos ausentes, presentes y persistentes.
Nos hemos reunido en las cuatro esquinas de este punto cardinal central que es recordar, rescatar la injusticia escondida y hundida por gruesas capas de tiempo. Buscando encontrarnos quizás en oscuros acordes y versos que vienen desgarrando ropajes ensangrentados que quedaron allí…allá…por todos los rincones donde esas arañas fueron tejiendo vendas y veredas que separan a los hombres de los animales.
Un año antes, cuando el lobo del hombre escapó del cerco lazo impuesto por los humanos, éste, una vez sosegado de sus temblores y dolores, envió una dentellada escondida, un zarpazo encubierto en contra de esos hombres y mujeres que osaron desafiarlo.
Amargo Junio, quincena de penas olvidadas y cubiertas. Junio rebanado en dos, tajeado brutal como una cesárea de mariposas hecha por lagartos que afilan corvos oxidados de sangre y pulen pistolas escondidos en los sótanos.
Bravos de espanto una jauría delinea un círculo de muerte sobre su primera presa.
Va resolviendo la incógnita de ciertas ecuaciones de injusticias cuando lo asaltan. Pretende defenderse, y antes que esto ocurra, el miedo empuja la pólvora sobre su víctima.
Un árbol lo abraza y le da sorbitos de oxígeno con sus hojas. Muere regando con su sangre el viejo árbol. Le colocan un arma en la mano, un pasamontañas en la cara.
Seis horas más tarde la misma diferente jauría contempla como un noble patricio camina cerca de las nubes y las cometas. Le temen, debido a esto no le dan tiempo para nada. Lo acribillan como a una bestia peligrosa.
Le colocan un arma en la mano, un pasamontañas en la cara.
La violación en contra de los Derechos Humanos en Chile bajo dictadura fue groseramente brutal y descarada. Como resultado de esta cruenta política de represión se generó un profundo rechazo tanto nacional como internacional en contra de la dictadura, y sus cientos de desapariciones, violaciones, fusilamientos, ejecuciones sumariadas, torturas, encarcelados, desterrados y otros, que eran y son, el pan de cada día con que se nutren los señores.
Todo lo anterior, sumado al pavor de enfrentarse mano a mano contra los enemigos del sistema autoritario, hace que los sostenedores de este sistema, modifiquen diabólicamente sus planes.
El mar tendía a rebalsarse de tanto cuerpo arrojado por los militares, las olas venían teñidas de sangre, las algas con cabelleras humanas. Las perlas eran dientes arrancados.
Las minas eran inspeccionadas por ciertos curiosos, las cavernas, tumbas y catacumbas clandestinas expelían olores y dolores de cabeza recurrentes a las estafetas de la muerte.
Había que matar para seguir ganando, había que asesinar para seguir disfrutando.
Después de contemplados estos factores, se decidió una solución, simple, eficaz y certera.
Mentir. Pero mentir con comparsa incluida. Con escenografía itinerante. Con actores maquillados de piedra o vestidos de acero. Con los medios de comunicación promocionando los circos y los “valientes” domadores de fieras terroristas, de serpientes subversivas.
Y que cuando hubiesen reclamos, indagaciones o algún impertinente insistente. Las farsas fuesen revisadas y dirimidas por algún arlequín de la justicia militar.
Unierónse los medios de comunicación, el poder judicial, empresarios-sicarios, el gobierno y todos los tormentos.
Se dio paso a un acto mediocre salvaje con telón de sangre en el fondo.
Los falsos enfrentamientos.
Matar por la espalda, raptar tortura matar, no estaba separado ni por una coma. Todo era una sola cosa. Los falsos asaltos, los falsos enfrentamientos, los balazos al aire, las patadas de utilería a las puertas, los gritos de alto, las sirenas aullando desgracias.
Interceptados por la muerte, faenados por los militares, etiquetados por la prensa, procesados por el poder judicial civil-militar.
Terroristas abatidos en enfrentamientos. Subversivos Muertos en escuela de guerrillas.
No había que dar explicaciones de ninguna índole. Ellos mismos se lo buscaron, ellos son los únicos responsables. Les dijeron alto y no obedecieron, de entre sus ropas sacaron un revólver. Intentaron atacar a funcionarios del estado.
Con este efugio se deshacían de cualquier antagonista, se les rotulaba de violentistas y asunto terminado y procesado.
Seres humanos convertidos en monstruos que no merecen, ni merecerán vivir.
Cualquiera que esté en contra del gobierno y pretenda defenderse es una persona violenta que merece ser muerta.
El asesinar en manadas es la soldadura indestructible del acuerdo siniestro entre matarifes.
Un centenar de funcionarios del estado rodea la calle. Adentro ya saben más o menos que pasa. Se activa la alarma, esperan este tipo de sorpresas.
Dos Henríquez se quedan a proteger el escape de los otros. Mueren reventados a balazos.
Las vainas caen como lluvia de bronce sobre el pasto.
La mayoría logra escapar, algunos de los fugitivos son apresados pero perdonados por cuestiones de suerte, falta de balas, sino, cansancio nocturno de carniceros.
Dos Henríquez ofrendan su vida para salvar la vida de sus otros compañeros.
¿Sirvió de algo ese sacrificio? , ¿Dónde están, qué hacen esos que huyeron de la muerte?
A esa misma hora, en otro lugar observado desde hace tiempo, irrumpe un centenar de funcionarios del estado, intentando forzar cierta puerta.
La puerta no cede. El cerebro chispea una idea brillante. Arrojan una bomba militar para llorar. Luego, con una segunda máscara sobre la primera, entre tinieblas avanza un espectro armado. Indefenso, acurrucado, desarmado, en posición fetal buscando la caricia primaria de sus inicios, le revientan de un balazo cada ojo a un Julio olvidado.
La excitación y el sudor aceitan el rostro de este espectro viviente.
Las gárgolas que cuidan la ergástula de calle Borgoño han decidido terminar las torturas y pasar a la etapa más clara y honesta de sus instintos. Siete prisioneros serán fusilados.
Siete de espadas, siete de mazos sobre sus cuerpos. Fatídica férula sobre sus frentes.
Los suben a los carros. A sabiendas que los llevan para eliminarlos, aún les siguen pegando y humillando. Todo castigo es poco.
Han elegido un escenario donoso. Depositarán los cuerpos repartidos en forma equilibrada sobre este inmueble que pretenden decorar en una nueva morgue como suelen hacerlo.
Un centenar de valientes solados saltan y levantan las manos con sus armas para ser elegidos.
Sólo catorce han sido favorecidos. Cada binomio oficial se encargará de asesinar a un elegido.
Cansados, golpeados, vejados, semidesnudos, hambrientos, nerviosos, angustiados, agotados de torturas y gritos, les dicen amables pero decididos que se paren en ciertos rincones, costados, alerones, umbrales.
Estridente se queja un techo abofeteado de piedra o de ladrillo. Y este sonido es inicio principio para el epílogo de la muerte.
Todos gritan, unos despidiéndose de la vida a puteadas, a llantos, súplicas y oraciones. Los otros gritan intentando anestesiarse de sensaciones y seguir percutando. Todo da vueltas, se triza el momento en dos, el antes y el después de la matanza.
Siguiendo la costumbre de viejos tabúes y creencias ancestrales, pasa un escolta del dolor y los va rematando para asegurar que sus recuerdos no los sigan en sus sueños ni en los reflejos de los espejos.
La sangre empapela los cuartos, va pintando el suelo cuando arrastran sus cuerpos por el piso, para posarlos como espantapájaros futuros que ahuyentarán cualquier intento de rebeldía.
Se cumple el primer mandamiento marcial. El Falso Enfrentamiento.
Los van rompiendo como ramas secas, las costillas crujen ante el plomo. El sonido de sus huesos muriendo no son lo suficientemente fuertes o audibles. A pesar de que el ruido entra por los oídos que se crispan de miedo en los alrededores, sonido que venda los ojos por años. Nadie ve nada, nadie vio nada. Nadie verá nada.
Luego aparecen rémoras periodísticas a devorar lo que ha quedado. Obedientes publican y escriben lo que ciertos distinguidos oficiales les han dictado.
Escarmentados despiadadamente estos niños y niñas del mal.
Operación Albania. Cacería de albatros a balazos.
Los doce peldaños de una escala infinita que conduce a la muerte y a las estrellas.
Gritan los rayos, lloran los relámpagos, aúlla la lluvia de impotencia allá en Junio.
Ver sobre las portadas las fotos de tus seres queridos.
Doce dolores dormidos sobre el talud enterrado de los recuerdos que no se van, que se quedan, que se agigantan como gigantes fueron aquellos que entregaron la vida gota a gota, a borbotones, a barril lleno por un Chile que aún no está terminado.
¿Cuántas maneras hay de matar a un ser humano?
Sólo una, olvidándolo.
Andrés Bianque
OPERACIÓN ALBANIA
Crónica del gran montaje de la CNI
Memoria para optar al título de Periodista Universidad de Chile
Instituto de la Comunicación e Imagen Escuela de Periodismo
Nicole de los Ángeles Vergara Domínguez
Profesora guía | Faride Zerán Chelech
Santiago de Chile
2013
Foto Pepe Duran,junio 1987
Introducción
Tras el atentado del Frente Patriótico Manuel Rodríguez a Augusto Pinochet y su comitiva el 7 de septiembre de 1986, la historia de muchas personas cambió para siempre. Pocas horas después de la emboscada en el sector de Las Vertientes en el Cajón del Maipo, el general apareció en el noticiario de Televisión Nacional, 60 minutos, con su mano vendada, mostrando el Mercedes Benz blindado dañado y señalando una frase que quedaría grabada en la historia de Chile: “¡Esto prueba que el terrorismo es serio, que es más grave de lo que están hablando y que ya está bueno que los señores políticos se den cuenta que estamos en una guerra entre el marxismo y la democracia!”.
Sus palabras calaron hondo y sus acciones post atentado sellaron la vida de muchos. Se declaró Estado de Sitio en el país y de inmediato la Central Nacional de Informaciones, CNI, comenzó una desenfrenada búsqueda por encontrar a los culpables de la llamada Operación Siglo XX. La investigación se confundió con el temor, se sembró miedo asesinando horas después a personas que no tenían relación con el atentado y se acentuó la horrible relación entre la policía secreta del régimen y la sociedad civil.
Este hecho fue uno de los antecedentes principales de uno de los montajes más emblemáticos de la dictadura militar. La Operación Albania o Matanza de Corpus Christi dejó entre el 15 y 16 de junio de 1987 doce frentistas muertos en manos de agentes de la CNI. Los hombres de bigote simularon fuertes enfrentamientos para encubrir la muerte de estas personas, entre ellas la de José Joaquín Valenzuela Levi, uno de los líderes del FPMR y cabecilla del atentado a Pinochet.
Los agentes de la CNI interceptaron a los frentistas en la vía pública, irrumpieron en sus hogares y casas de seguridad asesinandolos en medio de un sangriento plan.
La historia de la Operación Albania no es una más de los años ‘80, no es una más que relata la muerte de frentistas, es la historia de un montaje planificado, en donde agentes de la Central Nacional de Informaciones en conjunto con medios de comunicación oficialistas se confabularon para dar un testimonio falso a la sociedad. Los familiares no sólo debieron reponerse a las muertes de sus seres queridos. Por más de una década debieron batallar con la justicia para demostrar que los frentistas no fallecieron producto de enfrentamientos con las fuerzas de seguridad, si no que fueron brutalmente asesinados por la dictadura militar.
Hijos de la represión
16 de junio de 1987 y a las 13.00 horas el locutor Petronio Romo aparecía en el dial 93.3 FM y con su inconfundible voz anunciaba:¾ Urgente, El diario de Cooperativa está llamando¾.
El periodista al que le daba el pase informaba que el Obispo Auxiliar de Santiago, Monseñor Sergio Valech, junto con lamentar la muerte de 12 personas en enfrentamientos pidió el esclarecimiento de los hechos: ‘En la mañana pude leer el diario, no había oído noticias de tal manera que después me impuse que había aumentado el número de fallecidos, es un hecho muy lamentable, muy doloroso (…) Esperamos que la investigación llegue a un final feliz en cuanto a saber los orígenes y las formas 48, decía el sacerdote sobre las muertes de los rodriguistas.
25 horas antes de ese despacho, los servicios de seguridad le declararon la guerra al Frente y, sin asco, mataron a 12 de sus integrantes. La matanza de Corpus Christi había comenzado.
Ricardo Silva Soto, de 28 años, estudiante de 4º año de Ciencias Químicas en la Universidad de Chile, innumerables veces mejor compañero y alumno destacado en fútbol, no sabía que la mañana del 15 de junio sería la última en que vería a su familia. Eran las 7.00 am y Ricardo se despedía de su mujer, Patricia, asegurándole que estaría de vuelta antes de la hora de almuerzo. Debía viajar, pero antes había quedado en llevar a su pequeño hijo Cristian de 4 años al jardín infantil.
Se puso su pantalón de cotelé café, su camisa blanca, el suéter de lana verde claro con cuello redondo y su chaqueta de mezclilla azul. No dijo a dónde, ni a qué ni con quién se juntaría. La mayoría de las veces no contaba sus andanzas ni daba pie para que le preguntaran, El Flaco como lo llamaban de cariño, se cuidaba y cuidaba a los suyos. Aunque siempre estaba alerta a posibles seguimientos de la policía secreta de Pinochet, esa mañana fría, con grados bajo cero, salió de su casa en la Villa Olímpica en Ñuñoa y no sospechó nada. No tenía de qué sospechar, no lo seguían a él.
Ricardo, segundo hombre del Frente en la Octava región, debía reunirse con Ricardo Rivera, primer hombre en Concepción y José Joaquín Valenzuela Levi, comandante Ernesto, máximo líder del FPMR que participó en el atentado a Augusto Pinochet en septiembre del ‘86. Era probable que se juntaran a hablar sobre los próximos pasos que darían, pero nunca hablaron, al menos no como lo tenían previsto. Ese lunes 15 de junio los tomaron violentamente detenidos y se los llevaron al cuartel Borgoño.
El Flaco Silva ingresó al Frente con varios años encima. Cursaba su segunda carrera cuando junto a dos compañeros hicieron un par de panfletos contra la dictadura, los pusieron en las rejillas del metro de Santiago, en la superficie, esperando que el paso de los trenes les regalara una ráfaga de viento que hiciera volar consignas sobre una ciudad reprimida. Estaban viendo como los panfletos se elevaban casi de forma surreal cuando llegaron los pacos y se los llevaron detenidos.
Les pegaron, les pegaron mucho. Ricardo consternado con tanta violencia le dijo a su compañero:
Hueón, esta hueá no puede ser. No hicimos nada y nos sacaron la chucha De pronto empezó a faltar a clases, ya no se veía en las mesas de pin pon ni en las pichangas con los amigos. Ricardo decidió congelar su último semestre en la U para dedicarse por completo a su labor en Concepción. Para todos, la razón era que quería buscar trabajo; hermético y cuidadoso nunca dijo que en realidad se trataba de un trabajo político.
Dejó su indiscutido puesto de defensa central de su equipo de fútbol, renunció a los entrenamientos en el Estadio Recoleta, se alejó por momentos del charango, la quena y la guitarra, de las dobles porciones de porotos con riendas del casino de su Facultad y de los regaloneos de las auxiliares. Empezó a ver menos a los amigos y la familia. Por decisión propia, El Flaco Silva entró a la clandestinidad.
Ricardo se fue al sur, se cortó la barba, se la dejó crecer y se la volvió a cortar. Prevenido, siempre que se daba una vuelta por Santiago y se quedaba con su mujer redoblaba la seguridad:
Pati, quédate aquí. Camina con cuidado con Cristián, puede que nos estén siguiendo repetía incansablemente.
Por esos años su esposa y su pequeño vivieron en 14 casas diferentes.
La mañana del lunes 15 de junio cuando Ricardo Silva salió de su casa no sintió nada extraño, debía reunirse con Ricardo Rivera que venía desde Lota. Su jefe, primer hombre del FPMR en Concepción, tenía 24 años. Soltero, mecánico especializado, era chofer de locomoción colectiva en el pueblo del carbón. La noche del domingo tomó el bus a las 21.45 horas para reunirse con Ricardo Silva y José Joaquín Valenzuela Levi el lunes por la mañana. Se despidió de su familia, les dijo que no daba más con la cesantía, que por eso viajaba a la capital en busca de empleo. Jamás les habló del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, de su trabajo, de su lucha por sacar a Pinochet del poder. Su padre, quien había estado detenido por razones políticas en 1974, no sabía que el viaje tenía otros motivos.
Antes de subirse al bus, su madre se acercó y le dijo cariñosa: Ricardo, aquí están los 70 mil pesos para que compres mercadería para el negocio
Rivera viajaba todos los meses a Santiago para surtir la pequeña paquetería que su familia tenía en Lota. La mercadería nunca apareció por el lugar, él tampoco.
Al llegar al Terminal de Santiago se bajó del bus, ajustó su parka azul y sintió el frío seco de la mañana capitalina, ese frío que penetra en los huesos y cuesta sacarlo de encima. Debajo de la parka, Ricardo andaba con camisa y un chaleco de lana celeste, un pantalón de género del mismo color y unas botas de reno café con las que intentaba capear los grados bajo cero. No alcanzó a concretar los motivos de su viaje, menos a comprar la mercadería que le habían encargado cuando los “chanchos” le cayeron encima.
La CNI tenía dentro de su organización la denominada “Brigada Verde”, brigada que dependía de la División Antisubversiva cuya misión era reprimir al Frente, investigarlo, seguir a cada uno de sus integrantes y analizar documentos de su plana mayor. En junio de 1987, 35 miembros trabajaban en la brigada que ajustaba los detalles de la Operación Albania, el falso enfrentamiento que comunicarían para ocultar la matanza de los rodriguistas ejecutados.
Durante esos días el trabajo era intenso. Hugo Salas Wenzel, director de la CNI, daba la orden de dejar sin capacidad de acción al FPMR, en su jerga militar, de “neutralizarlo”.
Mientras Ricardo Silva, Ricardo Rivera y José Joaquín Valenzuela Levi cruzaban el Barrio Mapocho, eran llevados a Borgoño y recepcionados en la “paquetería» del cuartel, otros agentes con bigotes daban el segundo golpe al otro lado de la ciudad.
¿Así mueren los comunistas?
La juventud ondera del momento se despertaba con U2 y mantenía una nueva semana en el ranking de los más escuchados With or without you. Es probable que Recaredo Ignacio Valenzuela Pohorecky, Comandante Benito del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, ni siquiera supiera qué grupos eran los más escuchados esos días según Clip, el suplemento musical de Las Últimas Noticias. Tenía otras preocupaciones.
Ese mismo lunes 15 de junio salió de su casa a las 9 de la mañana para hacer un par de trámites, minutos después de cerrar la puerta en la remodelación de las Torres San Borja un furgón L100 Mitsubishi de color azul comenzó a seguirlo. Seis funcionarios de la CNI a cargo del Teniente de Carabineros Emilio Neira Donoso no le perdían los pasos. A Valenzuela lo tenían fichado hace tiempo, lo seguían desde marzo de ese año.
El Comandante Benito, como se hacía llamar internamente al interior del Frente, salió de la Torre 24 de Portugal con Marin y con paso lento fue al paradero a tomar una liebre hacia Macul. Se bajó, cruzó su mirada en distintas direcciones y se acercó a la citroneta patente AX330 que estaba estacionada en la calle. Miró, volvió a mirar. Con disimulo se acercó, la revisó y siguió su camino hacia Plaza Ñuñoa. Llegó a unas de las oficinas de Chilectra y esperó que pasara otra micro para ir a Las Condes a la casa de su madre .
Ignacio Valenzuela ingresó al Partido Comunista a los 14 años, chico, como muchos de los niños que a su edad comenzaban a militar. Aunque su madre quiso alargar lo más posible esa decisión, Ignacio estaba convencido. Incluso antes de hacer oficial su militancia él ya decía que era comunista. No le importaba que lo miraran feo en medio del régimen demócrata cristiano que lideraba Eduardo Frei Montalva, para él sus convicciones estaban claras.
Cursaba la educación básica en el Liceo 7 de Ñuñoa cuando con su amigo Sergio se sentaba a hablar pestes del gobierno de Frei. No estaba a favor de la “revolución en libertad”, la encontraba poco clara y definida. Tampoco le gustaba la manera en que se hacía la reforma agraria, aunque encontraba que a la larga era buena, no estaba de acuerdo en que a los trabajadores no se les entregara una adecuada asistencia técnica ni material necesario para trabajar la tierra. Menos estaba a favor de la chilenización del cobre, Ignacio y Sergio apostaban por la nacionalización del metal. Con pocos años, los amigos compartían las inquietudes de la política y eran testigos de la fuerte represión que se ejercía contra los trabajadores que reclamaban por sus derechos y aumentos de salario.
Tras una de sus visitas al dentista junto a su madre y su hermano menor Rodrigo en el centro de Santiago, Ignacio vio cómo los pacos apaleaban y tiraban bombas lacrimógenas a los profesores que se manifestaban en calle Compañía. Al ver los fuertes lumazos, la mujer se refugió con los niños en un portal estrecho del centro hasta que su hijo mayor la miró fijamente con el ceño fruncido:
¿Por qué hacen eso los Carabineros? preguntó.
Para proteger el orden público, le respondió sin pensarlo mucho Adriana, su madre.
¡Pero si la gente no estaba haciendo nada! Marchaba y gritaba nada más. Tú los viste. El desorden lo hace la policía dijo Ignacio con 10 años de edad
En el colegio el ambiente se politizaba cada día más, todos hablaban de política, hasta los más chicos. Mientras Ignacio pensaba en el Ché Guevara y llenaba sus cuadernos dibujando la imagen del guerrillero con su boina, en la sala de clases a él y a sus compañeros les aplicaban una disciplina casi militar. Les cortaban el pelo cuando éste osara asomarse por sobre la camisa, les arrancaban los botones de las chaquetas cuando estaban desabrochados, les sacaban las insignias y los cordones de los zapatos. Los tenían tardes enteras formados en el patio hasta que oscureciera como forma de castigo. En los consejos de curso hablaban el tema y además debatían sobre lo que pasaba en el país. Ignacio siempre se encargaba de que el marxismo fuera uno de los temas a tratar.
Cuando en 1970 Salvador Allende ganó las elecciones, Recaredo Ignacio Valenzuela Pohorecky celebró junto a sus amigos el triunfo. Sentían que habían salido vencedores pese a la campaña del terror que los opositores habían instalado en la opinión pública. La idea más común que resonaba era que los comunistas eran come guaguas.
El golpe de Estado cayó cuando Ignacio era un adolescente. Fue testigo del terrorismo que se institucionalizó en el país, lloró como un niño la muerte de Allende y sintió como a cuadras de su casa en Tomás Moro también bombardeaban la casa del Presidente. Vivió allanamientos y el sábado 13 de octubre de 1973 se enteró cómo Carabineros se llevó detenido a su padre desde el Ministerio de Hacienda. Con las manos en la nuca, entre patadas y encañonado por metralletas hicieron salir a su padre gritándole “¡Camina, mierda!”.
Recaredo, el padre, no militaba en ningún partido por lo que la familia no sabía por qué se lo llevaban. Buscaron ayuda para conocer el paradero de su detención hasta que llegaron al Estadio Nacional, su progenitor estaba en la escotilla número tres. Por suerte tenían contactos y pudieron sacarlo seis días después.
Ignacio saltó de colegio en colegio hasta terminar su educación media y entrar a Ingeniería Comercial en la Universidad de Chile. Pese a estar en varios establecimientos y preocuparse mucho de la política destacó en la PAA obteniendo un muy buen puntaje. Chaqueta de cuero como lo identificó la Central Nacional de Informaciones llevaba una vida pública y privada, como muchos otros en dictadura. De pronto se puso hermético, dejó de contar sus cosas en la casa, comenzó a salir mucho y cada vez que le preguntaban dónde iba decía que a estudiar con compañeros.
Un mes después del golpe empezó a prepararse para todo lo que vendría. Tenía 17 años y sabía que comenzaba la resistencia. De a poco comenzó a formarse, al principio de manera muy doméstica, luego más profesional. Sus primeros pasos los dio con cajas de fósforos, juntó muchas y dedicó tardes completas a ensayar pequeñas detonaciones en tarros vacíos que su madre desechaba. Se entretenía en eso y siempre pensaba en inventar fuegos artificiales para celebrar el Año Nuevo.
En el día a día compartía con su esposa Cecilia Carvallo, bibliotecaria de la Universidad de Chile y su hijo Lucián de 7 años. Con él jugaba ajedrez, inventaba poemas y hablaba de la luna, los planetas y los movimientos de la tierra. Quizás de cuántas cosas más. Acompañado de una guitarra le enseñaba canciones de Silvio, Violeta, Víctor Jara y Mercedes Sosa. Con Lucián incluso mantenían conversaciones un tanto filosóficas sobre el origen del hombre y de Dios, compartían el amor por los perros y juntaban conchitas de mar cada vez que iban a la playa.
Para todos Valenzuela Pohorecky era un destacado economista, se licenció con distinción máxima y obtuvo nota 6 en su examen de grado. Siendo muy joven ya era profesor ayudante de cátedra de la Escuela de Economía de la Chile y profesor titular de Economía del Instituto Arcis. Fue asesor y consultor en materias financieras y sobresalió por su manejo en inglés y francés.
Pero antes de comenzar su vida profesional, Ignacio conoció a Cecilia y apenas la vio le dijo que le gustaba y que quería que fuera su compañera. No especuló ni dejó pasar tiempo. Pese ser diez años menor que ella, la conquistó con su multifacética e intensa personalidad: le recitó poemas de Pablo Neruda, le bailó millones de piezas de tango, dibujó, pintó y cantó para ella.
En paralelo a esa vida pública, el Comandante Benito era uno de los seis más altos oficiales del Frente Patriótico Manuel Rodríguez para la época. Según su madre fue el fundador del Frente, el que lo echó a andar y el que con otros compañeros lo hizo crecer.
Ignacio Valenzuela Pohorecky participó en el rescate de Fernando Larenas Seguel, combatiente recluido en la clínica particular Las Nieves tras un enfrentamiento con la CNI que lo dejó con un impacto de proyectil en su cabeza. Como Larenas se encontraba en un delicado estado de salud y como en lo inmediato no podría “cooperar” en la investigación que los agentes realizaban, los tribunales autorizaron que el frentista se mantuviera internado en el centro privado. Lo que no imaginaron fue que días después del enfrentamiento y pese al alto resguardo policial, cinco hombres vestidos de manera formal liderados por Valenzuela Pohorecky simularon ser agentes de la CNI, ingresaron a la clínica y rescataron a Larenas del lugar.
El mismo Valenzuela participó en otras actividades de alto riesgo, pero los CNI lo tenían en la mira principalmente por el cargo de Logística que ocupaba en el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, lo que los esperanzaba en obtener información sobre explosivos y la ubicación de armas en Carrizal bajo. El dolor de cabeza que aún arrastraba Pinochet.
Ignacio fue parte de la Constitución del FPMR, haciéndose respetar en la organización entre los combatientes que estaban bajo su mando. Además fue Jefe de Zona en la capital y miembro de la Dirección Nacional. Muchos veían en él un ejemplo en la teoría y en las acciones de combate.
Alrededor de las 10 de la mañana del 15 de junio, Valenzuela Pohorecky llamó a Adriana, su mamá, para pedirle la dirección de un mecánico. Su auto de nuevo había quedado en panne, esta vez en calle Las Palmeras en Macul. Adriana le dio el dato que necesitaba y 15 minutos después volvió a atender el teléfono. Nuevamente era Ignacio, ahora la llamaba para decirle que le llevaría las llaves y los documentos del auto. Le dijo que estaría en una hora más en su casa en Las Condes. En las oficinas de Chilectra tomó la micro que lo llevaría a la zona oriente de Santiago. Se bajó en Colón pasado Alhué, caminó y entró por esa calle. El Mitsubishi azul no perdía sus pasos, pero esperó que llegara otro vehículo con más agentes armados con CZ9 mm para atacar.
En total, seis hombres con brazalete amarillo entre los que se encontraba el suboficial de Ejército René Valdovinos Morales, el carabinero Manuel Morales y el agente César Acuña. Se dio la orden, detuvieron los vehículos en calle Alhué a la altura del 1172 y le dispararon por la espalda a Ignacio, todos en su contra y varios disparos a la vez.
El cuerpo se desplomó en la vereda oriente de la calle, su cabeza a 5 cm de un árbol que daba al antejardín de una casa con un muro pintado celeste, celeste deslavado. Rápidamente le pusieron entre sus ropas una granada para “cargarlo”, le taparon la cara con unos diarios y cuando llegó carabineros le pusieron encima un plástico verde.
En la misma calle, a 30 metros del lugar Adriana Pohorecky comenzaba a impacientarse en su casa. Se asomó por la ventana para ver qué pasaba, había mucho ruido y varios autos ocupando las vías y calzadas de la manzana. De un minuto a otro se llenó de gente, Adriana presa de la incertidumbre alcanzó a ver una persona tirada en el piso que vestía chaqueta café, una bufanda de lanilla escocesa, un suéter color terracota y un pantalón de cotelé. No quiso creer que fuera su hijo, Intentó acercarse a la esquina para ver más, pero no la dejaron. El suéter le parecía familiar, pero entre los nervios olvidó que ella misma lo había tejido.
En minutos los CNI se multiplicaron, llegó la policía y todo se volvió un caos. Carabineros de la 17º Comisaría llegó al lugar a las 13.42 pm con la gente que estaba de turno: a los detectives y dos inspectores los acompañaron peritos del Departamento de Laboratorio de Criminalística, un fotógrafo forense, un planimetrista, peritos de huellas de la sección Huellografía y Dactiloscopia del Departamento de Asesoría Técnica y un médico examinador policial del Departamento de Medicina Criminalística.
Mientras ellos comenzaban a trabajar, Adriana se autoconvencía:
No, no puede ser él
Se volteó y volvió a su casa. El primer rodriguista había caído.
Pese a que en las primeras informaciones se insistió que Recaredo Ignacio Valenzuela Pohorecky había repelido el fuego, el juez Hugo Dolmestch desacreditó la versión que los agentes propagaron. Se echó abajo la declaración de los testigos falsos y tiempo después se sentenció el hecho como un homicidio, su cara estaba rota a tiros.
El juez Dolmestch también recogió la versión de Hernán Ávalos Narváez, periodista de El Mercurio que se presentó en calle Alhué para cubrir la muerte de Ignacio. El periodista recordó después que en el lugar se encontraba Álvaro Corbalán, Jefe de la División Antisubversiva Bernardo O’Higgins de la CNI, quien se acercó a la prensa que estaba alrededor del cerco reporteando información para confirmarles la tesis del enfrentamiento.
En el lugar Corbalán lanzó de forma despectiva:
Así mueren los comunistas
Leer tesis completa en MEMORIA DE TITULO OPERACIÓN ALBANIA Crónica del gran montaje de la CNI
55 PEÑA, Cristóbal. Los Fusileros. Crónica secreta de una guerrilla en Chile. Editorial Random House
Mondadori. Pág. 257. Santiago, Chile. 2007.
Como chanchos en el barro
Mientras en calle Alhué en Las Condes, los agentes de la CNI disfrazaban la primera muerte como un enfrentamiento, otros hombres de bigote frondoso continuaban realizando seguimientos y detenciones en la ciudad congelada. Esther Angélica Cabrera Hinojosa, de 22 años, esperó las 15.00 horas del lunes
15 de junio y salió de su casa en el pasaje Felipe Berliner a la altura del 2705, entre Carnot y Rivas, calle paralela a Gran Avenida y Santa Rosa en San Miguel. Le aseguró a su hermano que regresaría pronto:
¾Daniel, vuelvo como en 3 horas¾, le dijo.
Esther sabía que la seguían, los agentes no disimulaban. De todas formas la joven militante del Partido Comunista salía de su casa, visitaba amigos, recorría y protestaba las calles reprimidas de Santiago.
Ese día se fumó un cigarro, tomó la liebre hasta la Alameda con General Velásquez y caminó al departamento de su amigo Carlos Saravia Jiménez en Villa Portales. Es probable que su paso fuera rápido y su respiración entrecortada. Al llegar al edificio subió al departamento y nerviosa comprobó que había varios hombres en actitud sospechosa rondando las escaleras y el sector. Era evidente que la esperaban.
Carlos había salido de su casa minutos antes a comprar pan para la once y confirmó que habían seis hombres de civil haciendo guardia. Nervioso le dijo a Esther que se quedara, que durmiera en su casa, que había visto a sujetos con
pinta de “chanchos”, pero Esther no le hizo caso y para evitar que le pasara algo a él o a su familia se despidió, cerró la puerta por fuera y bajó. En las escaleras, con estampa desafiante, dos sujetos apretaban la marca.
La Chichi, como le decían en su casa y sus amigas más cercanas, andaba con un chaleco de lana negro, una chaqueta de cotelé verde, una minifalda negra y pantys rojas. Esa fue la última vez que la vieron.
Minutos más tarde cuando Esther caminaba por la vereda, Luis Arturo Sanhueza Ros, Capitán de Ejército y funcionario de la Brigada Verde de la CNI a quien lo llamaban el Huiro le dijo al Viejo Horacio:
¾ ¡Esa es! ¾56.
Rápidamente el sargento de Carabineros que reemplazaba su nombre de Carlos de la Cruz Pino Soto por la chapa de Viejo Horacio, obedeció. El hombre se bajó del furgón e identificándose falsamente como funcionario del OS-7 de Carabineros invitó a Esther a acompañarlo advirtiéndole que estaba involucrada en un asunto de drogas, que por eso la detenían. Eran las 5 y media de la tarde.
La subieron al furgón en el que se trasladaban y la llevaron de inmediato al cuartel Borgoño. En el camino a Independencia la vendaron, amordazaron y registraron. No encontraron nada. En la detención también participó el sargento de Ejército
Manuel Rigoberto Ramírez Montoya, apodado Olafo; el suboficial de Ejército,
56 Declaración de Carlos de la Cruz Pino Soto. Fs. 5.306. Expediente Operación Caso Albania disponible en Archivos y Documentos de la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas, FASIC.
Fernando Remigio Burgos Díaz conocido internamente como el Costilla; Luis Santibáñez y el agente Acosta. Tras verificar que Esther no llevaba armas, uno de los hombres comentó:
¾ Anda sin sostenes¾.
Según los CNI, cuando detuvieron a Esther desconocían el verdadero nombre de la “dama”57. Al estacionarse en Borgoño 1470 en la comuna de Independencia, El Huiro junto a otro CNI bajaron del vehículo a la detenida y la recepcionaron en la paquetería del cuartel. Cuando la joven ya estaba en los calabozos, Sanhueza caminó entre los pasillos de Borgoño para informarle al capitán Krantz Bauer, Jefe de la Unidad de Asuntos Generales de la CNI, que ya se había cumplido la orden y que todo había salido “sin novedad. La persona estaba sana y sin problemas”58.
Krantz Bauer Donoso era el encargado de neutralizar al FPMR y a todo el que significara un peligro para la dictadura de Pinochet. Fue él quien le reveló a Álvaro Corbalán en junio de 1987 que habían muchos extremistas rondando en la capital.
¾ Llegué a tener una información de aproximadamente 500 componentes profesionales del Frente Patriótico Manuel Rodríguez en Santiago lo que estimé era mucha gente y que ese movimiento nos podían indicar la preparación para una
actividad del Frente que podía ser de graves consecuencias para el país, por lo
57 Vocativo con el que en reiteradas ocasiones los agentes imputados se referían a las detenidas en sus declaraciones.
58 Declaración de Luis Arturo Sanhueza Ros, agente CNI que participó en detención de Esther Cabrera Hinojosa. Prueba Testimonial Rol Nº 39.122. Santiago, 13 de abril de 2004. Proveyó Hugo Dolmestch Urra, Ministro en Visita Extraordinaria. Expediente Operación Caso Albania disponible en Archivos y Documentos de la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas, FASIC.
que correspondía para evitar cualquier problema dar cuenta al Comandante de la
División¾59, confesó con posterioridad Bauer.
Ese fue el antecedente que la CNI necesitó. Desesperada por anular a los frentistas y encontrar culpables del atentado al general comenzó a preparar el gran operativo de inteligencia que denominó internamente Operación Albania. En esos años Albania era el país de Europa oriental con el gobierno comunista más ortodoxo, era también el más impenetrable. La CNI y el régimen querían dar un golpe que dejara en el suelo al Frente. Por eso el director Nacional de Informaciones, Hugo Salas Wenzel, solicitó el mismo lunes 15 de junio al fiscal Luis Acevedo de la Tercera Fiscalía Militar de Santiago una orden amplia de investigar con facultades de detención y allanamiento.
Todos estaban en conocimiento de lo que sucedería, incluso esa mañana mientras Álvaro Corbalán e Iván Belarmino Quiroz, uno de sus subalternos, se reunían para ultimar detalles del proceso que ya se efectuaba en las calles, el director de la CNI se comunicaba directamente con Augusto Pinochet para contarle cómo iban las cosas. En los pasillos ya se escuchaba que el asunto era serio, no de cabros chicos.
Y así se iban cumpliendo las órdenes. El agente Luis Arturo Sanhueza Ros que recién había dejado en los calabozos a Esther y le había comunicado a Krantz
Bauer que todo marchaba bien, se quedó junto a otros agentes en el cuartel
59 Declaración de Krantz Bauer Donoso, agente CNI. Reportaje de Televisión Contacto, conducido por
Mercedes Ducci, investigación de Claudio Mendoza. Santiago, Chile: Canal 13, 2003.
Borgoño hasta que le avisaron por radio que necesitaban apoyo en otra detención. Tras cumplir el mandato, se relajaron y partieron al restaurante típico que frecuentaban en calle Vivaceta: El Pollo Caballo.
Al momento de su detención Esther Cabrera Hinojosa estaba cesante, había salido hace un par de años de cuarto medio y había dado dos veces la PAA. Después de varios ir y venir, de la muerte de su madre y de su viaje junto a su familia a Venezuela, asistía a un curso en un instituto de inglés para viajar a Los Angeles, California, donde tenía familiares. Tenía planes para continuar con sus estudios superiores en el extranjero, pero los CNI soltaron a la muerte en su cara y todo se truncó.
Según lo declarado, su familia no sabía de su trabajo como rodriguista. En abril de
1986 fue detenida en la calle por su presunta participación en el asalto y la quema de una micro. No encontraron pruebas suficientes y su defensa, liderada por el abogado Camilo Marks de la Vicaría de la Solidaridad, logró sacarla de la cárcel de mujeres en libertad bajo fianza cuatro meses después con firma mensual. Su padre, Adrián Cabrera, también había sido detenido en 1986. A él lo soltaron el 11 de junio del ‘87, cuatro días antes que secuestraran y mataran violentamente a su hija.
Nacida en Chuquicamata, a la Chichi le gustaban las organizaciones sociales, el campo, la música y la poesía. También fumarse un cigarro y caminar las calles de la ciudad con su amiga Graciela, la Chela, a quien en 1985 un par de suecos la convencieron para grabar un documental sobre su vida. Viajaron a Chile, a La
Legua y registraron todo: las protestas, las formas de organización, la represión, la rabia, injusticia, pero también los sueños y amores.
En el documental se ve a la Chela y la Chichi conversando de la vida y el amor bajo dictadura. Es el único registro que hay de Esther, todo lo demás desapareció tras su muerte. La CNI allanó su casa y se llevó cada recuerdo de la joven. Sus cuadernos, poemas, cartas, ropa, sus fotografías, se llevaron su vida y en parte su memoria.
En la cinta se escucha a la Chichi:
¾ Me da miedo establecer una relación, así tan formal porque en estos tiempos no se puede hacer nada. No se puede realmente pensar, hay que soñar como en lo que tú quieres no más¾.
A la que le respondían:
¾Si te poní a esperar que caiga Pinochet para formar una familia, tener pareja, hijos, como que igual pueden pasar hartos años¾60.
Pero la Chichi no vio como cayó el general, como corrió solo y llegó segundo, no vio las celebraciones del triunfo del “No”. Encerrada en el cuartel Borgoño en la comuna de Independencia esperó su suerte y aguantó torturas junto a los otros frentistas que habían sido detenidos durante el día: el estudiante de Ciencias
Químicas de la Universidad de Chile, Ricardo Silva; el primer hombre de
60 PALMGREN, Lars. Chela: sobre sueños, amores y lucha en Chile. [Documental]. Suecia, 1986.
Concepción que viajaba desde Lota, Ricardo Rivera y el jefe de la Operación Siglo
XX, José Joaquín Valenzuela Levi.
Un mes antes de su detención, Esther se sentó junto a su hermana Ruth y le planteó seriamente la posibilidad de cambiar de identidad, de ciudad, de aspecto y de vida. La Chichi pensó en sumergirse en la clandestinidad y desaparecer por completo de la dictadura, pero sus convicciones le dijeron que no. Decidió continuar su trabajo político, teniendo plena conciencia de los riesgos que implicaba participar en las actividades que organizaba el Frente Patriótico Manuel Rodríguez.
El cóndor quiere carne
La operación seguía y para alentar a sus subalternos, Álvaro Corbalán vociferaba con euforia en el cuartel Borgoño:
¾¡El cóndor quiere carne! ¾.
Bajo esa consigna, un grupo de agentes salía a dar el nuevo golpe.
Pasadas las 18.00 horas del lunes 15 de junio, seis horas después del asesinato de Recaredo Ignacio Valenzuela Pohorecky en calle Alhué en Las Condes, otro importante hombre del Frente Patriótico Manuel Rodríguez era atrapado por la CNI. Patricio Ricardo Acosta Castro tenía 29 años y los agentes lo habían bautizado como Jirafales por su notoria altura: Patricio medía 1, 83 cm.
Habían pasado varios días desde que la calle en la que vivía Patricio era vigilada por sujetos sospechosos. Iban y venían en sus autos, rodeaban la manzana y patrullaban el sector. Los vecinos de calle Varas Mena en la comuna de San Miguel ya se habían dado cuenta de los movimientos y asustados llamaron a carabineros porque habían visto en reiteradas ocasiones un auto blanco sin patente dando vueltas por el lugar.
Esa tarde Patricio paseaba con su hijo Sebastián de 6 años, junto a él se detuvo en un kiosco, compró unos cuchuflí y se fue a la casa de una conocida. En el lugar dejó a su pequeño encargado. Junto a un amigo regresó a la casa en la que vivía
con su madre, se bajó de la micro en el paradero 14 de Santa Rosa y vio cruzar a su compañero a la bomba de bencina porque necesitaba cambiar plata.
El Pacho como le decían sus cercanos, había llegado hacía poco de Cuba. Sus vecinos declararon que solían verlo solo y que lo único que sabían de él era que tenía un hijo y que era profesor. Al morir dejó huérfano a Sebastián, la madre del niño fue asesinada horas más tarde durante la misma Operación Albania.
Patricio ingresó a la Universidad de Santiago a estudiar ingeniería en calefacción, refrigeración y aire acondicionado. En clases de dibujo, una de sus favoritas, se concentraba silbando sutilmente canciones de Silvio Rodríguez y de Los Jaivas, en los ratos libres jugaba pin pon y dedicaba gran parte de su tiempo a Patricia Angélica Quiroz, la madre de su hijo. A pesar de su juventud, el Pacho tomó muy seriamente la paternidad, esperó ansioso a su pequeño y se inquietó cada vez que la mamá tuvo una contracción61.
Conocido al interior del Frente por su excelente y pausada oratoria, Patricio participaba frecuentemente en los festivales universitarios que organizaba la Agrupación Universitaria en el Teatro Caupolicán. Se caracterizaba por su nivel de instrucción y por nunca hablar de más.
La versión que dio la CNI y la que los medios oficiales hicieron eco y publicaron en sus páginas tras la muerte decía que Patricio Acosta, “extremista del Frente
Patriótico Manuel Rodríguez”, había fallecido en un duro enfrentamiento. Según
61 Aguilera, Oscar. Operación Albania…Sangre de Corpus Christi. Sin editorial. Santiago, Chile. 1996.
informó la Central Nacional de Informaciones un vehículo con personal de seguridad seguía la pista a tres sospechosos, dos de los cuales lograron eludir el cerco. Un tercero enfrentó a los funcionarios con una pistola Browing calibre 9, disparó varias veces a los ocupantes del vehículo, logró huir, pero fue alcanzado y se produjo el intercambio de disparos que le ocasionaron la muerte62. Se referían a Acosta. Pero los medios no se quedaban ahí, sin pudor de verificar información el diario La Cuarta titulaba al día siguiente: “A balazos calientan a extremistas” 63.
La información manipulada por la policía secreta de Pinochet ocultaba lo que los vecinos vieron, lo que realmente sucedió. Patricio Acosta regresaba a su casa ubicada en Varas Mena 630, casi en la esquina que intersecta con el Pasaje Dos en Villa Austral en la comuna de San Miguel cuando los “chanchos” comenzaron a seguirlo. Juan Jorquera lo seguía a pie, avanzó tras él hasta Santa Rosa mientras el resto de los agentes esperaban en la camioneta doble cabina Subarú, en los dos taxis marca Datsun y en otro auto blanco del mismo modelo.
Juan Jorquera se detuvo, pensó en seguir la orden que le habían encomendado y detener a Jirafales, pero no se atrevió a caerle encima. El Pacho era demasiado maceteado para que sólo una persona lo redujera. En sentido contrario a Patricio
Acosta y al agente Jorquera caminaba el Capitán Francisco Zúñiga con otros CNI.
62 “4 extremistas mueren a tiros en enfrentamientos” Diario La Tercera. Santiago, Chile. Portada. 16 de junio, 1987.
63 “A balazos calientan a extremistas: 4 muertos” Diario La Cuarta. Santiago, Chile. Portada. 16 de junio,
1987.
Sin aviso y a siete metros de distancia Zúñiga le disparó sin remordimiento al
Pacho.
Según testimonios de vecinos que vieron la terrible escena, la víctima cayó arrodillada, entonces lo rodearon alrededor de ocho sujetos y al reducirlo, lo acribillaron. Patricio murió de seis disparos, uno de ellos en la cabeza. Mientras los sujetos lanzaban tiros al aire para dispersar a los vecinos, otro seguía disparando al cuerpo sin vida de Patricio. Una vez muerto, un agente de la CNI le puso en sus manos un revólver y un gorro pasamontañas, en esa posición lo filmaron y le sacaron varias fotografías para incriminarlo. Antes de eso uno de los líderes de la operación gritó:
¾ ¡Ahuyenten a la gente! Disparen al aire, no dejen que nadie se acerque hueón ¾.
El germen de la Operación Albania se origina por la preocupación de los aparatos de seguridad chilenos tras el atentado contra Augusto Pinochet y avanza gracias al trabajo cada vez más consistente de seguimiento que había localizado a buena parte de la plana mayor del FPMR en Santiago, hacia comienzos de 1987. En junio de ese mismo año la Dirección Nacional del FPMR había fijado una importante reunión de sus máximos líderes. Era la oportunidad que esperaba la CNI para atrapar a la mayor cantidad de líderes del Frente de una sola vez.
Gran parte de los datos de la CNI llegaban gracias a la información obtenida tras los fracasos de la internación de armas de Carrizal Bajo y el atentado a Augusto Pinochet en el Cajón del Maipo, ocurridas meses antes, operaciones en las que decenas de frentistas y militantes del Partido Comunista de Chile (PCCh) cayeron detenidos.
Gracias a este trabajo de inteligencia, la CNI tuvo claridad respecto de las personas que debían ser detenidas y, eventualmente, abatidas, iniciando a principios de 1987 una exhaustiva ronda de seguimientos y puntos fijos sobre importantes miembros del FPMR.
Uno de los logros más importantes de esta labor fue la identificación de José Joaquín Valenzuela Levi, quien con el nombre de «Ernesto» comandó el fallido atentado a Pinochet.En los ficheros de la CNI, Valenzuela era llamado «Rapa Nui», debido a que fue visto por primera vez saliendo de una vivienda en una calle con ese nombre. Por su parte, Ignacio Recaredo Valenzuela era «Chaqueta de cuero», por la vestimenta que usaba al momento de su primera detección.
Álvaro Corbalán, jefe del estamento operativo de la CNI obtuvo del entonces director de la institución, el general Hugo Salas Wenzel, la orden para que efectivos de todas las brigadas a su cargo procedieran, apoyados por la Unidad Antiterrorista del Ejército y por funcionarios de Investigaciones. De acuerdo con la confesión posterior de Corbalán, la orden de Salas Wenzel implicaba acabar con la vida de todos los frentistas que fueran detenidos.1 Es decir, «reventar» definitivamente al FPMR, según la jerga de esos días.
Según consta en el primer documento de los 30 tomos del expediente, el mismo 15 de junio el fiscal militar Luis Acevedo había autorizado todas las detenciones y allanamientos.
La Muerte de Ignacio Valenzuela
Ignacio Recaredo Valenzuela Pohorecky era seguido desde marzo de 1987. Era un destacado ingeniero y académico, en la vida pública. En la privada era uno de los seis más altos oficiales del Frente, para esa época. Reconocido por su arrojo, la CNI sabía que había participado en el asalto a una armería y se había enfrentado a funcionarios de seguridad en varias ocasiones.
El 15 de junio de 1987 la CNI ya esperaba afuera de su casa, en la remodelación San Borja, desde cerca de las 6 de la mañana. Luego de abandonar su domicilio Valenzuela fue seguido durante horas, hasta que alrededor del mediodía fue finalmente abatido en la calle Alhué, de la comuna de Las Condes, por disparos de agentes de la CNI efectuados desde un furgón a unos 25 metros de distancia. Recibió tres impactos, uno de ellos en el tórax, que le resultó mortal; otro en el glúteo y el tercero en el pie. Además, un árbol tras el que se refugió registró cuatro impactos y la casa por donde él iba pasando también sufrió balazos. Valenzuela estaba a escasos 30 metros de la casa de su madre, cuando fue interceptado, según el relato judicial de René Valdovinos, uno de los agentes de la CNI que actuó en ese operativo.
«Lo teníamos rodeado y estábamos armados. Honestamente pensé que se iba a rendir frente a esa desventaja en que se encontraba, lo que no hizo y al contrario, tomó la pistola con la intención de repeler la detención y por lo tanto todos disparamos en su contra y varios disparos a la vez, cayendo éste al suelo»
René Valdovinos, Agente de la CNI
La CNI informó en su momento que Valenzuela portaba una pistola y una granada. Pero los testigos afirmaron que no iba armado y que solo atinó a darse vuelta, por lo cual le dispararon en un glúteo y en un pie. Los testigos señalaron que minutos antes de los hechos fueron advertidos de que iban a producirse disparos y que debían alejarse del lugar.
El 9 de noviembre de 2000, el ex agente de la CNI Manuel Morales Acevedo agregó un nuevo antecedente que fue crucial para entender lo que realmente ocurrió.
«Si bien la misión era detener a este sujeto, el intentó sacar un arma, la tomó y hubo que disparar en su contra y el arma efectivamente la portaba el sujeto, sin perjuicio que para darle mayor efectividad se le cargó, colocándole entre sus ropas una granada »
Manuel Morales, Agente de la CNI
La Muerte de Patricio Acosta
Ese mismo 15 de junio, seis horas más tarde, otro numeroso grupo de agentes copó el lado poniente de la calle Varas Mena, en San Joaquín. Los agentes acechaban a «Jirafales», como le decían por su altura a Patricio Acosta Castro, un importante oficial del FPMR. Según los numerosos testimonios disponibles en el expediente judicial, ese día la mencionada calle estaba siendo vigilada por sujetos que se desplazaban en automóviles, algo que los vecinos habían notado que sucedía desde hacía una semana.
Esa tarde, Acosta salió de su casa cerca de las 18.00. Ya era férreamente seguido. Los vecinos declararon que solían verlo solo, y que lo único que sabían de él era que tenía un hijo y era profesor. De lo que vino después todos los agentes, casi sin excepción, inculpan al agente de la CNI.
«Alrededor de las 18:00 a 19:00 salió de esa casa un individuo alto, de bigotes y que por las características físicas correspondía el sujeto a quien se buscaba, por lo que lo seguí hasta Santa Rosa, desde donde éste se devolvió hacia la casa y lo seguí a pie. Se me ordenó detenerlo, pero yo no podía hacer esa detención solo, por la gran contextura física del sujeto. Es del caso que, mientras lo seguía, a cierta distancia observé que en sentido contrario venía el capitán Zúñiga con otros agentes, por lo que pensé que ellos iban a proceder a la detención. Sin embargo, en un momento dado y cuando el sujeto se encontraba más o menos a unos cinco metros de distancia de mi, el capitán Zúñiga le disparó de improviso a unos siete metros de distancia y éste cayo al suelo. Luego sentí dos disparos y me di cuenta que allí se había cometido una embarrada»
Juan Jorquera, Agente de la CNI
Según testimonios de testigos, la víctima cayó arrodillada. Entonces lo rodearon alrededor de ocho sujetos, entre ellos Zuñiga. Ya reducido, en vez de ser llevado a un centro asistencial, Acosta fue acribillado.[] El propio Zuñiga le disparó en la cabeza, mientras otro lo remató con una ráfaga de metralleta. Una vez muerto, un agente de la CNI le puso en sus manos un revólver y un gorro pasamontañas. En esa posición lo filmaron y le sacaron varias fotografías. Esta versión, de que Zuñiga le disparó cuando ya estaba muerto, fue confirmada por al menos tres agentes de la CNI, entre ellos quién era su subalterno, Jorge Vargas Bories.
Las muertes de Calle Varas Mena
Esa misma noche, agentes de la policía civil llegaron hasta el inmueble de calle Varas Mena 417, uno de los varios que a las 23.00 de esa noche la CNI decidió allanar. Allí se produjo el primer y único enfrentamiento reconocido por todos.
En el interior de la vivienda, que era utilizada como casa de seguridad y centro de instrucción, había cerca de una docena de combatientes del FPMR. Quien hacía las veces de dueña de casa era Cecilia Valdés, que estaba acompañada de su hijo, de dos años. La supuesta pareja de Cecilia era el oficial del Frente Juan Waldemar Henríquez. Esa noche dentro de la casa ya se sabía de la muerte de Ignacio Recaredo Valenzuela y, más aún, de Patricio Acosta a pocas cuadras del lugar.
Cerca de la medianoche la casa fue finalmente copada por los agentes de la CNI, dando lugar a un intenso tiroteo entre las fuerzas de seguridad y los dos frentistas que cubrieron la retirada de sus compañeros desde el interior, Juan Waldemar Henríquez y Wilson Henríquez Gallegos.
Paralelamente una decena de rodriguistas escapaba en medio de la balacera. Desde los techos de la casa los dos frentistas encargados de la cobertura del grupo respondían el ataque policial con sus armas. En un momento dado la techumbre cedió y Juan Waldemar Henríquez, ingeniero de 28 años, cayó herido al interior de una vivienda vecina. Luego ingresaron los policías al inmueble encontrándolo tendido en el piso, y a esas alturas sin ofrecer resistencia. Sin embargo, fue rematado por ráfagas de disparos en el mismo lugar. Algunos testigos señalaron que Henríquez se había rendido y que estaba con los brazos en alto cuando fue ultimado.
Con la muerte de Juan Waldemar Henríquez, no se acabaron las escaramuzas. En el caso de su compañero Wilson Henríquez, este fue rodeado por agentes de la CNI, en el patio de otra casa, donde se había refugiado. En breves momentos fue apresado, golpeado, y luego fusilado, registrando su cuerpo, según el protocolo de autopsia, 21 orificios de bala.
Entre los que escaparon por los techos de las casas vecinas, para luego ser capturados, se encontraban Cecilia Valdés, Santiago Montenegro y Héctor Figueroa. Este último era intensamente buscado por su participación en el atentado a Augusto Pinochet en 1986.
La muerte de Julio Guerra Olivares
Casi simultáneamente a los sucesos de Varas Mena, otro centenar de agentes y policías, rodeó el dúplex 213, del block 33 de la Villa Olímpica, en Ñuñoa. Allí Julio Guerra Olivares, conocido al interior del FPMR como «Guido», arrendaba una pieza a Sonia Hinojosa. Estaba clandestino desde su participación como fusilero en el atentado a Augusto Pinochet, en septiembre de 1986.
Eran alrededor de las 00:00 y el agente de la CNI Iván Cifuentes procedió a forzar la puerta del departamento. El oficial de la CNI decidió lanzar al interior del dúplex una bomba lacrimógena militar. Mientras esperaban a que Guerra saliera, llegó otro equipo de seguridad. Acto seguido el agente Fernando Burgos, valiéndose de una máscara antigás, llegó hasta el baño del segundo piso donde Guerra se encontraba refugiado. El frentista fue inmediatamente abatido por cuatro disparos del agente. Posteriormente el cuerpo fue rematado por otro agente y dejado en el borde de una escalera.
La autopsia de Julio Guerra demostró que tenía disparos a corta distancia, siempre de arriba hacia abajo y de atrás hacia adelante. Dos de ellos en los ojos. Además se comprobó que el frentista no estaba armado.
Las muertes de Calle Pedro Donoso
El último capítulo de la Operación Albania se escribió en un abandonado inmueble de la calle Pedro Donoso, en la comuna de Recoleta. Esa noche aún faltaba decidir el destino de siete frentistas que aguardaban detenidos en el cuartel de calle Borgoño. Álvaro Corbalán, declaró en el expediente del caso que le pidió instrucciones al director de la CNI, general Hugo Salas Wenzel, de qué hacer con los detenidos.
«Y se me comunica por parte del general Salas Wenzel que no cabía posibilidades con respecto de aquellos que resultaron ser importantes dentro del Frente y por lo tanto había que eliminarlos »
Alvaro Corbalán
En los calabozos de Borgoño estaban quiénes eran considerados importantes al interior del FPMR como José Joaquín Valenzuela Levi, el “comandante Ernesto” y Esther Cabrera Hinojosa. Pero también se encontraban Ricardo Rivera Silva, Ricardo Silva Soto, Manuel Valencia Calderón, Elizabeth Escobar Mondaca y Patricia Quiroz Nilo, dirigentes que no tenían gran relevancia para los agentes. Todos habían sido detenidos en las horas previas. Según el expediente judicial, Alvaro Corbalán le ordenó al agente Iván Quiroz que eligiera a cinco oficiales para que se hicieran responsables de juntar a su gente para llevar a cabo la eliminación de los siete detenidos.
La madrugada del 16 de junio de 1987, los detenidos fueron trasladados en caravana a la casa deshabitada de calle Pedro Donoso 582, que la CNI ya tenía identificada. El mayor Alvaro Corbalán había encargado al capitán Francisco Zúñiga elegir el lugar donde los frentistas serían acribillados. Luego de meditarlo, el oficial optó por el inmueble deshabitado del cual la CNI sospechaba que en ocasiones funcionaba como una casa de seguridad frentista.
Según versiones de vecinos de la casa de calle Pedro Donoso las personas que esa noche llegaron detenidas estaban descalzas, con los brazos atados atrás de la espalda, amarrados y con la vista vendada. El sargento Ivan Quiroz y el capitán Francisco Zúñiga fueron encomendados para designar a parejas de oficiales que ejecutarían a cada uno de los siete frentistas detenidos.
La misma CNI calculó que esa noche había cerca de un centenar de agentes, carabineros y detectives dentro y fuera de la casa. La orden para que los efectivos asignados a cada víctima percutieran sus armas se dio lanzando un ladrillo al techo, mientras el resto de los agentes disparó al aire y gritó para dar a los vecinos la idea de un enfrentamiento. Alrededor de las 5:30 h, los siete frentistas fueron acribillados. Después, según varios agentes, entró en acción el capitán Francisco Zúñiga, quien procedió a rematar a cada una de las víctimas.
En el primer dormitorio quedaron los cuerpos de Ricardo Rivera Silva, con cinco impactos recibidos a mediana distancia, y de José Joaquín Valenzuela Levi, con 16, efectuados a corta distancia. En el primer pasillo fue muerto Manuel Valencia Calderón, con 14 disparos hechos desde unos tres metros, en ráfaga. Del informe balístico y de la autopsia se concluye que fue colocado al final de este pasillo, donde había una puerta abierta, y fusilado.
El cuerpo de Ester Cabrera Hinojosa, con cinco impactos de bala, fue encontrado en el interior de la cocina. En ese lugar no hay huellas de disparos. Del análisis de los peritajes se concluye que la víctima fue fusilada en un pasillo lateral y que, posteriormente, su cuerpo fue dejado en la cocina.
El cuerpo de Ricardo Silva Soto presentaba 10 impactos de bala. De acuerdo con los informes periciales, fue baleado dentro del segundo dormitorio y rematado en el suelo, según revelan varios impactos en el piso de la pieza. Un detalle significativo de que no hubo enfrentamientos es el hecho de que Ricardo Silva presentaba heridas de bala en las palmas de sus dos manos, en un intento instintivo de protegerse, desde el suelo, de las balas con que finalmente lo mataron.
Muy cerca del cuerpo de Ricardo Silva fue encontrado el de Elizabeth Escobar Mondaca, con 13 impactos de bala, 10 de los cuales fueron efectuados a muy corta distancia, según la autopsia. La joven, igual que Ricardo Silva, fue baleada primero dentro del segundo dormitorio y, posteriormente, rematada a menos de un metro de distancia, con varias ráfagas, contra un muro de una habitación deshabitada. El cuerpo de Patricia Quiroz Nilo apareció al fondo del extenso pasillo interior de la casa de Pedro Donoso y presentaba 11 impactos de bala.
Un policía que estuvo en todos los lugares donde murieron las personas en la Operación Albania, declaró en el proceso que todos los sitios del suceso estaban profundamente alterados y que al llegar a ellos los impactos de bala en los muros habían sido removidos. También declaró que «todas las armas de las víctimas estaban colocadas en la mano izquierda».
Fallo Judicial
Estos hechos fueron investigados en el proceso judicial rol No. 39.122-87.
El 28 de enero de 2005 el ministro en visita Hugo Dolmestch condenó en primera instancia a cadena perpetua al ex director de la CNI Hugo Salas Wenzel, por los asesinatos cometidos en el marco de la llamada Operación Albania. Asimismo, sentenció a quince años de prisión al ex jefe operativo de ese disuelto organismo Álvaro Corbalán, y a diez años al ex oficial de Carabineros Iván Quiroz, quien fue pieza clave de esta operación.1 Este último permaneció prófugo de la justicia desde el momento de conocerse el fallo de última instancia, en septiembre de 2007, siendo apresado por la policía el día 23 de enero de 2008 en Concepción, e ingresado al día siguiente en la Cárcel de Punta Peuco.23
En el fallo dictado por el ministro en visita se señaló que Salas Wenzel fue condenado a la pena de presidio perpetuo como co-autor de los delitos de homicidio simple de los doce frentistas muertos en junio de 1987.
Tu comentario es parte de nuestro artículo.Gracias.