Enfrentamientos en las afueras del homenaje a Pinochet – Terra Chile
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Enfrentamientos en las afueras del homenaje a Pinochet – Terra Chile
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Autor:Patricio Olavarria *
Fecha:28/06/2012
El próximo año se cumplirán cuatro décadas del golpe de Estado y pareciera, entre otras cosas, que el debate en torno a la memoria ya comienza a sacar chispas. Por un lado, están quienes justifican el“pronunciamiento militar” de 1973 y sus secuelas, y por otra, quienes lo repudian como una acción inmoral que dejó miles de muertos y víctimas.
Ahora la polémica que está en la palestra es en torno a una serie de cartas que ha publicado El Mercuriosobre el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos(1), obra que fue concebida bajo la administración deMichelle Bachelet y que deja de manifiesto las diferentes visiones que existen en Chile sobre los Derechos Humanos, y la interpretación de los acontecimientos que afectaron al país durante la dictadura militar.
Magdalena Krebs (1)(2), Directora de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Dibam expone en una carta que el Museo debiera contribuir a la armonía en la sociedad, y que sería valioso que los visitantes comprendieran cuales fueron los factores que habrían llevado al colapso de la democracia, como por ejemplo la violencia imperante. Luego en otra carta dice no justificar las violaciones a los DD.HH. y sólo plantea que los museos deben estar abiertos a la reflexión.
Por su parte, en una carta en el mismo medio se plantea que la creación del Museo de la Memoria es un disparate, y Sergio Villalobos afirma que se trataría de un intento por falsificar la historia, en cuanto sería un acontecimiento singular, separado del resto de nuestro relato, y por lo mismo incomprensible.
¿Incomprensible? No deja de llamar la atención la particular afirmación del Sr. Villalobos que muy bien debe saber que en la historia de los últimos años quien triunfó, por escrutinio popular en 1989, le guste o no, bien o mal, que es otro tema, fue la democracia y no la dictadura del general Pinochet que bien sabemos tenía planes para eternizarse en el poder. Por lo mismo, es importante que tanto la señora Krebs como el señor Villalobos entiendan bien que el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, no es un capricho de un grupo de personas que profitan del pasado, muy por el contrario, se trata de un proyecto democrático que es el resultado de las políticas de restauración y reconciliación de este país, que tienen como misión dar a conocer las violaciones a los DD.HH. que se contabilizan en 40 mil víctimas de prisión política, tortura, ejecuciones, y desaparición forzosa.
Estamos hablando de un museo de víctimas, no de victimarios, que lo que hace es profundizar justamente una reflexión en torno a nuestro pasado, que es parte de nuestro testimonio como proyecto de reparación histórica.
Hay que necesariamente sumar al debate el documental sobre Pinochet que fue exhibido hace algunos días en el Teatro Caupolicán(1) que dio cabida a una serie de rencillas político mediáticas, y a un pugilato en las calles mal sano y degradante a estas alturas del partido, como también las trasnochadas confesiones del Ministro Andrés Chadwick, y del ex Presidente Aylwin que abren una brecha no menor en la discusión. Aylwin pone en el tapete la tesis de la crisis institucional por la que atravesaba Salvador Allende(1) que habría dado origen al golpe, y el Ministro vocero de gobierno reafirma por medio de su arrepentimiento, culposamente claro está, la postura ideológica de la UDI en pos de la salvación del país haciendo vista gorda de las violaciones a los derechos humanos.
Tanto Chadwik como Aylwin saben muy bien, por mucho que busquen responsables en desuso, que en Chile existió una dictadura brutal y despiadada. Después de la guerra todos son generales ¿o no?
Si bien el pinochetismo hoy es un movimiento que siguen viejos militares obsoletos, señoras fanáticas, ex damas de no sé qué, y uno que otro personaje marginal, no deja de ser cierto que parte importante de las autoridades que hoy gobiernan, quienes fueron sus más férreos adherentes y defensores, hoy también se desmarcan de su pasado y se reciclaron en la escena democrática con una soltura de cuerpo asombrosa.
Que la señora Krebs afirme que el Museo de la Memoria deba explicar los hechos dieron cabida al golpe de Estado del ’73 es una artimaña ridícula. Sería como explicar porque Stalin ejecutó a miles de personas, los incomprensibles hechos que motivaron a la Alemania nazi a organizar los campos de concentración, o las matanzas en Ruanda. Es fundamental que la directora de la Dibam se sacuda de su relativismo moral puesto que sencillamente es peligroso. Es importante que se conozca la historia como ella plantea, pero el Museo habla por sí solo. No hay nada que explicar ni justificar, y eso es valedero para cualquier parte.
El debate debe ser más amplio, y sería importante y recomendable que a través de la función educativa pudiéramos aproximarnos a conocer experiencias como las del futuro Museo 9/11 que recordará a las víctimas del atentado a las Torres Gemelas en Nueva York, o el Museo del Holocausto en Alemania para entender que más allá de un contexto histórico, no hay nada que puede justificar la incomprensible violación a los derechos humanos en donde no se discuten procesos, ni se analizan necesariamente épocas.
Finalmente hay que ser claro en que el Museo de la Memoria no es una apología a la Unidad Popular, como tampoco es un hecho aislado como pretende encasillarlo el señor Villalobos. El Museo simplemente es un espacio para abrir la reflexión y hacerse preguntas necesarias, como también para darse la oportunidad de decir “Nunca más” y ver que las víctimas más allá de su condición, ideología o pensamiento fueron víctimas sin juicios justos que tal como lo afirma un titular del diario La Segunda de la época, fueron perseguidos y acribillados como “ratas” ¿Qué tal?
José Miguel Carrera
especial para G80
El triunfo sandinista. 19 de julio de 1979
Cuando amaneció el 18 de julio de 1979 en el Frente Sur de Nicaragua, no se escuchaba ningún ruido que no fueran los propios de la naturaleza, que en ese país centroamericano es esplendorosa. Pájaros de todos colores trinando, vegetación intensamente verde, perenne. Clima Impresionante, sobre todo para nosotros habitantes del fin del mundo. No se sentía el ruido de guerra. Estábamos sorprendidos y muy alertas.
Era un silencio extraño: la artillería y los morteros enemigos habían cesado su martillar diario. La aviación no nos acosaba con sus bombas y metralletas como lo hacía desde que había llegado a la zona de guerra. Los cañonazos que eran el pan de cada día, esa mañana no se escuchaban. Tampoco se observaba movimiento enemigo en sus trincheras y no éramos blancos de los disparos de los soldados de la guardia somocista, ni de sus francotiradores.
A través de un radio portátil que nos servía de escucha, nos enteramos de la huida del dictador Anastasio Somoza a Estados Unidos el día anterior. Al anunciar su renuncia, dejó a uno de los suyos como presidente del país – “un tal Urcuyo”, como le decían los propios nicaragüenses, que no alcanzó a durar un par de días en el poder.
Los chilenos, en un grupo mayor a medio centenar, estábamos desplegados en combate en diferentes puntos del territorio liberado por los sandinistas y mantenido también por nuestro esfuerzo. La sangre chilena ya abonaba esa tierra y la añorada libertad del pueblo heroico de Sandino. Intuíamos que algo pasaba ese día de julio en la guerra a la que por solidaridad combatiente estábamos de lleno involucrados.
Era extraño lo que me sucedía. Echaba de menos la tensión que producía cada bombazo o la metralla potente de la aviación enemiga. Intuitivamente, persistíamos en caminar por las orillas de los caminos, protegidos por los árboles para evitar ser vistos por los aviones exploradores y los francotiradores. En esa aparente tranquilidad, era lógico colgarse el fusil FAL al hombro, pero lo seguíamos manteniendo en posición de alerta. Pero, poco a poco nos fuimos relajando.
Al día siguiente, 19 de julio, los guerrilleros nicaragüenses, como despertando de un letargo, comenzaron a disparar, pero no en dirección del enemigo, sino directamente al aire. Se alzaban sobre las trincheras, en la propia carretera Panamericana, o donde sea que se encontraran. Nos abrazaban y nos abrazábamos entre todos y gritaban: “¡Le ganamos al hijo de puta, se acabó la guerra compitas, ganamos!”, “¡Viva el FSLN!”. Gritaban sus famosas consignas de combate “La marcha hacia la victoria no se detiene”, “¡Patria Libre o Morir!”, “¡Patria o Muerte Venceremos!” Y mirándonos a nosotros, ¨los extranjeros¨, nos decían: “¡Chilenos, ahora nos vamos para El Salvador y después con ustedes para Chile!”
Era la victoria, algo que los revolucionarios y los pueblos conocen la mayoría de las veces por los libros. El triunfo, la libertad… palpaba la alegría que sólo habíamos visto en películas. Pasaban por mi mente imágenes que vi en las noticias de cuando los guerrilleros cubanos con Fidel a la cabeza de su extraordinario pueblo entraban a La Habana, o cuando el pueblo ruso expulsó a los alemanes del territorio soviético en su victoria contra el nazismo.
Los compas iban de lado a lado, relatando combates, prometiendo que volverían a encontrarse luego de que ubicaran a sus seres queridos. A algunos los envolvía el dolor, lloraban al recordar a los camaradas caídos. Era la hora del recuento, de los balances, de lo que habían perdido y lo que habían ganado. El triunfo nicaragüense tuvo sin lugar a dudas un alto costo para este querido pueblo.
En el Frente Sur, se comprobó que la Guardia Nacional que estaba en nuestro frente, había huido por la carretera a San Juan del Sur, en la costa del Pacífico. Luego se supo que en barcazas fueron trasladados hasta El Salvador. Comenzaron entonces los preparativos para cumplir la orden de la Comandancia del FSLN de partir hacia la capital, Managua. Los internacionalistas colaboraríamos en organizar las columnas de guerrilleros para la marcha. No teníamos idea cómo era la capital de Nicaragua. Habíamos peleado por la libertad de ese país sin conocerla. Sólo por el mapa sabíamos para dónde debíamos dirigirnos y la dirección que debíamos tomar. El norte era el camino.
Las fuerzas del Frente Sur habían crecido en combatientes, piezas de artillería y morteros, lanzacohetes, ametralladoras ligeras y pesadas y hasta una pieza de artillería anti aérea. Para la marcha había que asegurar la protección aérea y prever posibles emboscadas. No sabíamos de dónde podían venir los ataques enemigos y no teníamos la información completa de la situación de la Guardia luego de la huida de Somoza.
La misión era bien concreta: organizar correctamente la columna para la marcha. Los guerrilleros y el armamento de infantería y artillería debían ser distribuidos en los camiones y otro tipo de vehículos con que se contaba en esos momentos.
Muchos guerrilleros, incluyendo algunos jefes, no estaban muy interesados en llegar en formación a Managua, ni menos meterse en la columna de marcha. Estos muchachos querían partir inmediatamente a la capital. Muchos de estos combatientes, que para siempre pasaron a ser nuestros hermanos de sangre, partieron a Managua por su propia cuenta. Querían ser los primeros en llegar a la capital. Soñaban con volver a ver a sus padres y madres, seguramente los creían muertos y los andarían buscando desesperadamente en cada columna guerrillera que llegara a la capital.
Su urgencia era abrazar a sus amigos, llorar con ellos lágrimas de victoria, hablar de los héroes caídos. Intentar recuperar el tiempo y los besos perdidos de sus novias, o disfrutar de nuevo a sus hijos. El triunfo era todo eso para los nicaragüenses. Para ellos la guerra había terminado, y ahora querían volver a vivir o empezar a vivir de nuevo. Se habían ganado ese derecho. No querían más guerra. Nosotros los mirábamos, yo me decía: Pensar que nosotros estamos recién empezando. Los envidiaba sanamente.
Llegado el atardecer, con los compas que no pudimos ser parte de la columna, había tareas que cumplir todavía en el Frente Sur, nos agrupamos para hacer una gran fogata. Compartimos con ellos esa noche en vigilia. Se encontraban con nosotros varios guerrilleros que fueron designados como policías fronterizos. Estábamos atentos a cualquier rebrote de los somocistas.
Hermosa y linda se veía la noche con la gran llamarada de la fogata. Esa si era una verdadera llama de la libertad. Surgió espontáneamente el canto y no faltaron los que pidieron el “Venceremos” de la Unidad Popular chilena en medio de tantas lindas canciones nicaragüenses. Sus letras mostraban claramente la dura realidad de la lucha. Esta revolución enseñaba al pueblo a combatir con el canto.
Me alejé de la fogata, caminé al sitio donde estaban sepultados los cuerpos de algunos guerrilleros caídos en la guerra. Una de las tumbas tenía vainas de proyectiles de cañones a su alrededor como de adorno. El letrero en forma de cruz que la encabezaba tenía un nombre manuscrito muy familiar: “Gualberto”. El seudónimo que usaba el Teniente Artillero Days Huerta, chileno del puerto de Valparaíso. Me vino su imagen a la memoria. Había muerto en combate apenas unos días, lo enterramos con honores en un cajón de morteros.
Finalmente, las fuerzas del Frente Sur avanzaron hacia Managua. La Guardia Nacional colapsó después de la renuncia del General Anastasio Somoza, igual de criminal que Augusto Pinochet. El último cañonazo de la Guardia Nacional en nuestra zona de guerra se dio como a las cinco de la mañana del 19 de julio. Minutos después, una patrulla de exploración enviada a verificar las posiciones enemigas confirmó su retirada hacia San Juan de Sur. Las tropas sandinistas entraron victoriosas en la capital el 20 de julio de 1979, entre ellos, jóvenes militares chilenos.
El pueblo de Nicaragua y Frente Sandinista de Liberación Nacional, habían triunfado, el FSLN tenía un estratégica de lucha propia, sus combatientes y dirigentes se la jugaron por ella y ganaron.
Construyamos un Chile Digno
José Miguel Carrera
Santiago de Chile, julio de 2012
Relacionado
Carta de Javiera Parada
Cartas al Director de «El Mercurio».
Martes 26 de Junio de 2012
Señor Director:
La carta de la directora de la Dibam publicada en su diario plantea una visión que, desde mi perspectiva, vulnera un principio básico consensuado a nivel internacional: las violaciones a los DD.HH. no son ni pueden ser contextualizables.
Si utilizáramos la premisa de Magdalena Krebs, podríamos contextualizar también las masacres de Stalin, el Holocausto judío en la Alemania Nazi o el genocidio de Ruanda. El contexto o «los antecedentes» como plantea Krebs, podrían explicar, y por lo tanto ayudar a comprender y justificar, la tortura, los asesinatos masivos, los detenidos desaparecidos o cualquier otra forma de violencia contra grupos o personas que se aparten del ideario de quien viola derechos fundamentales.
Mi abuelo, Fernando Ortiz, secuestrado en diciembre de 1976 y desaparecido hasta hace pocos años, fue asesinado en el cuartel Simón Bolívar donde funcionó la Brigada Lautaro. Ahí fue sometido a torturas y golpes que le molieron, literalmente, los huesos. Fue dejado sufrir durante días en el suelo, hasta que murió, después de una lenta agonía. Mi familia recién estos días tiene el dictamen legal que certifica esto.
El secuestro, desde las puertas de mi colegio, y posterior degollamiento de mi padre, José Manuel Parada, son de público conocimiento.
«La violencia imperante», según plantea Krebs, sería el antecedente de estos crímenes y del resto de las violaciones a los derechos humanos cometidos en dictadura y sería, por tanto, causa o razón para la brutal violencia ejercida por agentes del Estado, de manera sistemática, a partir del 11 de septiembre de 1973.
De su carta se entiende que la tensión social previa al golpe de Estado, las tomas de fundos y fábricas, las colas, el desabastecimiento, el inexistente Plan Z, serían antecedentes a ser considerados en la muestra del Museo de la Memoria para explicar por qué se asesinó, violó, torturó, desapareció y exilió a miles de compatriotas luego del golpe.
Su argumento no sólo explicita un grave relativismo moral, sino que es profundamente peligroso. Con él podrían justificarse las mayores atrocidades, ya que los antecedentes previos a la violación de los derechos humanos permitirían explicarlos y eventualmente justificarlos.
No hay nada que justifique la violencia ejercida por el Estado de Chile en contra de ciudadanos inermes. Nada. Menos aún viniendo de agentes del Estado cuya responsabilidad es la mantención del orden público y no su alteración.
El Museo de la Memoria, como bien dice Krebs, tiene una función educativa y esa es justamente educar a las futuras generaciones respecto de lo que no debe ocurrir nunca más en Chile. Sin embargo, como pretende la directora de la Dibam, al considerar las razones o antecedentes de por qué se ejerció tal violencia, pierde su sentido pedagógico y relativiza acciones condenables, dando herramientas a algunos de sus visitantes para argumentar que tal vez esas acciones tenían razón de ser, considerando la situación que se vivía previo al golpe de 1973.
Como nieta, hija y sobrina de víctimas de violaciones a los DD.HH., pero sobre todo como ciudadana chilena, me resulta extraño y profundamente violento que una persona que ostenta un cargo público de tal responsabilidad, tenga a bien manifestar estas posturas justificacionistas que, en mi opinión, son un enorme retroceso en la construcción democrática.
JAVIERA PARADA
Entre 1974 y 1975, organismos de inteligencia del gobierno militar chileno llevaron a cabo la llamadaOperación Colombo.
Se trata de una operación secundada por la prensa escrita chilena y por otras dictaduras latinoamericanas que intentaron explicar la desaparición forzosa de 119 personas como el resultado de riñas internas o de enfrentamientos con la policía argentina.
La obra que estoy realizando busca plantear un camino alternativo a los espacios de memoria actuales, generalmente activados en edificios y memoriales. Aquí, en cambio, se busca hacer de las personas vivas un espacio de memoria. Que en cada persona participante se active el recuerdo de uno de los 119 desaparecidos.
Para eso estoy buscando 119 personas, de nacionalidad chilena, con iguales profesiones u ocupaciones de las 119 personas desaparecidas.
La obra final consistirá en una instalación con las fotografías de los nuevos 119, acompañada con una ficha donde se indique su nombre, su profesión y su fecha de nacimiento.
Muchas de estas profesiones u ocupaciones no existen en la actualidad, por lo que se busca el mayor grado de aproximación posible, o la actualización que cada uno pueda dar, y el grado de identificación que cada participante pueda tener con cada ocupación. Es importante respetar el sexo de la persona desaparecida, es decir, necesito de la participación de 100 hombres y 19 mujeres. Para facilitar la ubicación, en la lista que sigue las mujeres aparecen en color celeste. No es importante la edad del participante.
Para participar:
1. Enviar una fotografía actual, encuadre tipo carnet (lo importante es que se vea la cara), de la mayor resolución posible dentro de los recursos que se tienen a mano, a paula.arrieta@gmail.com
2. En el mail, indicar:
a) Nombre del detenido desaparecido a representar.
b) Nombre completo del participante (Primer y segundo nombre, primer y segundo apellido)
c) Fecha de nacimiento
d) Ocupación
Lista de desaparecidos (se irá actualizando diariamente con los nombres de los participantes)
Nombre y Apellidos | Actividad | Particpante | |
1 | Reyes González Agustín Eduardo | Artista-Artesano | Jorge Leonardo Villalobos Miranda |
2 | Cubillos Calvez Carlos Luis | Vendedor Ambulante | |
3 | Ziede Gómez Eduardo Humberto | Estudiante Sociología | |
4 | Fioraso Chau Albano Agustín | Profesor Castellano | Juan Pablo Bustamante |
5 | Espinoza Méndez Jorge Enrique | Estudiante Filosofía | |
6 | Villarroel Gangas Víctor Man | Obrero | |
7 | Acuña Castillo Miguel Ángel | Estudiante de pedagogía | |
8 | Garay Hermosilla Héctor Marci | Estudiante de pedagogía | |
9 | Toro Romero Enrique Segundo | Obrero | |
10 | Uribe Tamblay Barbara Gabriela | Secretaria | |
11 | Van Yurick Altamirano Edwin | Vendedor | |
12 | Buzzio Lorca Jaime Mauricio | Estudiante Técnico en Mantención mecánica UTE | |
13 | Alvarado Borgel María Inés | Secretaria | |
14 | Contreras González Abundio Alejandro | Carpintero | |
15 | Chacón Olivares Juan Rosendo | Medico Veterinario | Pablo Valdes Donoso |
16 | Elgüeta Pinto Martín | Estudiante Economía | |
17 | Lara Petrovich Eduardo Enrique | Mecánico Industrial | |
18 | Moreno Fuenzalida Germán Rodolfo | Estudiante Derecho | Vicente Aliaga Medina |
19 | Villagra Astudillo José Caupolicán | Obrero | |
20 | Quiñones Lembach Marcos Esteban | Empleado Publico del Servicio Nacional de Salud | |
21 | Reyes Pina Daniel Abraham | Peluquero | |
22 | Poblete Cordova Pedro Enrique | Obrero Metalúrgico | |
23 | Guajardo Zamorano Luis Julio | Estudiante Tec. Indus. Y ciclista. | |
24 | Muñoz Andrade Leopoldo | Egresado Esc.industrial | |
25 | González Pérez Rodolfo Valen | Servicio Militar Fach | |
26 | Ibarra Toledo Juan Ernesto | Estudiante Servicio Social | |
27 | Nuñez Espinoza Ramón Osvaldo | Estudiante UTE – tecnología | |
28 | Chavez Lobos Ismael Darío | Estudiante Facultad Cs. Jurídicas | Roberto Andrés Meléndez Tohá |
29 | Olivares Graindorge Jorge Alejandro | Jardinero | |
30 | Machuca Muñoz Zacarías Antonio | Técnico topógrafo | |
31 | Alarcon Jara Eduardo Enrique | Albañil | |
32 | Lazo Lazo Ofelio de la Cruz | Carpintero | |
33 | Chanfreau Oyarce Alfonso Rene | Estudiante Filosofía | Diego Joaquín Mellado Gómez |
34 | Montecinos Alfaro Sergio Sebastián | Sastre e Interventor | |
35 | Jorquera Encina Mauricio Edmundo | Estudiante Sociología | |
36 | Andreoli Bravo María Angélica | Estudiante de Nutrición y dietética. | |
37 | Dockendorff Navarrete Muriel | Estudiante Economía | |
38 | Espejo Gómez Rodolfo Alejandro | Estudiante Secundario | Joaquin Eduardo Soto Vargas |
39 | Gaete Farias Gregorio Antonio | Estudiante Secundario | |
40 | González Inostroza Galo Hernán | Empleado Particular | |
41 | González Inostroza María Elena | Profesora | Andrea Paz Vega Arancibia |
42 | Salcedo Morales Carlos Eladio | Comerciante. Estudiante Sociología | |
43 | Cabezas Quijada Antonio Sergio | Interventor. Ministerio de Economía. | |
44 | Arevalo Muñoz Víctor Daniel | Vendedor de Frutos | |
45 | Arias Vega Alberto Vladimir | Mecánico en Radiadores | |
46 | Tello Garrido Teobaldo Antonio | Fotógrafo Gab.Identificación | (Cristóbal Traslaviña) |
47 | Espinoza Pozo Modesto Segundo | Rondín | |
48 | Aguilera Peñaloza Stalin Artu | Maestro Pintor | |
49 | Maturana Pérez Juan Bautista | Comerciante | |
50 | Olmos Guzman Gary Nelson | Vendedor de zapatos | |
51 | Bravo Nuñez Francisco Javier | Mecánico de Automoviles | |
52 | Binfa Contreras Jacqueline | Asistente Social | Macarena Fritis Olea |
53 | Barría Araneda Antonio Arturo | Profesor de música | Ricardo Banda Gutiérrez |
54 | López Díaz Violeta del Carmen | Secretaria | Aurora del Rosario Sayes Ibañez |
55 | Bustos Reyes Sonia de las Merc | Cajera casino de investigaciones. | |
56 | Chaer Vasquez Roberto Salomón | Empleado Particular. Estudiante Sociología. | Andrés Ignacio Pereira Covarrubias |
57 | Llanca Iturra Monica Chyslaine | Empleada Gabinete Central de Identificación (hoy Registro Civil) | |
58 | Morales Chaparro Edgardo Agust | Obrero | |
59 | Aedo Carrasco Francisco Eduardo | Arquitecto | Aníbal Ignacio Fuentes Palacios |
60 | Retamales Briceño Asrael Leona | Mecánico Feria Libre | |
61 | Pérez Vargas Carlos Freddy | Publicista | José Ramón Cárdenas Maturana. |
62 | Jara Castro José Hipólito | Egresado Química y Farmacia | |
63 | De Castro López Bernardo | Dibujante | (Francisco Nicolás Caballero García) |
64 | Duran Rivas Luis Eduardo | Estudiante Periodismo | |
65 | Lagos Hidalgo Sergio Hernán | Vendedor en editorial. | |
66 | Merino Molina Pedro Juan | Sastre | |
67 | Carrasco Díaz Mario Edrulfo | Estudiante Contabilidad | |
68 | Palomino Benitez Vicente Segundo | Profesor de Química | |
69 | Zuñiga Tapia Héctor Cayetano | Estudiante Quim. y Farm | |
70 | Villalobos Díaz Manuel Jesús | Vendedor de libros | Eliseo Aburto Arenas |
71 | Gallardo Agüero Néstor Alfonso | Contador | |
72 | Gajardo Wolff Carlos Alfredo | Arquitecto | Juan Carlos Arrieta |
73 | Fuentes Riquelme Luis Fernando | Estudiante de biología | |
74 | López Stewart María Cristina | Estudiante Historia | Ana María Vergara Tilleria |
75 | Calderón Tapia Mario Eduardo | Periodista | René Jara Reves |
76 | Salinas Argomedo Ariel Martín | Estudiante Sociología | |
77 | Andrónicos Antequera Jorge Elías | Egresado ingeniería ejecución eléctrica UTE | |
78 | Andrónicos Antequera Juan Carlos | Estudiante de sociología | |
79 | Miranda Lobos Eduardo Francis | Topógrafo | |
80 | Martínez Hernández Eugenia Del Carmen | Obrera Textil | |
81 | Drouilly Yurich Jacqueline Paul | Asistente Social | |
82 | D’orival Briceño Jorge Humberto | Medico Veterinario | (Sergio López) |
83 | Salinas Eytel Marcelo Eduardo | Técnico eléctrico | |
84 | Reyes Navarrete Sergio Alfonso | Egresado de Economía | |
85 | Castro Salvadores Cecilia Gabriela | Estudiante Derecho | Romina Francisca Ampuero Pérez |
86 | Pizarro Meniconi Isidro Migue | Técnico Maq.escribir | |
87 | Arroyo Padilla Rubén David | Artesano | |
88 | Silva Peralta Claudio Guiller | Estudiante Biología | |
89 | Silva Camus Fernando Guillermo | Decorador de Interior | |
90 | De la Jara Goyeneche Félix | Estudiante Pedagogía | |
91 | Bueno Cifuentes Carmen Cecilia | Cineasta | Manuela Dagmer Piña Lawner |
92 | Palominos Rojas Luis Jaime | Estudiante del Conservatorio de Música | |
93 | Cid Urrutia Washington | Estudiante Pedagogía | |
94 | Bustillos Cereceda María Teresa | Estudiante Servicio Social | |
95 | Peña Solari Mario Fernando | Estudiante Arquitectura | |
96 | Neira Muñoz Marta Silvia Adela | Secretaria | |
97 | Peña Solari Nilda Patricia | Estudiante Biología | |
98 | Silva Saldivar Gerardo Ernesto | Estudiante Estadística | Tomás Bralic Muñoz |
99 | Eltit Contreras María Teresa | Estudiante Secretariado | |
100 | Ortiz Moraga Jorge Eduardo | Estudiante Medicina | |
101 | Radrigan Plaza Anselmo Osvaldo | Estudiante de programación | |
102 | Herrera Cofre Jorge Antonio | Estudiante secundario | (Mao Rojas Arrieta) |
103 | Labrador Urrutia Ramón Isidro | Comerciante | |
104 | Joui Petersen María Isabel | Estudiante Economía | Milena Vanessa Vera Riveros |
105 | Robotham Bravo Jaime Eugenio | Estudiante Sociología | |
106 | Martínez Meza Agustín Alamiro | Ingeniero Mecánico | |
107 | Marchant Villaseca Rodolfo Ar | Técnico Aire Acondicionado | |
108 | Urbina Chamorro Jilberto Patricio | Estudiante Medicina | Gonzalo Javier Rojas Contreras |
109 | Contreras Hernández Claudio en | Constructor Civil | |
110 | Sandoval Rodríguez M. Angel | Sastre | |
111 | Flores Pérez Julio Fidel | Estudiante Ingeniería en minas. | |
112 | García Vega Alfredo Gabriel | Asistente social | Rodolfo Fernando Garrido Suarez |
113 | Molina Mogollones Juan Enrique | Técnico agrícola | |
114 | Ugaz Morales Rodrigo Eduardo | Trabajador Independiente | Víctor Hugo Cisternas |
115 | Vasquez Saenz Jaime Enrique | Estudiante Const.civil | |
116 | Cortes Joo Manuel Edgardo Del | Contador | |
117 | Ríos Videla Hugo Daniel | Estudiante Universitario | Alonso Ignacio Albornoz Vargas |
118 | Acuña Reyes Rene Roberto | Estudiante pedagogía | |
119 | Perelman Ide Juan Carlos | Ingeniero Químico |
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Setenta y dos horas en Londres 38
Patricio Rivas
Sociólogo, Doctor en Filosofía de la Historia. Fue profesor de la Escuela de Gobierno de la Universidad de Chile y Coordinador General de la División de Cultura del Ministerio de Educación de Chile. Actualmente es el Coordinador del Área de Cultura del Convenio Andrés Bello. Premio Nacional de Ensayo de Chile.
RESUMEN
A partir de referencias directas con su pasado en Chile, durante los años de la dictadura de Augusto Pinochet, el autor presenta un desgarrador testimonio de las torturas y vejaciones de las que fue víctima durante la represión militar.
PALABRAS CLAVE
Chile, memoria, represión, militares, trauma.
Seventy-two hours in London 38
ABSTRACT
Based on direct references to his past in Chile—during Pinochet’s dictatorship—the author presents a heart-rending testimony of the tortures and ill-treats he had to endure during the military repression.
KEYWORDS
Chile, memory, repression, militaries, trauma.
Desde el primer momento entendí cómo era el mundo de los hombres del coronel Manuel Contreras. Fui arrojado al piso de una camioneta enlodada. Recibí golpes, patadas y puñetazos. El trayecto duró más de media hora; de vez en cuando sentía el ruido de los automóviles y las voces de personas que caminaban sin sospechar que a su lado circulaba una camioneta de la DINA. El vehículo ingresó por una estrecha calle de adoquines. Estaba en Londres 38. Me bajaron al interior de un zaguán, a tientas reconocí una mesa de escritorio donde se controlaba el acceso de los agentes. Preguntaron mi nombre y fecha de nacimiento, me sentaron en una silla de madera y fierro y me esposaron por la espalda. Una especie de coro infernal repletaba el recinto. Oía gritos en distintos tonos, desde distintas bocas, que se mezclaban con las órdenes de los agentes. Eran gritos de espanto que mordían el aire y que al terminar seguían vibrando en el espacio. No eran gritos de miedo, eran de soledad frente a lo incomprensible. Las voces de esos jóvenes quedaron ahí para siempre y luego la certidumbre de que no se esfumaron. Se les vio con sus rostros marchando por la Alameda, frente al palacio de La Moneda, un día del 2004 en que se recordó a los 119 asesinados en la Operación Colombo.
Uno de esos interrogatorios se ha esculpido en mi memoria. Un oficial preguntaba por una casa, después venía la sucesión de bofetadas y golpes, aparentemente de palos, ante cada silencio del torturado. Él lanzaba gemidos sordos en un intento por reprimir el dolor. Al tiempo que escuchaba esa escena, percibía que algunos prisioneros hablaban entre ellos. En el nivel del tormento hay dos juegos, en uno se hacen preguntas singulares, concretas y focalizadas; en otro, más allá de la información perseguida, se busca doblegar al prisionero. Estoy convencido de que el compañero murió ese mismo día. No respondió, sólo se replegó hacia la muerte. Permanecí alrededor de una hora y media sentado en la frágil silla, amordazado y vendado. Pasado ese tiempo me quitaron las esposas y me hicieron subir al tercer piso por una escalera de madera, corta y angosta, que conducía a una especie de buhardilla. Hacía frío y se escuchaba una radio. Los locutores relataban el partido en que la selección chilena abrumaba a goles al equipo de Haití; la noticia alegraba a los guardias y oficiales que celebraban con infantil nacionalismo. Todos se burlaban de los negritos. El dolor agónico de quienes sospechaban su inevitable asesinato se combinaba con la alegría de los torturadores frente a un partido de fútbol. Sus risas, sacadas de contexto, podían provenir de sujetos normales, amistosos, que disfrutaban en las salas de sus casas.
– A ver, a ver ¿a quién tenemos aquí? —dijo uno de ellos.
– A uno de los hijos de puta que está preso en el SIFA. Al Gonzalo—comentó otro.
– ¿Al cabrito que se nos arrancó? A ver si ahora intenta algo. Dejémoslo solito para ver cuánto alcanza a correr.
– Comencemos, que luego van a llamar por teléfono para ver cómo nos va con este muñeco.
Casi sin dar órdenes ni mediar palabras fui llevado a un pequeño cuarto donde fui desnudado y, como un animal aturdido, fui colgado entre dos muebles que logré ver por debajo de la venda. Además de la corriente eléctrica que aplicaban en todas las zonas de mi cuerpo, recibí golpes de puño y patadas en la espalda que casi me hicieron perder la conciencia. Sentí un crujido en la columna vertebral, luego otro. Después sentí muy poco dolor. Todo el tiempo que estuve en Londres 38 permanecí en esa posición.
– ¿Dónde vivías? ¿Dónde está el depósito de armas que controlabas? ¿Cuáles son las casas de reunión del Comité Central en Santiago? ¿Dónde vivías? ¿A qué huevón vas a entregar tu casa?
Las preguntas eran calcadas a las que me habían hecho los agentes del SIFA. Era evidente que la Fuerza Aérea estaba infiltrada por la DINA. En ese momento yo era testigo de la guerra de los servicios de inteligencia; de la disputa por el liderazgo estratégico de la represión. Repitieron el mismo guión durante varias horas. Presentía que la reiteración de mis respuestas era la única posibilidad de que creyeran en mi relato. Había terminado el partido con el triunfo de Chile. Algunos gritos cesaron y hubo un cambio en el equipo de torturadores. Amanecía. A la distancia se escuchaba el ruido de los automóviles. Los nuevos agentes se sentaron, aparentemente, en una habitación contigua. Yo seguía colgado y buscaba acomodarme para descansar. Cuando entró el primero de ellos oí sus pisadas vacilantes, caóticas. Podía oler un rancio olor a vino que se mezclaba con el olor a sudor y cigarrillos. No sabía si me daba más miedo ese olor y la locura que ocultaba o la inminencia de una nueva sesión de tortura. Me preocupaba si el formato de las preguntas se mantendría dentro del programa inicial. Por fin comenzaron. Pasaron segundos, minutos, horas. Lejos se escuchaba una radio… -Ay Rosa, Rosa, tan maravillosa—Sandro cantaba desde el pasado.
– ¿Dónde vives? ¿Cuáles son los recambios de las direcciones regionales? ¿Dónde están las armas? ¿Dónde está el dinero? ¿Dónde está el Tavo y la Gringa? Combinaron nuevas descargas de electricidad con golpes de pie y puño; la mezcla provocaba grandes espasmos y saltos en todo mi cuerpo. En un momento el palo crujió y se dobló hasta romperse. Rodé por el suelo y se desprendió la venda, entonces miré a mis torturadores, con asombro reconocí a Osvaldo Romo Mena, enemigo patológico del MIR.
Romo tenía un resentimiento histórico con los miristas. Desde fines de los años sesenta lo habíamos visto desplazarse como un pequeño mercenario de sus propios intereses. No era alguien en quien pudiéramos confiar. El dirigente Víctor Toro había hecho una radiografía muy certera de su psicología. Éste, por agradar al que tiene poder, está dispuesto a vender su alma. Romo me miró desconcertado, puso la venda en su sitio y me sentó sobre una silla.
– No puedo explicarte qué estoy haciendo aquí, pero no te preocupes—dijo y salió del cuarto. Entraron otros hombres más fétidos y gritones que los anteriores.
Veintinueve años después esperaría a Romo en la sala de un juzgado para declarar en la querella por la desaparición de Jorge Espinoza, el hermano de Juancho. Venía fuertemente custodiado. Su aspecto era repugnante, monstruoso. Todas las miserias de su alma se expresaban en su cuerpo. Intentó ser astuto ante el juez.
– Me acuerdo de Gonzalo, después se llamaba Pablo. Lo torturó Marchenko, yo no tuve que ver con su traslado a Londres.
Con su actitud de víctima parecía un pobre diablo. Su tamaño, su gordura, sus tics, configuraban la silueta de una marioneta desarticulada. Hice ver al juez que sólo mis compañeros, y no sus asesinos, podían decirme Gonzalo. Me miró torva y lastimeramente.
Sonó un teléfono. No alcanzaba a comprender qué hacía un aparato como ése en un lugar de tortura. Asociaba su sonido a conversaciones deseadas, anheladas; aquí servía para que el jefe del grupo se comunicara con su mando superior. Escuché la conversación. Imaginé que al otro lado de la línea un hombre hablaba desde su casa, rodeado de sus hijos. El país oficial a un lado, el real al otro. En uno los que no querían ni saber ni ver esto; en el otro los que tenían la voz y el alma cansada de tanto defender a los suyos.
– Sí, mi capitán…veremos ese tema…no le creo…seguiremos intentando…mandaremos a Ceballos a la mierda. Déjemelo a mí.
El breve descanso reanimó mi cuerpo y ordenó mínimamente mi cabeza. Recibí más electricidad y nuevos golpes, además de una inyección posiblemente de Pentotal, la llamada droga de la verdad. Quedé tendido en el suelo. Me molestaba el olor a suciedad que emanaba de las ranuras de las tablas. Debajo de ellas se escuchaban lamentos. Me quitaron la venda en una habitación más bien larga y baja. En el centro del cuarto pude ver una mesa tosca, cubierta por una tenue luz amarilla. Vi a una hermosa joven desnuda a la que los torturadores llamaban La Socia. Estaba brutalmente golpeada, tenía marcas de quemaduras de plancha en la cara y en la zona de los pechos. Agonizaba. Me miró con unos gigantescos ojos verdes y con actitud de madre.
– No digas nada, no sirve contar nada—susurró.
– Cállate, puta de mierda—gritó uno de los torturadores— ¿o quieres más?
Ella irguió con fuerza moral de lo femenino, su rostro destrozado. Ese cuerpo tenía un alma incólume. No importaba si físicamente había sido violada, era éticamente de una sola pieza.
Yo no lograba comprender la situación. De pronto, entre la luz, surgió una voz y un revólver.
– ¿Dónde vives?—me interrogó—Si no hablas, la mato. Miré el rostro impertérrito de la mujer. En su cara había una mueca parecida a una sonrisa. Oí el disparo. Mi pecho y mi rostro quedaron bañados en sangre. Sentí un odio sin límites. Traté de pararme, pero me golpearon hasta quedar semiconsciente.
– Vamos a seguir—amenazó uno de los hombres. Temí que fuese cierto, pero no hicieron nada. Tenía la cabeza en blanco, sólo veía la foto fija de los recuerdos.
La cara de la mujer no ha dejado de estar presente en mi memoria. Tampoco el ruido del disparo ni el breve silencio posterior que inundó el recinto. He tratado de pensar qué sucedió verdaderamente. Algunos me dicen que fue un montaje, una macabra puesta en escena, que no veo con claridad debido al estado de perturbación en el que estaba. Otros me recomiendan traicionar mi recuerdo y contar esta experiencia como un simulacro. No tengo pruebas ni testigos. En el fondo de mí he deseado que esto no hubiese ocurrido, pero al evocar los detalles regreso al dolor de la verdad.
Estuve setenta y dos horas en la casa de Londres 38. En cada uno de los segundos de esas horas sentí el vértigo de la muerte. Mi deteriorada condición física fue un argumento determinante para ser trasladado con urgencia al Hospital de la Fuerza Aérea. No tengo imágenes nítidas de mi paso por ese lugar. Recuerdo figuras fantasmales, enfermeras, luces. Regresé a la Academia de Guerra por el pasillo largo del subterráneo, portado en vilo por dos soldados, observé de refilón las caras de pánico y lástima de la gente que estaba alrededor. Sólo deseaba tomar una taza de té y dormir para siempre. Desde ese momento La Ardilla empezó a cuidarme, me daba la comida en la boca y varias veces me regaló su postre, el más preciado de sus platos. Alguna vez, en Guatemala, Gonzalo habló con Pablo Monsantos sobre el misterio de la tortura. La represión en ese país fue una de las más violentas en la historia latinoamericana. El Informe de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico, redactado en 1999, estimó que los desaparecidos y muertos fueron más de 200 mil; de ellos, 50 mil fueron víctimas de violaciones a los derechos humanos. El caso de Guatemala no sólo le impacta por la envergadura de la represión o porque el Estado o los organismos paramilitares vinculados a él fueron los responsables del 93 por ciento de las violaciones. Lo que le sorprende es la crueldad. Hubo torturadores que tras cortarle la cabeza a un prisionero, abrían el vientre de su compañera y depositaban la cabeza en su interior. El genocidio de pueblos completos fue una práctica habitual en ese país.
– Las personas no hablan o se doblegan producto del dolor. El dolor intenso aturde. Lo que sienten es el pánico a lo desconocido; el pavor a estar completamente sometido a la voluntad de otro. Es la pérdida de humanidad e identidad la que produce el derrumbe.
¿Sabes?, muchos compañeros que aguantan la tortura luego se derrumban por otras cosas, no por el dolor—le decía Pablo. Se desmoronan por miedos básicos, temen que los muerda un perro, pasar frío o hambre. No existe una coherencia unívoca frente al dolor.
Cada vez fuimos quedando menos habitantes en la pieza número 1. Hacia el verano de 1975, La Ardilla, El Pato y yo éramos experimentados prisioneros. La forma en que se expresa la amistad y el cariño en instantes como éstos es maciza. El vínculo es tan intenso que los otros se convierten en tu extensión espiritual. Llegas a conocer las respiraciones, las miradas, la manera de girar la cabeza, el modo de hablar.
La relación que construimos fue puesta a prueba antes de ese verano. A fines de julio de 1974 logré escribir tres cartas a Miguel Enríquez. En la primera le hablaba de los detenidos, le contaba de Ceballos y Oteíza, de las torturas, de la información que creía que ellos manejaban. Una tarde en que leía subrepticiamente su segunda respuesta fui sorprendido por el guardia.
– ¡Entrégueme ese papel!—dijo, amenazante. Estaba seguro de que si lo hacía los tres habitantes de la pieza 1 moriríamos.
– No tengo ningún papel, se equivoca, vio mal—mentí.
– Voy a buscar a mi oficial.
Lancé la carta a las garras de La Ardilla. Cuando el soldado regresó con el oficial de turno no había pruebas. Fui castigado por sospecha, me dejaron de pie en el pasillo, no me dieron comida durante un par de días, pero se salvó la vía de comunicación con Miguel y la vida de mis amigos. Sólo dos personas sabían la trama completa, además del suboficial allendista que había sacado las cartas desde la Academia de Guerra. Por intermedio de un enlace, el suboficial hizo llegar la carta al Tavo, su ex cuñado, quien la entregó a Sergio Pérez, hasta llegar al Secretario General del MIR. Informes completos, redactados en pequeños papeles, partieron hasta la casa de la calle Santa Fe. Miguel respondió en dos ocasiones. La primera vez envió cerca de treinta papeles de cigarro, escritos con letra menuda. Expresaba su afecto y hacía preguntas muy específicas: número y nombre de los prisioneros, formas de interrogatorio y tortura, identidad de algunos oficiales. En la segunda carta entregaba información general del MIR y un análisis de la situación política. Miguel moriría antes de responder por tercera vez.
Las cartas de Gonzalo y la última de Miguel se salvaron y fueron publicadas por la prensa mirista en Europa, mientras él aún estaba detenido en la Penitenciaría. Le preocupa no saber qué ha pasado con quienes lo ayudaron a que circulara esa correspondencia. Decide no desenterrar los detalles sobre ese episodio. No por ahora. Hay un imperativo de cuidar a todos los que han confiado en él; de extender la moral hasta el fin de los tiempos de cada cual. Quizás esa es la identidad de todos los partisanos en las historias de las resistencias. Eventos que no terminan jamás de dialogar con la intimidad.
La DINA era el último infierno del Régimen, el lugar donde morir. Era un descanso, pero también la vitrina de esa dualidad entre seres perdidos en sus miserias disfrazadas de doctrina militar y la humanidad extensa, plural y densa de los prisioneros. El SIFA de 1974 fue un purgatorio sistemático, un juego cruel y experimental de quebrar moralmente al detenido. En el largo plazo, ni en uno ni en otro lugar triunfaron, porque los heridos de todo tipo se reagruparían, no sólo para impedir la amnesia, sino que además para demostrar que los que no están son inmortales.
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